El Tiempo encontrado

Diario cincuenta y dos

En la Escuela de Espectadores de Dubatti. Amistades de tantos años y cada vez más bastones para bajar escaleras. Da lo mismo. La imaginación sube por los recorridos que las propuestas de Dubatti señalan. Gente de Teatro. No importa la edad.

Tiempo de Coriolano. Mal dormido. Trotamundos de Flecha Bus voy buscando esa palabra que Shakespeare me presta como promesa de acción y me encuentro con Roberto Schneider y una sólida complicidad de hombre del Arte.

Marechal era Adán Buenosayres y una charla que alguna vez tuvimos interpelados ambos por González Tuñón y ahora es una sala de Teatro Municipal en Santa Fe que sabe a mi gente de Santa Fe y a mi madre y a la peletería de mis abuelos y acabara sabiendo a ese Coriolano que va atravesando mis fronteras del espíritu con una velocidad inesperada.

Quien entiende la acción puede crear. Quien no asume la acción como baluarte técnico ha renunciado a crear.

Ni cena ni una mierda. Mis amigos. Un extraño aquelarre de incertidumbres y valores de los buenos. Carmita y Camila llegan desde tan lejos y me alimentan desde tan cerca. Me miran. Quiero su mirada.

70 años. Los inicios de una escritura adolescente. Algo de eso debería intentar. Proyecto 70. Escapar a la inmediatez de lo tecno. Recuperar la caricia sobre la palabra escrita para ser leída y no la palabra dicha para ser escuchada. Pasa el tiempo y nunca he visto un escultor mejor. El tiempo.

Una fantasía. Que el poder de la técnica nos diera el poder de cambiar cosas en la realidad teatral hispanoamericana.

Hoy, en un Teatro con historia, un técnico que se llama Miguel defiende su pertenencia a un espacio. Lo escucho y le pido más. Nosotros en un rato le diremos a la luna que venga y alguien en este paraíso de sensibilidades perdidas y recuperadas, algo recibirá. Quizás.

Una palabra dicha y escrita. No es una acusación. Algún libro quedará y vendrán tiempos para creer que es posible e incluso rentable.

El Encuentro Futbol Arte en el Astral. El Nene Panno eligió bien y fuimos todo palabra y todo pelota y hasta a mí me pareció que era factible no desear más. Desear mejor.

Nietzsche. Parece escrito con el lenguaje y las acciones del deshielo. Un espectáculo lleno de petulancia, desasosiego y contradicción. Alguna vez podré con todo eso.

Dile a la luna que venga. El amor al ensayo como método catártico. Una dicha molecular que me envuelve.

Las luces iluminan la espera. No sé ya lo que espero, pero los estrenos no me estimulan ni me suponen algo más que algo más. Una manera de entender mi trabajo y convertirlo en un síntoma efectivo para vivir entretenido.

Un alumno peleando para vencer sus resistencias y ganarle al sin sentido me instala en un goce pequeño y diferente. Me gusta más la pequeñez de las clases que la grandeza de los estrenos. Estoy cansado de estrenar, pero sigo deseando estar con un alumno.

Florencia y Pablo. Los actores. No hay luna que venga si ellos no lo deciden. Tengo adicción a esa dependencia. Es lo que deseo.

Un gesto perdido. Algo que se irá para siempre. Como el desplazamiento de una prenda íntima que revela un placer fugaz. Algo que muere.

No hay certezas. Se acabaron del todo.

Argentina. Un país con capacidades especiales. Lo hacen tan mal porque esa es la especialidad. Aun así, sigue y sigue y seguirá. Haciéndolo mal para sobrevivir.

Me escribe Noam. Que no es Chomsky, pero es. Noam que va sabiendo aterrizar y despegar como si pudiera nacer para el Arte una mañana y otra también.

Me voy. Una vez mas me voy. En fin… Pichuco tenía razón. Si nunca me he ido.

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