Literatura

El «Borges», de Bioy Casares: el reverso del mito

Durante más de 40 años, Bioy Casares registró minuciosamente en un diario su relación con Borges. Ahora, años después de la muerte de ambos, aquel mí­tico diario ha salido, al fin, a la luz, convertido en un libro de más de 1600 páginas, publicado por Editorial Destino, y que es ya, sin duda, una de las obras más singulares y valiosas de nuestra intrahistoria cultural. El «Borges» de Bioy encierra, en efecto, un verdadero tesoro: la revelación de un diálogo ininterrumpido entre dos de los mayores escritores de la lengua española del siglo XX, un testimonio único sobre el «auténtico» Borges (desnudo aquí­ de toda la parafernalia del mito) y un viaje al interior de un sueño tan desmesurado como genial: la implí­cita pretensión que tení­an estos dos hombres de cambiar el rumbo de la literatura en lengua española

Desde 1947 hasta 1989, con untillosidad extrema, Bioy Casares fue anotando en un diario las impresiones, confidencias y consideraciones de todo género que Borges le hacía, en uno de los diálogos más largo e intenso de la historia literaria de todos los tiempos. “Borges come en casa”. “Borges cena en casa”. Así empiezan las miles de entradas de este diario. Dos, tres y hasta cuatro veces a la semana, en efecto, Borges comía o cenaba en caso de Bioy, con o sin la esposa de éste, Silvina Ocampo. Bioy y Borges no sólo comían juntos: escribían juntos, trabajaban juntos, paseaban juntos, crearon un heterónimo (Bustos Domeq) para su actividad literaria común, formaban parte de jurados juntos…Pero, sobre todo, discutían y hablaban de literatura.Aunque no sólo. Amén de interminables y jugosísimos diálogos, con infinitos meandros, sobre escritores clásicos y contemporáneos, en lengua española o en inglés, o en cualquier otra lengua, Bioy y Borges hablaban de todo: de filosofía, de política, de arte, de historia… Hablaban sobre clamor, sobre la amistad, sobre los sueños, sobre Dios, sobre el destino, sobre comidas, sobre mujeres, sobre las costumbres y la idiosincrasia de los argentinos, de los españoles, …“Un diario –decía Borges- tiene que ser indiscreto”. Y Bioy sigue el consejo a conciencia. Lejos de tamizar literariamente los diálogos para hacerlos aparecer como un “ensayo” encubierto –que es lo que suele hacerse en estos casos-, Bioy eleva la “indiscreción” misma a principio y criterio básico de elaboración. El resultado es verdaderamente insólito. La imagen de Borges aparece tan alejada del “mito” y la “leyenda” de Borges que algunos “ni le han reconocido” y otros, incluso, han llegado a hablar de “venganza” de Bioy. Grave desconocimiento. La amistad de Bioy y Borges –aunque se resintió algo en los años finales, con la boda de Borges, los premios, los viajes y la fama- fue siempre inquebrantable. Lo que ocurre es, simplemente, que Bioy “transcribe” con absoluta fidelidad: aunque lo dicho sean majaderías, o exabruptos, u opiniones fruto de un mal día o de un enfado repentino, Bioy las lleva al diario con toda franqueza. De modo que este Diario en absoluto puede ser tomado como un texto elaborado por Borges, o unas memorias indirectas, o un ensayo sobre Borges, o nada parecido. Y el Borges epigramático, ingenioso, cruel, implacable y destructor que emerge de estas páginas tampoco puede ser considerado una “figura” definitiva que oponer al “otro” Borges, al Borges del mito. Es, simplemente, el “reverso”, la otra cara, una cara íntima, libre, totalmente despreocupada de su leyenda, que se contradice, que cambia, que va envejeciendo, que sueña en voz alta, que maldice e injuria, que echa por tierra odo, no para abandonarlo y desecharlo, sino para recogerlo al día siguiente y darle otra vuelta, y otra, y sopesarlo desde otro punto de vista, en un ejercicio infinito de reflexión, crítica y apropiación. Como una Penélope que teje y desteje, Borges trabaja cada día, en la intimidad de la amistad, en un diálogo libre y sin restricciones, un texto inacabado e inacabable que es, para nosotros, hoy, un inevitable libro de cabecera. Una nueva forma insólita, extraordinaria, de llegar a Borges.La riqueza literaria de estos textos es tan extraordinaria como su arbitrariedad y su gusto, sádico, por la maledicencia. Todo se considera y nada se respeta. Los dioses más venerables: Shakespeare, Cervantes y Dante, también se llevan, a veces, buenas somantas de palos. Y lo “ídolos” recientes (Proust, Joyce, Faulkner), todavía más. La entera vida literaria y cultural argentina (por no hablar de la política) es demolida por completo, con ironía, humor, ingenio y no poca procacidad. E ajuste de cuentas es vasto, minucioso, casi exasperante, porque se despelleja no sólo a los grandes sino también a glorias efímeras, intrigantes de medio pelo y personajes hoy irreconocibles. Pero Bioy no ahorra detalles: su amistad fue una amistad a tiempo completo, sólo interrumpida por los viajes de Borges, y ello dio tiempo para “fatigar” –que diría Borges- todos los temas y todas las personas.Después de este libro, “Borges” –el mito, el escritor, la leyenda- ya no será el mismo. Este diario lo humaniza, lo hace más próximo, nos lo acerca con una inesperada y monstruosa fidelidad. Es una perspectiva de la que no disponemos sobre la mayoría de los escritores.En realidad, sólo hay dos precedentes verdaderamente próximos a esta obra monumental de Bioy. Son “La vida de Johnson”, de Boswell (curiosamente un libro sobre el que Borges y Bioy hablan con frecuencia) y “Las conversaciones con Goethe”, de Eckermann. Dos textos verdaderamente emblemáticos. Pero, con todo, no muy similares en sustancia al de Bioy. Los citados son textos muy elaborados a posteriori, muy tamizados literariamente, mucho menos espontáneos, más reelaborados, para que su presentación, su fachada, sea ejemplar. En el “Borges” de Bioy lo que manda es la fidelidad. Y con ella la indiscreción. Gana la verdad, por desagradable, inoportuna o irritante que sea. Ganamos un Borges, sin perder necesariamente a otro. Nos asomamos al reverso, oculto, de la moneda. Pero en todo caso, lo importante, una vez más, sigue siendo lo mismo: como decía Bolaño, “Hay que leer a Borges”.

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