Dos años de gobierno de izquierdas en Portugal

La izquierda española debe tomar buena nota de las lecciones que nos llegan del país vecino y hermano.

Se cumplen ahora dos años del triunfo electoral de la izquierda en Portugal y del ascenso del gobierno socialista de Antonio Costa, apoyado por comunistas y Bloco de Esquerdas. Lo que fue al comienzo tildado despectivamente por los medios de la derecha lusa como el «Gobierno de la geringonça» -una palabra equivalente a nuestro «galimatías»- vaticinando su corta vida y desastrosa gestión, ahora despierta admiración. Ha sacado a Portugal de la crisis, revirtiendo recortes y desandando el camino de la austeridad impuesto por la troika. Subiendo sueldos y pensiones, recuperando inversión pública en sanidad y educación y mejorando las condiciones de vida de los portugueses.

La última medida que ha aprobado el gobierno socialista con el apoyo de comunistas y bloquistas es una ley que obliga a pagar lo mismo a hombres y mujeres. Un hito que en España la izquierda lleva décadas exigiendo.

Es el último éxito de un «gobierno de la geringonça» que a pesar de su despectivo mote, habla un idioma que suena muy bien para la inmensa mayoría de los trabajadores y clases populares portuguesas. No solo lleva dos años haciendo bajar el paro (del 15% inicial al 9,4% actual), sino que es el país donde el empleo crece más en la zona euro, el doble que la media europea. Pero además lo han hecho subiendo el salario mínimo en un 5%, cosa que ha afectado muy positivamente al 20% de los trabajadores; subiendo pensiones y subsidios a jubilados; recuperando la inversión y la calidad de la Sanidad y la Educación públicas (incrementando las becas y disminuyendo las tasas universitarias); favoreciendo el empleo indefinido y el contrato juvenil; paralizando la privatización de los transportes públicos o de la aerolínea nacional impulsados por su predecesor, el conservador Passos Coelho.

Seguramente el idioma de este gobierno de izquierdas no suena tan bien a los oídos del capital extranjero, del FMI o de las autoridades comunitarias, puesto que desde el principio decidió girar 180º respecto a algunas de las principales «recomendaciones» de austeridad. Sin embargo, los resultados macroeconómicos de Portugal no les han dado la oportunidad de replicar. “Portugal ha reducido su déficit por debajo del 3% en una forma duradera”, reconoce el comisario Moscovici, y por tanto abandonará la estricta vigilancia a la que los «hombres de negro», escapando del «brazo correctivo del Pacto de Estabilidad» (el de las sanciones), en el que permanecen Grecia o España. Las inversiones y exportaciones portuguesas crecen en torno al 10%, y Portugal crece al 2,9%, el doble que el año anterior, un ritmo incluso mayor que el registrado en el periodo de bonanza anterior a la crisis.

En palabras del ministro de Economía socialista, «acabamos con la austeridad, subimos salarios y pensiones, adoptamos una política moderada y responsable, aseguramos que no habría más recortes”, y lo han cumplido. Mientras la socialdemocracia europea languidece o se hunde en la miseria por sus políticas de servilismo absoluto a las exigencias de los grandes capitales y de los centros de poder, las elecciones municipales han premiado al partido socialista de Costa con una gran victoria electoral, comprobando cómo decir no a los recortes sale muy rentable, y que desobedecer a las «recomendaciones» de Bruselas o el FMI equivale a más crecimiento. Y también a un mayor respaldo popular, expresado en votos.

La izquierda española debe tomar buena nota de las lecciones que nos llegan del país vecino y hermano. Lo que aquí suena como un galimatías -un gobierno de progreso (PSOE, Unidos Podemos y Ciudadanos) que, a pesar de sus diferencias programáticas permitiera desmantelar todas las políticas del PP y que representara un gobierno «incómodo» a los proyectos de los centros de poder sobre España- quizá solo lo parezca porque a las clases dominantes les suena horriblemente mal, porque su apuesta segura es que siga gobernando Rajoy. Quizá sea hora de apostar por las «geringonças».

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