SELECCIÓN DE PRENSA NACIONAL

El 9-N y la democracia

El presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, y el de la Generalitat de Catalunya, Artur Mas, coinciden al menos en una cosa: se presentan como campeones de la democracia.

Rajoy, blandiendo el libro sagrado de la Constitución inmutable como única garantía de la democracia, pese a la enorme frialdad de su partido, fundado por un ministro de Franco, cuando se aprobó, en 1978.

Mas, presentándose como un campeón de la democracia precisamente con el 9-N, como si nunca hubiera habido elecciones en este país.

Y sin embargo, todo indica que a ambos la democracia les importa más bien poco.

Rajoy aplica el rodillo de una mayoría absoluta conseguida con apenas el 22% del censo, usa en beneficio propio, sin ni siquiera molestarse en disimularlo, todos los resortes del Estado y hasta se plantea cambiar las reglas del juego electoral justo antes de los comicios siguiendo el camino que Berlusconi inauguró en Italia con su célebre “cerdada”.

Del estado de la democracia en Catalunya, basta un ejemplo que haría enrojecer a cualquier país mínimamente democrático: el jefe de la oposición es al mismo tiempo el principal sostén parlamentario del Gobierno.

Ante los meses difíciles que nos aguardan, Rajoy ha colocado al frente de la radiotelevisión pública nada menos que al máximo responsable de la infame TVE que insistió hasta el último suspiro que el 11-M era obra de ETA. Y el entusiasmo militante de TV3 ante las grandes movilizaciones patrióticas se ha acentuado tanto que ha desencadenado insólitas quejas del Sindicat de Periodistes y el comité profesional.

La pelota está ahora en manos de un Tribunal Constitucional absolutamente desacreditado desde el “golpe de Estado” alentado por el PP –la durísima expresión es del respetado catedrático Javier Pérez Royo-, presidido por un exmilitante del PP y colaborador de FAES. Pero resulta que el Consell de Garanties Estatutàries –el Constitucional catalán, según el Estatut- ha avalado un “proceso” con una pregunta equívoca y la exclusión de los catalanes afincados en el resto de España por sólo 5 votos frente a 4 y entre el bloque del sí se cuentan nada menos que un fundador de Convergència que fue delegado de la Generalitat en Madrid, el jurista de cabecera de Artur Mas y de CDC, y el exsecretario general de ERC.

Todas las instituciones del Estado están tan movilizadas al servicio de Rajoy como las catalanas al servicio de Mas. Y la ola institucional proconsulta está haciendo añicos en Catalunya el principio democrático básico de neutralidad institucional en muchísimos ayuntamientos, que han llenado el espacio público no ya de proclamas por el “derecho a decidir”, sino directamente de enseñas independentistas.

Ahora las calles de Catalunya están atestadas de voluntarios llamando a las puertas para anotar en sus libretas si el vecino del piso 3, escalera E, está a favor o en contra de la independencia, un frenesí que recuerda a las infaustas mesas que el PP colocó por toda España recogiendo firmas para presentar a hombros “del pueblo” su recurso al Constitucional contra un Estatut aprobado por el Parlament, por las Cortes y por el conjunto de los catalanes en referéndum.

No son buenos tiempos para la democracia y para darse cuenta de ello basta con pasarse por esta especie de zona cero del genocidio español en Catalunya que se ha montado en el Born con el aplauso del establishment catalán, flanqueado por una gigantesca bandera catalana que compite en centímetros con la española de Colón.

Claro que si algún entusiasta constitucionalista llegara a escandalizarse sería particularmente hilarante teniendo en cuenta que ni el PP ni el PSOE han sido capaces de acabar con el último gran santuario de exaltación al fascismo en el mundo –el Valle de los Caídos-, subvencionado con el mismo dinero público que riega a la Fundación Francisco Franco, cuyo objetivo estatutario es velar para que las ideas del último exponente del fascismo derrotado en la II Guerra Mundial se apliquen en la España de hoy.

Rajoy y Mas serán campeones de la democracia, pero cada vez está más claro que España y Catalunya comparten algo más: en realidad, tienen la democracia bajo mínimos.

Deja una respuesta