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Después de la crisis coreana

La península coreana sigue centrando la atención de todo el mundo. Y aunque todos ya están acostumbrados a la retórica habitual de Pyongyang, que no deja de amenazar con eliminar a todos sus enemigos, la sensación de que estamos ante una situación «explosiva» persiste.

Tanto más ahora que Corea del Norte no repara en mostrarles a los socios externos que está dispuesta a tomar medidas extremas. Que a los Estados extranjeros les sugirieran evacuar las embajadas porque las autoridades no les garantizan la seguridad después del 10 de abril, es un paso sin precedentes para tratarse de tiempos de paz.

El pasado día 4 se supo que Corea del Norte había trasladado su misil balístico de alcance intermedio, conocido como Musudan o Nodong B, a su costa del este. Los expertos occidentales comentan que no está claro si esto fue un gesto de amenaza o una preparación para lanzamiento.A diferencia de Irán, un país con ambiciones grandes y su propia visión de cómo debe ser la arquitectura geopolítica de la región, el régimen de Juche tiene sólo un propósito, pero este propósito es de importancia vital para él: garantizar que no le moleste nadie. Intenta infundir miedo para ganarse la reputación de «chiflado» porque es cierto que, en una época de intervenciones en países que han caído en desgracia, esta reputación es algo que puede ayudar a sobrevivir.

Por esto Pyongyang se esfuerza tanto por mostrar que no reparará en las consecuencias si a alguien se le ocurre molestarle… Pero, como han mostrado los ejemplos de Saddam Hussein y Muamar Gadafi, tarde o temprano resulta insuficiente cualquier disfraz. Y Corea del Norte se decidió a crear su propio programa nuclear cueste lo que cueste. Porque el precio de la intervención en un país con arsenal nuclear, por muy modesta que sea la nación, resulta inadmisiblemente alto.

Esto no quiere decir que ahora no haya riesgo de que la situación quede fuera del control. El peligro de esta táctica de infundir el miedo a todo el mundo mostrándose impredecible e irracional consiste en que para que parezca una verdad hay que incrementar el volumen y la intensidad todo el tiempo. Es decir, en un momento puede surgir la necesidad de cumplir lo declarado, por salvar la cara y no destruir la imagen creada. Esta vez parece que Pyongyang ha decidido ir hasta las últimas consecuencias, mostrando su intransigencia. Y las advertencias a las embajadas extranjeras suponen una declaración de cuenta atrás final.

Pero, en honor a la verdad, deberíamos notar que como regla las acciones de Pyongyang son de respuesta. La exacerbación de la crisis actual empezó a raíz de los ejercicios de los ejércitos surcoreano y estadounidense. Incluso China, el patrono y donante principal de Pyongyang, no disimula su irritación porque la dinastía de los Kim no deja de dar a EEUU un pretexto tras otro para un incremento legítimo de su presencia militar en la región. Y tomando en consideración que Washington declaró hace un año y medio que haría una apuesta por Asia-Pacífico en su política (léase por contener a China), no puede haber mejor pretexto que un régimen dudoso que amenaza a los vecinos.

El fenómeno de Corea del Norte es que nadie sabe cómo ejercer influencia en este Estado. Las sanciones no sirven para cambiar la política de un país que se impuso voluntariamente sanciones, cultivando el autoaislamiento y la autarquía. Uno de los últimos acontecimientos lo demuestra de una manera clara. Tras el aumento de tensión entre las dos Coreas, Pyongyang cerró la zona industrial de Kaesong, donde produce mercancías de exportación junto con Corea del Sur. Para Corea del Norte es una fuente importante de ingresos, por eso habría sido más lógico si hubiera sido Corea del Sur la que hubiese amenazado con abandonar la cooperación. Sin embargo, todo ocurrió al revés: Pyongyang muestra que está dispuesto a sacrificar lo que sea.

La postura de Rusia acerca del problema coreano no cambia desde hace tiempo: no tiene ningún sentido presionar a Pyongyang, la única salida de esta vía muerta consiste en socializar a Corea del Norte integrándola suavemente en el marco internacional. En Moscú seguramente se dan cuenta de que es una tarea difícil: el régimen institucional norcoreano deriva de la psicología de una fortaleza asediada, y los líderes de allí no se fían de nadie. Tanto más teniendo en cuenta que el intento de concluir una transacción con EEUU en los noventa terminó en desilusión. Además, el Partido del Trabajo de Corea sacó sus conclusiones del colapso de los regímenes comunistas en Europa y la URSS: no se puede admitir liberación, una vez mostrada la debilidad, ya no habrá manera de salvar la situación. Esta conclusión no se puede calificar de absurda: los sistemas del tipo soviético no valen para una reforma blanda, en cuanto la presión se hace menos fuerte, empieza una degradación rápida.

Hace unos años, Moscú propuso otro modelo de relaciones en la península Coreana: la construcción del gasoducto transcoreano que llevase esta materia prima rusa a los mercados surcoreano y a los del Océano Pacífico. La república norcoreana, en caso de realización de este proyecto, no sólo se convertiría en el receptor del gas sino que también sería un país de tránsito, obteniendo beneficios correspondientes. Está claro que con las relaciones de hoy entre las dos Coreas, este proyecto parece una utopía, pero también es obvio que todos los intentos de los últimos 15 años de resolver el problema nuclear coreano de otras maneras, siguiendo los modelos estadounidenses, no han surtido éxito. Más bien, el resultado es el opuesto al deseado. Ahora hay dos opciones: se puede esperar el derrumbe del régimen, que algún día llegará, entrañando consecuencias pésimas para los vecinos, o intentar amansar poco a poco. En el último caso Rusia tiene ventaja: a diferencia de los demás, en la región no la temen, tiene una posición neutral.

El nerviosismo en torno a Corea del Norte es un problema grave, pero no es eterno. Está claro que tarde o temprano el pueblo dividido se reunificará, no puede ser de otra manera, tanto más teniendo en cuenta que la península coreana es el último vestigio de la guerra fría. Mucho depende de cómo se realice la reunificación. Pero luego empezará una nueva etapa: la redistribución de fuerzas en Asia oriental, pues la Corea unida no se va a portar como cada una de sus dos partes por separado. El pueblo coreano acumuló muchas reclamaciones contra sus vecinos en el siglo de cataclismos. La aparición de una nueva potencia en la región que ya ahora está centrando la opinión de todo el mundo, será un factor muy importante para las relaciones entre EEUU, China, Japón y Rusia. Reaccionando a las convulsiones dentro de Pyongyang ahora, cabe tomar en consideración una perspectiva más lejana.

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