Nuevo plan de estí­mulo de 1,15 billones de dólares

Dios no juega a los dados. ¿Y Obama?

La mente cientí­fica más genial de nuestra época, Albert Einstein, afirmó una vez -para expresar su convicción de que las leyes de la naturaleza pueden ser conocidas de forma objetiva- que «Dios no juega a los dados». Si levantara hoy la cabeza, no es nada seguro que pudiera decir lo mismo del Tesoro norteamericano y la Reserva Federal.

Un nuevo plan de estímulo, valorado en 1,15 billones de dólares, acaba de ser aprobado para tratar de reflotar la economía norteamericana. De ese total, 750.000 millones de dólares son de ampliación de los fondos de la Reserva Federal (FED) a fin de que las entidades financieras puedan seguir teniendo barra libre para retirar toda la liquidez que precisen y se les proporcione todas las inyecciones de dinero necesarias. De momento, son ya 3 billones de dólares (casi dos veces y media el PIB español, más de 380 billones de las antiguas pesetas) de dinero de los contribuyentes lo que la FED lleva inyectado en el sistema financiero. Pero la gran sorpresa de la decisión ha sido el anuncio de que de esa cantidad, 300.000 millones de dólares se van a utilizar para comprar bonos de deuda pública del propio Tesoro. Es decir, y para tratar de explicarlo sencilla y prácticamente: la Reserva Federal (norteamericana) va a comprar bonos del Tesoro (norteamericano). ¿Con qué? Con nuevos dólares (norteamericanos) que el Tesoro (norteamericano) ha autorizado imprimir a la Reserva Federal (norteamericana). ¿No les ha pasado nunca jugando al Monopoly (o asimilables) que, en un momento dado, un participante, tan absolutamente enfrascado como arruinado, proponga seguir en el juego utilizando para ello cualquier otro papel escrito al que se convenga en darle el mismo valor que los billetes originales del juego? Pues eso, aproximadamente, es lo que acaban de decidir las autoridades monetarias estadounidenses. ¿Qué se pretende con este doble movimiento? Intentar que las grandes instituciones financieras relativamente sanas (las zombis bastante tienen con pagar deudas y cubrir pérdidas) dejen de atiborrarse de liquidez en la Reserva federal para utilizar luego ese dinero, no en conceder créditos a las familias y las empresas, sino en invertirlo en bonos del Tesoro USA, con una rentabilidad mucho mayor (puesto que el precio del dinero en EEUU está al 0,25%) y una fiabilidad se supone que absoluta. Con este movimiento se trataría de hacer una compra masiva de bonos del Tesoro, bajar rápidamente su remuneración (con lo cual, además, el Tesoro tiene que pagar menos intereses) y hacerlos menos atractivos para la banca privada. Confiando de esta manera que el crédito se abarate y se encauce hacia la economía privada. Una decisión arriesgada, puesto que en economía –y menos en la era de la globalización– la conjunción de los distintos factores no da un resultado de suma cero. Es posible (aunque es toda una incógnita) que esta nueva medida reactive el crédito, pero lo que es seguro es que va a tener consecuencias no tan beneficiosas a corto y medio plazo. A corto porque esta nueva y masiva fabricación de dólares está provocando una caída abrupta del dólar (más de un 10% con respecto al euro en una semana), lo cual a su vez, aunque abarate y haga más competitivas sus exportaciones, encarece unas importaciones que sólo en el pasado mes de enero subieron a 160.900 millones de dólares. A medio plazo porque un descenso en el valor del dólar, combinado con la bajada del interés que ofrecen los bonos del Tesoro puede inducir (como ya han advertido por dos veces los dirigentes chinos en la última semana) a un progresivo alejamiento de los inversores internacionales, justo en el momento en que EEUU, debido a los distintos planes de estímulo y rescate tiene la mayor necesidad de financiación exterior de su historia. En las primeras semanas de la crisis, allá por septiembre de 2007 cuando la caída de Bearn Stearns, las autoridades económicas estadounidenses insistieron hasta el cansancio que no querían repetir los errores de sus antecesores en el cargo durante la crisis del 29. Dieciocho meses después, cada vez parece más claro que lo que quieren es cometer los suyos propios.

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