Libros

El arte de la ficción

En 1953, un grupo de escritores en ciernes -sobre todo norteamericanos- que residí­an en Parí­s, decidí­a sacar a la luz una revista literaria, con un enfoque tan singular como novedoso: en un panorama dominado de forma omní­moda por el criticismo -los «crí­ticos» se atribuí­an el monopolio del comentario sobre todo lo referido a literatura-, The Paris Review revolucionó las cosas con el simple criterio de otorgar la voz también a los creadores, abriendo una puerta -que ya lleva medio siglo de par en par- a que los propios escritores desvelaran sus gustos, sus actitudes, sus sistemas de trabajo y, lo que es más importante, sus poéticas narrativas.

Con The Paris Review nació también un modelo de entrevista, de conversación ausada, a fondo, rigurosa, larga y muy meditada, que ocupaba una sección permanente de la revista llamada “El arte de la ficción”. Esas legendarias entrevistas –que abarcan ya a más de 300 escritores, poetas y dramaturgos–, se han ido convirtiendo con el tiempo en unos materiales literarios de extraordinaria calidad, densidad e interés, y uno de los caminos mejor construidos para conocer e indagar, de un lado, la especificidad del hecho literario, de otro, la evolución de ese hecho a lo largo del último medio siglo y, por fin, la huella o marca específica de los más grandes creadores… y de algunos que no lo son tanto.Un fragmento de ese inmenso material –que se emplea hoy en las mejores universidades de todo el mundo– es el que Ignacio Echevarría, con muy buen criterio, ha seleccionado y editado ahora para nosotros en un libro de enorme interés que El Aleph Editores acaba de publicar en España.La selección de Echevarría –una entre cientos posibles, como él mismo reconoce– atiende a tres criterios básicos. El primero, la inclusión sólo de autores de novelas y relatos, es decir, narradores, dejando fuera poetas y dramaturgos. El segundo, ofrecer al lector un muestrario muy variado de “actitudes, poses y poéticas narrativas” distintas, primando, por tanto, a escritores que de alguna manera simbolicen una cierta “tipología” de escritor. Y el tercero, eludir lo máximo posible el criterio dominante de la revista –es decir, escritor de raza blanca, varón y anglosajón– ofreciendo un espacio más equilibrado en la selección tanto a las escritoras (4 de 16) como a los autores europeos o de otras procedencias.Para comprender bien adónde conducen estos criterios y, por tanto, cuál es la verdadera “intención” de Echevarría, basta detenernos brevemente en los tres primeros autores de la selección, que marcan la pauta: George Simenon, Isak Dinesen y William Faulkner.Con el belga George Simenon (Lieja 1903, Lausana 1989), creador del célebre inspector Maigret, nos damos directamente de bruces con el paradigma del “escritor prolífico y comercial, no exento de genuina ambición literaria”. Autor de 192 novelas publicadas con su propio nombre y otras treinta con más de 20 seudónimos distintos, Simenon ha vendido más de 500 millones de ejemplares de sus libros. A pesar de ello –recalca Echevarría– Simenon destaca por su rigor y humildad: “Nunca escribiré una gran novela –dice–. Mi gran novela es el mosaico de todas mis pequeñas novelas”. Sus declaraciones –afirma el editor– “resultan especialmente instructivas leídas con un ojo puesto en los escritores que hoy vendrían a ocupar su lugar (autores prolíficos y comerciales, se entiende) y que se muestran por lo común, al contrario que él, llenos a la vez de fatuidad y de resentimiento”. Escritor “profesional”, que se jacta de ser un mero “artesano”, Simenon no se llama a engaño respecto a las fronteras que separan a la literatura comercial que él practica respecto a la “otra”: “La gran diferencia –dice– son las concesiones. Al escribir con cualquier objetivo comercial siempre tienes que hacer concesiones”. Y añade enseguida: “Y la perspectiva moral. Puede que esto sea lo más importante. No puedes escribir nada comercial sin aceptar un código previo”. Esta sinceridad y modestia sobre los límites y el alcance de su propia obra no le impiden sin embargo formular ideas verdaderamente lúcidas, como la de que “la novela es la tragedia de nuestros días”.Tras la entrevista a Simenon –en la que el lector puede asistir, probablemente atónito, a la descripción pormenorizada del método con que el autor belga llevaba a cabo la escritura de una novela a la semana–, Echevarría nos hace pegar un salto a las antípodas, de la mano de la cautivadora, frívola, sofisticada y coqueta Isak Dinesen (la escritora danesa, de nombre real Karen Blixen, que vivió entre 1885 y 1962), la célebre autora de los “Siete cuentos góticos” o “África mía” (1938, el relato en que se basa la película “Memorias de África”), que aquí funciona como un verdadero antídoto a Simenon: una escritora espontánea, accidental, aristocrática y romántica para la que “el arte de narrar luce con destellos crepusculares, como una vieja joya de familia”.No repuestos de este contraste, los lectores somos llevados entonces a la cima del Everest. “La de Faulkner –dice Echevarría– no es sólo la mejor entrevista de este volumen, es, simplemente, la mejor entrevista imaginable”. Con el aplomo de un John Wayne, acodado en la barra de un Saloom, Faulkner –dice Echevarría– consagra aquí el “mito” del escritor puro. “No soy un hombre de letras, sino tan sólo un escritor” puntualiza Faulkner, pero eso sí un escritor capaz de serlo en toda circunstancia, a pesar de todos y de todo; indiferente a la miseria o la desdicha; indiferente a los editores, a los críticos, a los otros escritores; indiferente incluso a los lectores. A la pregunta de qué sugeriría a quienes, después de leer dos o tres veces algunos de sus libros, siguen sin entenderlos, responde con insolencia: “Que los lean cuatro veces”. Faulkner (1897-1962) emerge de esta extraordinaria entrevista (cuyos párrafos más significativos reproducimos en la siguiente sección de Foros: El oficio de escribir) como una de las estrellas más rutilantes del firmamento literario contemporáneo.A estas tres entrevistas en cierta forma emblemáticas le siguen otras trece, repletas todas de interés, de momentos extraorrdinarios, de perspectivas siempre nuevas, que ilustran y despliegan esos tres “tipos” esenciales de escritores “marcados” en las entrevistas iniciales, pero que a la vez muestran la especificidad irreductible de todo gran escritor. Autores como Céline, Bellow, Cheever, Murdoch o Naipaul no se dejan en forma alguna encasillar ni responden, en realidad, a modelo alguno.Entre esos trece, Echevarría elige sorprendentemente al argentino Manuel Puig como exclusivo representante de las letras hispanas, dejando de lado así voces tan destacadas y relevantes como las de Borges, García Márquez, Vargas Llosa, Cela o –el último– Javier Marías. Echevarría considera, tal vez con acierto, que la voz de Puig incorpora a este mosaico temas y perspectivas vedados u ocultos en otras entrevistas y otros autores, como el sexo. El lector encontrará ahí una frescura y una sinceridad poco habituales.En conjunto, el libro –por más críticas que pueda merecer, y más objecciones que puedan hacérsela sobre por qué está uno y no otro– encierra a su manera un verdadero tesoro que el amante de la literatura no puede perderse, y que va a consumir con enorme avidez.

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