El Observatorio

Destruir es más fácil

Un edificio se puede volar en cinco minutos, pero necesita meses o incluso años para construirse. Una novela se puede quemar en una hoguera en media hora, pero a veces se necesita más de un lustro para escribirla. Que un equipo juegue bien al fútbol, o aún más, que alcance la excelencia futbolí­stica, como lo ha hecho el Barí§a de Guardiola esta temporada, es un prodigio que raras veces se consigue y que requiere combinar talento, disciplina, esfuerzo, inversión, una filosofí­a determinada, mucho riesgo y una idea del fútbol a la que no es del todo ajena el arte o al menos una cierta estética, que debe combinarse sabiamente con la pasión, las emociones y la irracionalidad que conlleva este juego. Esta alquimia raras veces se consigue. Y, a veces, se demuestra, como anoche en el Nou Camp, que no es ni siquiera suficiente para ganar, si el rival consigue el «antí­doto» adecuado.

El Chelsea saltó al Nou Cam con una lección bien aprendida, casi diría que con una idea grabada a fuego en la frente: impedir que el Barça le endosara el cuatro a cero que le estampó en media hora al Bayern de Munich en los cuartos de final. No se trataba de jugar al fútbol, ni de hacerlo mejor o peor, ni de responder a una propuesta futbolística con otra, sino simplemente de bloquear al rival, desactivarlo, frenar su juego, cortocircuitarlo: en una palabra, destruirlo.Para ello, se plantó en el Nou Camp con once gladiadores de un metro noventa de media y noventa kilos de peso cada uno (es un decir), pero absolutamente atléticos: siempre saltaban un poco más que los del Barcelona, siempre corrían un poco más rápidos, siempre estaban en dos o tres sitios a la vez, y a la vez nunca se cansaban: en el minuto noventa y cinco de la segunda parte estaban tan frescos como al saltar al terreno de juego: la esperanza blaugrana de que, como suele ocurrir, tras una hora de correr detrás de la pelota sin olerla, los equipos se desploman y bajan los brazos, ayer nunca se produjo.Pero no fue esta, ni la reiteración de faltas, ni el árbitro alemán, ni el leve desencanto que se fue apoderando de los azulgrana conforme veían la imposibilidad de perfonar la meta del Chelsea,o la extraña epidemia de lesiones que sufrió durante el encuentro, la causa o causas únicas del fracaso: si a un lado de la trinchera estaba Guardiola, el más prometedor discípulo del mago del fútbol moderno, Johann Cruyff, al otro lado estaba otro "genio" holandés, otro discípulo, aventajado, del "mago", pero convertido circunstancialmente en traidor, malvado y luciferino:Hiddink logró el "antídoto" que tantos han buscado esta temporada para desactivar el fútbol del Barça, y lo logró, traicionando todo lo que ha sido su filosofía durante toda su carrera. Todos los equipos de Hiddink han jugado siempre bien al fútbol: han ganado o han perdido, pero siempre han jugado bien. Que ayer toda su magia, toda su ingeniería, se empleara exclusivamente en destruir al adversario no es sino una confesión muy sencilla: el reconocimiento de la absoluta superioridad futbolística del Barça y de la completa inferioridad de su equipo.El Chelsea se mostró en el Nou Camp como un equipo incluso más inferior de lo que realmente es. A cambio, consiguió el mejor resultado con el que podía haber soñado.El partido acabó demostrando que el Barça no es invencible, que tiene sus "límites". Pero la renuncia del Chelsea a jugar, con tal de obtener un buen resultado, muestra también los límites del aparentemente todopoderoso fútbol "inglés". Y pongo lo de inglés entre comillas con toda intención. Ayer con el Chelsea jugaron dos futbolistas ingleses (menos que franceses), el entrenador era holándés y el propietario del club un multimillonario ruso. En el Liverpool ocurre lo mismo: en su alineación titular sólo suele haber un jugador inglés (por tres o cuatro españoles), el entrenador es Benítez y el club de un norteamericano. Lo mismo ocurre en el Arsenal y, en menor medida, en el Manchester. Entre los titulares de los cuatro primeros equipos de la premier no se podría formar ni un equipo con once ingleses. ¿Qué pone Inglaterra? Lo único que tiene: el escenario y los hooligans. ¿Un ejemplo a imitar? No lo creo. Ya veremos lo que dura y cómo acaba. Y si cuando caiga, queda algo. Creo que a la corta y a la larga, el camino de la Masía es mejor para el futbol que el "modelo" inglés", al que auguro el mismo final que a los grandes bancos británicos.

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