Centenario Reinhardt

«Dos dedos»

El inacabable universo gitano. Desde los orí­genes mismos de la música, hasta su extensión por todo el mundo, sus diferentes manifestaciones y las maravillas que surgen de su mestizaje: Ara Malikian – un gitano armenio en la música clásica -, Kocani Orquestra – la banda gitana macedonia -, el genio de Pepe Habichuela… y un Paco de Lucí­a belga que a principios de siglo marcó al jazz con fuego gitano: Django Reinhardt.

A rincipios del siglo XX, en 1910, nació Liberchies (Bélgica) el que sería el músico gitano más influyente en el mundo del jazz: Django Reinhardt. Criado en un asentamiento de manouches – gitanos establecidos a finales del siglo XIX en Bélgica – a las afueras de París, se convirtió en un maestro del banjo y la guitarra, navegando del swing al bebop e imprimiendo a todo el sonido “gypsy”. Su particular estilo se sobrepuso a la dificultad que suponía tocar solo con dos dedos de la mano izquierda, inutilizados en un incendio del que sobrevivió a los 18 años. Para los no entendidos puede encontrarse fácil en la red: “J´attendrai” con el pianista Stephane Grappelli, el último trabajo cinematográfico de Tony Gatlif “Mágia Zíngara”, el disco “Reunión de gitanos” de Tchavolo Scmitt, el concierto de su sobrino, Mandino Reindhart con Marcel Loeffler en Strasburgo, con sello familiar, y el Django Reindhart New York City Festival que se celebra cada año, un festival de continuo homenaje al gypsy jazz que recoje algunas de las más increíbles manifestaciones jazzísticas. En las últimas semanas, como suele pasar en estos casos celebratorios, cumplidos los cien años del nacimiento de Reinhardt, el debate se ha volcado en si es o no el mejor representante del jazz europeo… multitud de nombres han salido al ring, hasta el del incuestionable Paco de Lucía. Ridículo y estéril. Como si la música se desarrollase a través de genios que poseen la exclusividad de la “llama”, del “don”, al margen de sus antecesores, la época que le ha tocado vivir y el flujo de ida y vuelta con todo lo que es música a su alrededor. Y más en el caso de la música gitana. Ninguna otra es tan colectiva, tan de todos, hecha por todos. Hasta el más alto bastión está siempre rodeado de decenas de apoyos sobre los que se construye su música como una gran fiesta tribal. El centenario de este genio del jazz ha de servir para reencontrar los profundos y, a veces, ocultos lazos que ligan, no a la etnia, sino a la cultura oral milenaria que bebiendo de todas la fuentes del camino, rinde culto a un mismo “dios”: el duende. Django desconocía la lectura musical, improvisaba, componía y tocaba para que otros pudieran transcribir sus composiciones. Charlie Parker le dio la pista del bebop, de tal manera que Reinhardt se metió de cabeza en él a golpe de duende. Su virtuosismo y brillantez le abrieron caminos para grabar con figuras de la talla de Coleman Hawkins, Benny Carter, Eddie South, Dickie Wells y Bill Coleman y ser el invitado de lujo en el Carnegie Hall de Nueva York (1946) para tocar junto a la orquesta de Duke Ellington. Un gitano en Nueva York recién acabada la II Guerra Mundial. Figuras como Scorsese o Woody Allen aprendieron de la música con Reinhardt, y no hay músico de jazz que no haya pasado por él. Algo tiene y no es solo genialidad, es duende. Y el duende no es solo de uno, como una posesión, sino del arte colectivo, de la fiesta de la vida y la muerte. Preocuparse por desvelar estas claves es mucho más interesante que entorpecer el homenaje con una visión elitista plagada de criterios individualistas que nada dicen y nada enseñan.

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