EEUU se rearma para “volver a ganar guerras”

Donald Trump ordena la mayor subida del presupuesto militar desde el 11-S

El gasto militar norteamericano es mayor que el presupuesto bélico combinado de las 8 naciones que le siguen. Y sin embargo Donald Trump ha ordenando un aumento “histórico” del gasto de Defensa de 54.000 millones de dólares, lo que supone un incremento del 10% respecto al año anterior, un salto en el presupuesto militar que no se veía desde el final de la era Bush. Esta escalada presupuestaria será compensada con un plan de recortes general del mismo montante, que será especialmente duro con las partidas destinadas a los «planes de ayuda exterior».

EEUU, la única superpotencia, tiene la maquinaria militar más poderosa del planeta. Dedica el 3,3% de su PIB -unos 600.000 millones de dólares al año- a mantener su costosísimo aparato de agresión bélica. La distancia es sideral: es más que la suma del gasto militar de sus 8 inmediatos perseguidores. En total, uno de cada seis dólares de gasto público en EEUU va a Defensa.

No es suficiente para Donald Trump. “Tenemos que empezar a ganar guerras”, ha dicho. Para hacer que ‘América sea grande de nuevo’, la fracción de la clase dominante norteamericana representada por la nueva Casa Blanca ha apostado por un fortalecimiento decidido del brazo militar. Trump ha anunciado un aumento de gastos militares de 54.000 millones de dólares, un incremento del 10% respecto a lo que ahora se destina a esa partida.

Gastos militares USA: ¿cuánto, dónde, para qué?

De los 596.000 millones de dólares al año (2016) que EEUU dedica oficialmente a su presupuesto de Defensa, la US Navy (armada) consume alrededor de un tercio, el US Army (tierra) otra cuarta parte, y la US Airforce un 20%, pero también la inteligencia militar gasta 80.000 millones. La superpotencia cuenta con 1,5 millones de efectivos militares y 1,1 millones de reservistas, distribuidos en seis comandos regionales que cubren todo el planeta. De ellos 200.000 militares se encuentran destacados en las cerca de 1.000 bases que el Pentágono dispone en otros países. Cerca de 15.000 de ellos se encuentran aún en Afganistán, Irak y Siria. Más de 67.000 soldados están desplegados en toda Europa, en bases militares de Alemania, Reino Unido, Italia y España, las repúblicas exsoviéticas del Báltico y Turquía. Otros 97.000 en la región de Asia Pacífico, así como al menos 5.500 en Iberoamérica y otros tantos en África.

El rearme también incluye el terreno nuclear, no incluido en el presupuesto anterior. Trump ha anunciado que desechará los compromisos de desarme de ojivas atómicas alcanzados durante la Era Obama -los tratados New START firmados con Rusia en 2010- y ha anunciado su deseo de ampliar el arsenal nuclear: “Soy el primero que querría ver al mundo sin armas atómicas, pero no podemos quedarnos por detrás de ningún país, aunque sea amigo. Nosotros tenemos que estar a la cabeza de la manada”. El arsenal atómico norteamericano está compuesto por 2.150 ojivas nucleares activas (1.950 estratégicas y 200 tácticas) más otras 2.800 en reserva y unas 3.000 almacenadas (para un desmantelamiento que quizá ahora no se produzca).

En el presupuesto militar “oficial” tampoco está incluido el gasto de la CIA (40.000 millones/año) y de la familia de 20 agencias de inteligencia y seguridad nacional, ni los fondos vinculados a la “guerra contra el terrorismo” o las operaciones encubiertas de intervención en otros países (América Latina, Oriente Medio, Ucrania…). Ni tampoco la NASA o el Departamento de Energía, que destinan más de la mitad de sus fondos a actividades de Defensa. Sumados todos los gastos relacionados con el aparato militar, de intervención y control hegemonista, EEUU dedica cada año más de un billón de dólares sólo a este concepto, lo que equivale a que el 90% de todos los impuestos que pagan las familias norteamericanas en un año.«Para hacer que ‘América sea grande de nuevo’, la fracción de la clase dominante norteamericana representada por Trump ha apostado por un fortalecimiento del brazo militar.»

Junto al rearme del Pentágono, Washington está poniendo firmes a sus aliados de la OTAN para que incrementen de una vez su presupuesto militar hasta el 2% de sus respectivos PIB. La reciente gira del vicepresidente Mike Pence por Europa, así como el cónclave de la Alianza -donde el Secretario de Defensa, James Mattis, fue muy incisivo- ha servido para imponer plazos en este objetivo. Sumados a los presupuestos militares de EEUU, el gasto militar actual de 227.000 millones dólares al año de sus vasallos de la OTAN suponen casi el 50% del presupuesto bélico mundial. Si sumamos el de países aliados de Washington como Arabia Saudí o Japón -que también se están rearmando aceleradamente- el porcentaje se acerca al 60%.

El rearme de 54.000 millones de dólares más al año es equivalente aproximadamente a todo el presupuesto militar de Reino Unido, la quinta nación en gasto militar del mundo. La Casa Blanca insiste en que tiene carácter disuasorio. “Nadie se atreverá a cuestionar nuestro poder militar otra vez. Creemos en la paz desde la fortaleza”, ha dicho Trump. Pero es más que evidente que tanto sus actos como sus palabras (“tenemos que empezar a ganar guerras”) le delatan. El hegemonismo norteamericano se prepara para desatar nuevas guerras de agresión para defender sus intereses.

¿Dónde y contra quién?. El objetivo geoestratégico principal es la contención de China. Aunque EEUU tiene intereses que defender en los cinco continentes, desde hace tiempo los estrategas de Washington intentan denodadamente concentrar sus fuerzas militares en la región del Asia-Pacífico, donde ya dispone de la mitad de sus efectivos en el extranjero. Los escenarios de conflicto en Oriente Medio, norte de África o este de Europa serán ocupados por sus aliados de la OTAN.

Aunque el objetivo primordial de este rearme es obviamente fortalecer el colosal aparato de dominio militar que es el garante -en última instancia- de la hegemonía de la superpotencia norteamericana, la inyección de gigantescos capitales en defensa es además es un potente estímulo a la economía estadounidense. “Reforzar el sector militar es barato. Estamos comprando paz y afianzando nuestra seguridad nacional. Además es un buen negocio. ¿Quién construirá los aviones y barcos? Trabajadores americanos”, ha dicho Trump.

No se trata sólo de salvaguardar o aumentar la insalvable distancia en el terreno militar que les separa de sus rivales geoestratégicos: la inversión militar como garrote y como motor de la economía es una vieja receta de los halcones de Washington. El aumento del presupuesto de Defensa busca dar una potente inyección de capital a un complejo militar-industrial cuyos desarrollos en alta tecnología militar encuentran siempre un doble uso, un rápido y muy lucrativo retorno como tecnología civil. Mercancías como la telefonía móvil, internet o el microondas tienen su origen en la inversión militar.

Sacando recursos de otras partidas.

Claro está que la economía norteamericana ha perdido mucho fuelle y se encuentra cada vez más lastrada por el peso de su cada vez más pesada y costosa armadura militar. Así que Donald Trump compensará el colosal aumento del presupuesto de Defensa con un recorte generalizado en otras partidas.

El tijeretazo -dado que el gobierno Trump ya tiene abiertos numerosos frentes domésticos- evita tocar los dos capítulos de gasto que -aunque son los más cuantiosos- son los políticamente más sensibles: las pensiones de la Seguridad Social y el programa público-privado de asistencia sanitaria a los jubilados (Medicare). El aumento de presupuesto militar va a ir acompañado de una bajada general de impuestos y el desmantelamiento de reforma sanitaria (Obamacare) y también de una intensa desregulación financiera que multiplicará los beneficios de los grandes de Wall Street.

¿De dónde saldrá entonces el dinero?. La mayoría de las agencias federales verán reducciones de un 10% en su financiación. Se han anunciado una reducción drástica -de dos tercios de su presupuesto de 9.000 millones- para la Agencia para la Protección Medioambiental (EPA). Pero sobretodo el recorte más draconiano se lo lleva el el gasto de «ayuda al exterior» del Departamento de Estado, una jugosa partida de 20.000 millones al año que supone alrededor del 1% del presupuesto federal.

Reforzar el ‘poder duro’ a costa del ‘poder blando’

Este último recorte supone un duro golpe presupuestario (-37%) para la Agencia Estadounidense para el Desarrollo (USAID) y ha soliviantado a 120 generales y almirantes retirados, entre ellos figuras tan destacadas como el antiguo director de la CIA David Petraeus, o el ex jefe las fuerzas armadas George Casey. En una misiva dirigida a los líderes del Congreso y a los principales secretarios gubernamentales, este grupo de cuadros alerta del riesgo que supone reducir los programas de ayuda internacional.

“Sabemos por nuestro servicio de armas que muchas de las crisis que nuestra nación enfrenta no tienen solo una solución militar”. Los signatarios advierten que “estabilizar Estados débiles y frágiles que pueden detonar la inestabilidad” y el “mantenimiento del orden y la paz” que convienen a EEUU requieren de una jugosa financiación en forma de promoción diplomática o a través de sus agencias de cooperación. “Son críticas para prevenir el conflicto y reducir la necesidad de enviar a nuestros hombres y mujeres al frente”. «EEUU busca “volver a ganar guerras”. ¿Dónde y contra quién?. El objetivo geoestratégico número uno es China. «

La indignación de ese grupo de ex-altos mandos de la superpotencia no tiene nada que ver con los objetivos “humanitarios” o “democratizadores” de la ayuda exterior norteamericana. Bajo el manto de altruismo de la USAID y de otras ONGs gubernamentales financiadas desde el Departamento de Estado (NED, NDI, IRI…), Washington extiende sus redes de influencia e intervención por medio planeta, en especial por el Tercer Mundo. Entre 2002 y 2012, Latinoamérica vivió un auténtico desembarco de «ayuda exterior» norteamericana: solo en Venezuela la USAID y la NED invirtieron más de 100 millones de dólares con el objetivo de auspiciar a los grupos de oposición y crear 300 nuevas organizaciones contra el chavismo.

El incremento del presupuesto militar -a costa de reducir drásticamente la financiación de otros instrumentos de poder de la superpotencia- crea nuevas e intensas fricciones entre las dos líneas de la cabeza del Imperio.

EEUU sube la temperatura del rearme mundial

El gasto militar del planeta llevan incrementándose desde hace tres años en términos absolutos, pero no es un fenómeno al que contribuyan todas las grandes potencias por igual. ¿Quién calienta el rearme mundial?

EEUU anuncia una histórica escalada en su gasto militar, que con Obama -después de los primeros años de la retirada de Irak y del relajamiento respecto al exacerbado belicismo de Bush- aunque a otro ritmo, ya se venía produciendo. Con voz marcial, el Pentágono ha impuesto a la OTAN un incremento de sus presupuestos de guerra de hasta el 2%. Algo que para países como España significa duplicar su gasto armamentístico.

No es el caso de China. Después de conocer el anuncio de Trump, Pekín ha decidido no imitar el ejemplo de EEUU este año en materia de gasto militar. El presupuesto militar chino aumenta pero de manera contenida. Crecerá un 7% este año (como el anterior) después de varios haciéndolo al 10%. MientrasEEUU se prepara para desencadenar nuevas guerras para preservar su hegemonía, China -con un gasto en defensa de 215.000 millones de dólares al año, un tercio de EEUU- se prepara para responder al desafío de Washington en su propia región.

Tampoco el belicoso oso ruso ha aumentado su presupuesto militar, al contrario: lo ha disminuido. A pesar de estar participando activamente en el conflicto sirio y estar implicado encubiertamente en la llaga de Ucrania, según datos del Stockholm Peace Research Institute, entre 2014 y 2015 (último año del que se tienen datos) el Kremlin disminuyó su gasto bélico en un 21%.

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