Exhaustos, los ciudadanos griegos dejaron masivamente de pagar sus impuestos, especialmente la odiada tasa inmobiliaria incluida en el programa de rescate, nada más convocarse las elecciones que precisamente se celebran hoy. Dan por descontada, y sin duda apoyan, la victoria de Syriza, y aplican anticipadamente su propia visión de lo que entienden por quita de la deuda. Una concreción a escala microeconómica del gran debate que centrará la atención de la política europea en las próximas semanas. Esa aplicación directa del fin del programa alemán de pago de la deuda que se está produciendo ya en las casas griegas define el contexto de las posibles negociaciones entre la troika (los acreedores institucionales de Grecia, el Banco Central Europeo, el Fondo Monetario Internacional y la Comisión Europea) y el nuevo Gobierno griego: el hundimiento fiscal de los ingresos del Estado a consecuencia de la rebelión de los contribuyentes y la imposibilidad de mantener el programa económico de devolución de la deuda y continuidad de los ajustes una vez los ciudadanos griegos hayan emitido su voto.
No sabemos qué importancia ha tenido el factor griego en la decisión del BCE de lanzar el pasado jueves su programa de compra masiva de deuda pública, a razón de 60.000 millones de euros al mes hasta por lo menos septiembre del 2016. Pero no debe haber sido menor. Mario Draghi se ha anticipado al desenlace electoral con un anuncio que, de momento, evita la confluencia hoy mismo de las turbulencias políticas que provocará el recuento de los votos con las dudas sobre el estado económico de la eurozona.
Frente a la onda griega, el italiano ha construido un muro con una masa ingente de flamantes euros recién impresos para tranquilizar a los mercados. Incluso para tenerlos como aliados. Mañana esa fortaleza será sometida a la primera prueba, pero el pastel cocinado por el BCE es de una dimensión suficiente como para deleitar a los inversores durante un considerable lapso de tiempo.
Pero como no hay pro sin contra, el movimiento avanzado el jueves en Frankfurt ha provocado una seria fisura con Berlín, Angela Merkel, y con el principal accionista del BCE, el Bundesbank alemán, presidido por Jean Weidmann. Mientras el grito de combate en el sur de Europa pide la reestructuración de la deuda, el que recorre Alemania se pregunta “¿Qué pasará ahora con mi dinero”, con el que el populista Bild decidió asustar a las conservadoras clases medias germanas desde su portada del pasado viernes.
Con el plan de compras masivas ya aprobado, anunciado al mundo y preparado para arrancar a partir de marzo, el terreno de la disputa se desplaza pues de nuevo a la política. Y el primer episodio es precisamente Grecia.
El acuerdo del BCE deja temporalmente fuera de las compras de deuda al país, aplazando la decisión final al próximo mes de julio. Un calendario político con mimbres técnicos que convertirá la formación del nuevo Gobierno en Atenas en una auténtica negociación mundial, con media docena de gobiernos y organismos internacionales implicados, además de mercados y bancos.
Si nos atenemos a las declaraciones realizadas por los responsables políticos alemanes, y si como parece evidente estos encabezan la representación de la eurozona, no habrá fiesta de bienvenida si Syriza llega al gobierno griego. Para Angela Merkel, el expediente heleno es la primera oportunidad para intentar dejar claro que la barra libre de liquidez del Banco Central Europeo no incluye el entierro de su programa de ajustes, recortes y devolución de la deuda.
La tentación de convertir en un infierno para los ciudadanos griegos el resultado de sus elecciones es muy poderosa. Con el argumento, además, de que servirá de cura preventiva para otros cuerpos electorales actualmente inclinados a votar en idéntico sentido, como en el caso de España.
Draghi, en cambio, desmintiendo el tópico del banquero central tecnocrático, aburrido y autista social, se muestra más inclinado a utilizar la máquina del dinero para apuntalar los elementos más positivos de la coyuntura económica, desde la caída de los precios del petróleo a una cierta reactivación del crédito, contrarrestando los más negativos, caída de precios y persistencia de un altísimo paro.
El muro de euros lo es también para la economía española, con cierta tendencia a seguir más el ciclo de la norteamericana, ahora en crecimiento, que la europea. Cuando Alemania estaba estancada, coincidiendo con el nacimiento del euro, la española caminaba decidida hacia la burbuja. Ahora, un repunte cíclico, tras las dos largas recesiones, recibe el aliento del petróleo barato y una política monetaria ultraexpansiva. Se escucha cierto murmullo eufórico. No es extraño que Mariano Rajoy quiera celebrar las elecciones lo más tarde posible, tal vez así la recuperación también le alcance a él y a su partido, debe pensar. Aunque Draghi, como le recordaban a César, es mortal.