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El BCE: el Politburó de Europa

¿A dónde tengo que llamar si quiero hablar con Europa? preguntó alguna vez el entonces Secretario de Estado estadounidense, Henry Kissinger. Habría que responderle: “A Fráncfort, en donde se encuentra el Banco Central Europeo (BCE)”. Desde el jueves quedó claro que es ahí y no en Bruselas en donde se adoptan políticas europeas.

Con su decisión de comprar bonos de deuda de países en crisis de manera ilimitada, el BCE rompió con su principio fundacional más importante que es el velar exclusivamente por la estabilidad de precios. El custodio de la divisa común ha roto con esta tradición y con una regulación vigente para convertirse en un banco que financia Estados.

El único en el consejo del BCE que votó en contra de la desición fue el presidente del Bundesbank (Banco Central alemán), Jens Weidmann. Incluso países que se habían alineado a la postura alemana, como Finlandia, Luxemburgo, y los Países Bajos se rehusaron a seguir a Weidmann hasta el final. Peor aún, la canciller alemana, Angela Merkel, que había respaldado al banquero, reaccionó a la noticia diciendo que el BCE había actuado en el marco de su mandato.

¿Cómo puede sostener el BCE ser la entidad financiera más independiente del mundo? Eso aseguran sus estatutos, así como la Constitución de la Unión Europea. Pero ya no podrá serlo, porque la resolución del jueves prevé la compra de bonos de aquellos Estados que se hayan acogido a un rescate financiero. Con ello, el Banco Central está haciendo política.

En años anteriores, el BCE compró títulos de deuda de países en dificultades. Lo hizo dentro de un marco financiero con la esperanza de que los políticos de esos países implementen urgentes y necesarias reformas. Pero eso ha ocurrido a medias. España e Italia, pese a ello, ha tenido que recurrir a los mercados para contraer nueva deuda ofreciendo intereses récord. Una alta prima de riesgo no es otra cosa que un castigo del mercado por no haber hecho las reformas necesarias.

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