A lo largo de estas dos semanas en las que se ha presentado como la mismísima encarnación de la comunidad que aspira a seguir gobernando, Susana Díaz, presidenta de la Junta y candidata del PSOE, ha dicho en casi cada mitin, acto sectorial y paseo que «Andalucía es especial». En un año que es en sí mismo una campaña electoral, con autonómicas y municipales en mayo, catalanas en septiembre y generales poco después, los comicios de hoy se presentan como el primer examen a una hegemonía de los dos grandes partidos, PP y PSOE, que en las últimas décadas nunca había estado en cuestión. Pero Díaz, más allá del significado que ha querido dotar a sus palabras con ese andalucismo a ultranza del que ha hecho gala, tiene razón.
Andalucía es especial. Sus particularidades electorales son muchas respecto al resto de España. Los socialistas llevan gobernando 33 años de forma ininterrumpida, y aunque hoy no tienen el músculo de antaño, continúan gozando de un predicamento desconocido en otras comunidades. El sentimiento de pertenencia al PSOE es aquí mucho mayor, un fenómeno que se observa, por ejemplo, en los mítines del partido, donde no solo ondean las banderas de siempre, producidas en cadena con plástico de la peor calidad, sino que también hay otras hechas a mano, objetos que no son de usar y tirar, sino que se guardan religiosamente en un cajón y se sacan en cada convocatoria electoral.
EL DESCUBRIMIENTOEl PP, por su parte, nunca ha terminado de introducirse en los pequeños municipios, algo imprescindible para triunfar en una comunidad con un carácter rural acentuado. Solo en el 2012, con los socialistas en el peor momento, los conservadores estuvieron a muy poco de alcanzar la mayoría absoluta. Ahora, en cambio, se conforman con lograr un resultado digno, con obtener el segundo lugar a distancia holgada del tercero, y por el camino han descubierto en esta campaña a un candidato, el hasta ahora casi desconocido José Manuel Moreno Bonilla, que ha sabido descolocar en los dos debates a una Díaz que se ha mostrado muy agresiva.
Los partidos que amenazan con desbancar a los dos mayoritarios, Ciudadanos y Podemos, son un fenómeno tan nuevo que resulta impredecible. Pese a cierta catalanofobia que pervive en un sector de la población andaluza, y que el PP ha incentivado para evitar el trasvase de apoyos, los primeros aspiran a convertirse en llave de gobierno. Surtiéndose en gran parte de simpatizantes socialistas, los segundos tienen aquí menos recorrido que en otras comunidades, pero el pasado viernes, durante el cierre de campaña, ofrecieron una exhibición de fuerza en el recinto más emblemático de todos: el velódromo de Dos Hermanas (Sevilla), un espacio con el que el PSOE y el PP solo se han atrevido en las grandes ocasiones y que el partido liderado por Pablo Iglesias logró llenar.
LOS CÁLCULOSTodos dan por supuesto que los socialistas lograrán la victoria. La cuestión es por cuánto. De forma paradójica, el PSOE andaluz cree que la irrupción de Podemos, descontado el mordisco de votos que le propinará, puede acabar beneficiándole. Señalan en su cúpula que el miedo a las nuevas siglas está muy instalado, hasta el punto de que simpatizantes tradicionales del PP acabarán votando a Díaz para evitar la llegada de los de Iglesias.
Pero pocos socialistas se atreven a hacer un pronóstico cerrado. El nuevo reparto, entre cuatro partidos (cinco, incluyendo a una IU que suspira por continuar teniendo algún papel), hace que todo se complique mucho más. Un importante dirigente pone el ejemplo de Huelva. De los 109 diputados del Parlamento andaluz, 11 provienen de esa provincia. En principio, explica, el PSOE debería obtener seis escaños, el PP cuatro y Podemos uno. Pero todo va a depender de los restos, de unas pocas papeletas, continúa, de forma que tampoco descarta que al final los socialistas obtengan allí cuatro representantes, los conservadores otros cuatro y Podemos y Ciudadanos dos y uno, respectivamente.
Si estas elecciones marcarán el futuro inmediato de algún partido, ese es el PSOE. Díaz no es una candidata autonómica al uso; es la principal referente socialista, la única –junto a Javier Fernández en la mucho más pequeña Asturias— que gobierna en una comunidad, y una parte importante de sus numerosos incondicionales la ven como la gran esperanza para volver a ocupar la Moncloa. Sus relaciones con el líder socialista, Pedro Sánchez, a quien tendría que desplazar si finalmente quiere dar el salto a Madrid, se han vuelto muy tirantes.
Pero en los dos únicos mítines en los que ha participado en esta campaña, el secretario general ha dado muestras de crecerse ante las dificultades, llegando a eclipsar los mensajes de la aspirante. En el primero, hace nueve días en Vícar (Almería), propuso a Díaz una alianza con ella en la Junta y él en el Gobierno central. En el segundo, el pasado viernes en Sevilla, subrayó que si el PSOE triunfa este domingo y en estos comicios, la victoria también será suya. Ajeno a las disputas internas, el público vitoreó «¡presidente, presidente!».