Literatura

Diario de un Mal Año

Nacido en Ciudad del Cabo (Sudáfrica) en 1940, con largos años de residencia, estudios y docencia en Gran Bretaña y Estados Unidos, más de dos décadas como catedrático de lengua y literatura inglesa en la Universidad de El Cabo y una larga permanencia ya, de más de un lustro, en Australia, no cabe duda de que podemos considerar a J. M. Coetze como el más genuino de los escritores anglosajones contemporáneos.

Ganador del Premio Nobel en 2003 y único escritor de lengua inglesa galardonado dos veces con el Premio Brooker, Coetze es, además de uno de los grandes escritores vivos, una referencia indiscutible en el mundo literario e intelectual anglosajón. “Diario de un mal año”, su última obra, reeditada estos días en una edición de bolsillo muy asequible, es un libro extraordinariamente singular, que los “uristas” no aceptarán como una novela, y que se inscribe dentro de ese nuevo molde narrativo que combina el ensayo, la autobiografía y la ficción, que en Europa han ensayado con notables resultados autores como Claudio Magris o Sebald, y que cuenta en la tradición hispana a precursores y verdaderos maestros, como Sergio Pitol, Ricardo Piglia o Enrique Vila-Matas. La estructura del libro está directamente inspirada en la que Carlos Fuentes utilizó en “La muerte de Artemio Cruz”. Cada página está dividida en tres niveles distintos, separados entre sí por una discreta línea horizontal, como si fuera un edificio de tres plantas. En cada una de ellas se escenifica un drama, y los tres están interrelacionados. El nivel o planta superior está ocupado (en la primera parte del libro) por una serie de ensayos brevísimos que el protagonista (un escritor mayor llamado C, nacido en Sudáfrica y que vive en Australia: o sea, una voz narrativa que evoca directamente a Coetze) está escribiendo para un libro colectivo sobre temas actuales que se va a editar en Alemania y que se titulará, al parecer, “Opiniones Contundentes”. En la segunda parte del libro, esta planta superior sigue ocupada por opiniones de C, pero esta vez, en vez de mini-ensayos, se trata más bien de reflexiones de tipo personal, más propias de un Diario. El segundo nivel de la página contiene también la voz de C, pero en un registro claramente de ficción. Un día, mientras espera en la lavandería, se queda hipnotizado por una joven de asombrosa belleza y juventud. Punzado por el deseo, C la busca de nuevo hasta dar con ella y la convence de que trabaje para él tecleando y corrigiendo sus ensayos. En la segunda planta del libro asistimos, pues, al relato de la relación entre la joven Anya, una filipina de 29 años, y C, un escritor de 72 años: un tema similar al que evoca García Márquez en su última novela (“Memoria de mis putas tristes”) y que remite, ante todo, a un ejercicio de asunción por parte de C de la imposibilidad de alcanzar ciertos deseos, que han sido suyos, pero que la vejez aleja inexorablemente. Por último, en el tercer nivel, o inferior (que sólo comienza a partir de la página 37, pero que va ganando espesor a lo largo de la novela) asistimos al creciente conflicto que la nueva relación entre Anya y C produce sobre la relación (aparentemente consolidada) entre Anya y su compañero Alan. Lo esencial aquí no es que Alan se sienta cada vez más celoso y acabe rompiendo con Anya, sino que Alan funciona “narrativamente” como un verdadero y perfecto contrapunto de C. C, como Coetze, es un hombre progresista, de izquierdas, un hijo del 68, adscrito a determinados valores y decidido a alertar al mundo –aunque sea desde su modesta tribuna – de la catástrofe que representa la quiebra y el abandono de esos valores. Alan es, por el contrario, el “hombre nuevo”, un broker de la bolsa, bien formado, con una mentalidad práctica, eficiente, convencido del fin de las ideologías y del triunfo definitivo e incontestable del capitalismo, que replica desde esa mentalidad de acero las opiniones “anticuadas” de C. Celoso, además, de que Anya se preste a ser objeto de los “pensamientos pícaros” de C, planea apoderarse –mediante un ingenioso truco informático – del dinero del viejo escritor, lo que acaba provocando la ruptura entre los tres. Al final los dramas vividos en los tres pisos y difícilmente engarzados, acaban cambiando la vida de los tres protagonistas. Fin de la ficción. Pero ¿esto es todo? Evidentemente no. Coetze no ha elegido al azar esta novedosa estructura narrativa. Más bien la estructura le ha venido impuesta por la necesidad de dar un cauce al terrible malestar que el libro respira por todos los poros. Aunque Coetze habla de muchas cosas y muy dispersas (desde el origen del Estado a la pedofilia), el núcleo esencial de las ideas (y del “mal año” al que hace referencia el título) se concentra en cuestiones como la guerra de Irak, Guantánamo, las torturas, el terrorismo, la lucha contra el terrorismo, los atentados suicidas, las legislaciones antiterroristas, la nueva censura, el miedo, cómo se inocula y alimenta el miedo, y sobre personajes como Bush, o Blair, o Rumsfeld, o Cheney, o el primer ministro australiano…, en definitiva, pone en el ojo del huracán la política de los países anglosajones y a sus dirigentes. Coetze, que ha vivido tan cerca la experiencia del apartheid sudafricano, está convencido de que esta nueva ola de sangre y fuego, de deshonor e indignidad, de violencia y de muerte, acabará pasando una factura terrible al mundo anglosajón. No será posible escapar al castigo. Y el castigo será terrible. Coetze hace en este libro un intento desesperado de apelar a la conciencia, al sentimiento de vergüenza, a los restos de dignidad, para enfrentar lo que le parece una “deriva suicida”.

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