El Observatorio

Ecuación infernal

La catarata verbal de amenazas, descalificaciones, admoniciones y anuncios apocalí­pticos que vienen protagonizando los dirigentes del Partido Nacionalista Vasco ante la más que probable perspectiva de que sean desalojados del gobierno de Vitoria después de que las elecciones del pasado 1 de marzo dieran, por primera vez en treinta años, la victoria a los partidos no nacionalistas, tiene una parte de «verdad» a la hora de expresar el temor de una casta a la hora de perder los privilegios y beneficios que le ha producido el dominio exclusivo del poder durante tres largas décadas; pero, además de ello, es la expresión de algo más profundo: perder el poder es la violación de su dogma más sagrado, la «identidad entre paí­s, pueblo y nacionalismo».

Para los nacionalistas vascos, en efecto, la érdida del poder no es sólo un drama político (dejar de controlar los inmensos resortes que a todos los niveles tiene en sus manos el gobierno de Vitoria) y un inmenso drama económico (inmenso por la ingente trama de relaciones y dependencias tejidas por el gobierno y la economía vasca durante los treinta años de monopolio del PNV, y que hace que al menos uno de cada cuatro empleos en Euskadi dependa de una u otra forma de favores, subvenciones y apoyos políticos), sino también un inmenso drama ideológico, una verdadera tragedia, porque de alguna manera con ello se pone en bancarrota su dogma esencial, aquel por el cual el nacionalismo es, por así decirlo, una "emanación natural" del pueblo, la expresión simbólica de su verdadera y única identidad y, en consecuencia, su único y legítimo representante. Si todo eso es así, es "imposible" que el nacionalismo no gobierne. Sólo una maquiavélica tergiversación de la realidad o una maniobra artera y desvergonzada puede estar en la base de su salida del poder. No es posible que el pueblo haya decidido que ellos no gobiernen. Eso es metafísica y matemáticamente imposible. Si metáfisicamente es cierto que el nacionalismo vasco es la identidad misma del pueblo vasco, no es posible que los nacionalistas pierdan el poder a menos que el pueblo vasco haya dejado de serlo: y de que eso no haya podido ocurrir ya se han ocupado ellos estos treinta años ya sea con el adoctrinamiento masivo, el terror implantado por su rama violenta y la limpieza étnica desarrollada implacablemente con la colaboración activa de todas las ramas del tronco nacionalista.Pero si esto es así, si -según ellos- el "pueblo vasco" sigue siendo "el pueblo vasco", y la identidad pueblo = nacionalismo sigue siendo metafísicamente cierta, entonces es imposible que "matemáticamente" puedan perder el poder. Ni la filosofía ni la ciencia "nacionalista" admiten la posibilidad de la derrota. Por tanto, sólo cabe la trampa o, aún peor: la "convicción" de que lo que se avecina en Euskadi es un "golpe" institucional, una usurpación aparentemente legal, pero realmente violenta del poder, que sólo a ellos legítimamente les corresponde ejercer, porque su legitimidad va más allá de un mero recuento de votos. Su legitimidad se ampara en verdades superiores: se ampara en la metafísica y la matemática nacionalista, cuyo "summum" es la ecuación etnia = lengua = pueblo = nación = gobierno nacionalista.Y esa ecuación exacta e infalible es además eternamente cierta. Una verdad de tal orden que para que se cumpla siempre está justificado todo, y cuando digo "todo", digo "todo": incluso el terror. Lo que tampoco es una peculiaridad única y exclusiva de este caso: la historia está llena de casos en que ecuaciones diabólicas como esas han acabado en matanzas inenarrables y largos reinados del terror.La derrota del 1 de marzo y la previsible salida del nacionalismo del gobierno de Vitoria no van a acabar, muy probablemente, con la muy asentada creencia de los nacionalistas vascos en sus dogmas, sus mitos y sus ecuaciones diabólicas. Pero sí va a representar un tremendo golpe simbólico a toda esa funesta trama ideológica y, lo que es más importante, a los incontables mecanismos de opresión, violencia y humillación que han puesto en pie para garantizar la hegemonía y la eternidad de su "verdad". Sólo por ello, desalojarlos del poder en Vitoria es una necesidad: lo que está en juego, ante todo, es la libertad.

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