De Antoni Tapies a Isabel Quintanilla

Dos miradas, una misma pasión

Las obras de Tapies y Quintanilla nos ofrecen dos miradas, de la abstracción al realismo, que a través de dos vías muy diferentes buscan un mismo fin: captar el poder y el misterio de la realidad

Dos exposiciones nos permiten viajar entre dos miradas que el arte ha adoptado, y sigue haciéndolo, en su aventura por enfrentarse a una realidad material, desde la figura humana a la naturaleza o los objetos más cotidianos, siempre percibida como fascinante y misteriosa.

El Museo Reina Sofía nos presenta una de las exposiciones más completas dedicadas a la obra de Antoni Tapies, una de las figuras emblemáticas y de alcance global, de la abstracción.

Y el Museo Thyssen nos ofrece la primera exposición monográfica de Isabel Quintanilla, integrante del grupo conocido como “realistas madrileños”, al que también pertenece Antonio López.

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Antoni Tapies

El arte está hasta en los calcetines

En 1992 Tapies recibió del Ayuntamiento de Barcelona el encargo de decorar una de las salas de la sede del Museu Nacional d´Art de Catalunya. Su intención era levantar una imponente escultura de 18 metros de altura… de un inmenso calcetín.

Antoni Tapies en su estudio, junto a alguna de sus obras

En palabras del artista catalán, consistía en “un humilde calcetín en cuyo interior se propone la meditación y con el que quiero representar la importancia en el orden cósmico de las cosas pequeñas”.

A pesar de que Tapies era ya un artista de renombre mundial, su proyecto fue rechazado por las autoridades.

No era una provocación gratuita. El artista catalán sabía que “para expresar cosas importantes no hace falta utilizar grandes recursos ni imágenes grandiosas. En una mota de polvo puede estar contenido todo el universo”.

Lo que permite desentrañar el misterio de las cosas, de las más modestas, como un calcetín, es la mirada del artista. Una sensibilidad, la de convertir en objeto de atención del gran arte no los diamantes sino un aparentemente insignificante limón, está en Zurbarán o Velázquez y en las vanguardias que Tapies representó.

Su obra nace impulsada por el surrealismo y el dadaísmo, como miembro destacado de Dau al set, el grupo que abrió nuevos horizontes en la noche de la postguerra.

En una mota de polvo puede estar contenido todo el universo” (Antoni Tapies)

Para adentrarse cada vez más en la abstracción, a través de lo que se conoce como “pintura matérica”, en la que se emplean, como parte de la obra, materiales como la arena o el polvo de mármol. Y que desemboca en la utilización de objetos considerados inservibles, aparentemente desechables, como cuerdas, papel o retales.

Adquiriendo la obra artística una nueva textura, muy alejada de lo que se habían considerado los cánones, conformando un “art brut” -arte sucio-, tan manchado de barro como la realidad que todos vivimos.

Y empleando de manera recurrente signos que inundan o protagonizan la obra, desde cruces a lunas, números, letras, asteriscos, figuras geométricas… que adquieren el carácter de símbolos. Un recurso que enlaza esta vanguardia con algunas pinturas paleolíticas, donde la humanidad, en sus primeros acercamientos al arte, utilizó esos signos como vía para expresar toda una concepción del mundo.

La obra de Tapies, reconocida en todo el mundo, abarca múltiples facetas, desde la pintura a la escultura. Pero siempre buscando un fin expresado por Tapies: “una obra de ate debería dejar perplejo al espectador”.

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Isabel Quintanilla

Lo pequeño es grande

“Homenaje a mi madre” de Isabel Quintanilla

En las décadas finales del siglo XX en casi todas las casas de España encontrábamos los “vasos de Duralex”. Un objeto cotidiano, que empleamos diariamente sin fijarnos en él. En la exposición que el Thyssen dedica a la obra de Isabel Quintanilla hay hasta doce cuadros dedicados a mirar esos modestos vasos.

Y cuando, como espectadores, nos enfrentamos a los vasos de Quintanilla descubrimos que son los mismos pero muy diferentes de los que teníamos en casa. Gracias a la mirada de la pintora adquieren una dimensión casi homérica, advertimos en ellos un misterio, un algo inexplicable en el que nunca habíamos reparado.

Isabel Quintanilla pertenece a un grupo de artistas, desde pintores a escultores, hombres y mujeres, que bebieron del caudal del realismo para darle un nuevo vuelo. Con figuras tan destacadas como Antonio López.

Quintanilla fue ampliamente reconocida en Alemania, pero no en España. La misma autora revelaba uno de los motivos de peso: “En España eras mujer. No eras nadie, no pintabas”.

Quintanilla encuentra en lo pequeño y modesto el misterio que impulsa el arte

A través de la mirada de Quintanilla lo pequeño se vuelve grande. Es capaz de plasmar la enorme carga de emoción, de verdad, que existe en cada cosa.

Como en “Homenaje a mi madre”. En una destartalada máquina de coser está la historia de su madre, que trabajó de modista para mantener a Isabel y su hermana, tras la muerte de su padre en la Guerra Civil.

En cuartos de baño, idénticos a los que visitamos diariamente, pero que en sus cuadros tienen un poder magnético, se convierten casi en altares.

O con ventanas que ocupan todo el lienzo. A veces abiertas, empujándonos a la realidad que hay fuera. Otras cerradas y recubiertas con verjas, recluyéndonos en el interior.

Isabel Quintanilla encontraba en lo pequeño, en lo más modesto, la emoción, el motor que impulsaba su pintura.

Antonio López nos ha repetido que el realismo es muchas veces una aventura de riesgo. Isabel Quintanilla lo confirma en declaraciones donde recuerda que su obra no interesaba a las autoridades porque “pintaba un vaso de Duralex y eso no era exportable, no era un bodegón holandés con su cristal de Bohemia y sus porcelanas finas”.

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