El Observatorio

Desmontando el Sueño Americano

Un extraño espejismo ensimisma al mundo, alentado por los medios: la creencia de que la elección de Obama reactualiza per se el «sueño americano», es decir, la idea de Estados Unidos como el paí­s de las oportunidades, donde todo es posible, donde con esfuerzo y tesón -y poniendo los medios necesarios, ¿qué medios?, los que sean «necesarios»- es posible alcanzar un estado de prosperidad y de felicidad inauditos. De ese «sueño» hace tiempo que la sociedad americana despertó. La elección de Obama sí­ es un fruto especí­ficamente americano: pero un fruto del pragmatismo, del dinamismo y de la capacidad de innovación y de renovación del capitalismo americano, no de un «sueño» que ya no existe.

De su defunción ha venido dando cuenta ormenorizadamente, y con implacable rigor y hondura, una literatura -la norteamericana- que ha sido la lente a través de la cual hemos podido ver y conocer el verdadero reverso de aquel "sueño": su "pesadilla". Ya desde Whitman, Poe o Melville, la literatura norteamericana había dado muestras de ser el medio más certero y preciso para radiografiar la sociedad americana. Pero va a ser, ya en el siglo XX, y sobre todo después de la segunda guerra mundial, con la guerra fría, el desarrollo de la sociedad de consumo y su conversión en una superpotencia, cuando los profundos desgarros internos suscitados por el creciente conflicto entre los ideales fundadores de la nación y la cruda realidad del Imperio van a ir quebrando por dentro la sociedad, y dejando un "reguero" de escépticos, marginados, perdedores y rebeldes, que van a ir poblando lo mejor y lo más hondo de la literatura americana. Ya la generación de preguerra -en la literatura y en el cine- se llamó la "generación perdida" -los Faulkner, Hemingway, Dos Passos o Scott Fitzgeralt-, por su desencuentro con la marcha de la realidad americana y su profundo desencanto. La primera de posguerra (con Norman Mailer, Arthur Miller, Gore Vidal, etc.), fue tal vez "inferior" en calidad, pero más directamente crítica, más política. Luego, en los años cincuenta y sesenta, de Corea a Vietnam, la generación beat (Gingsberg, Kerouac…) y Salinger abrirían un foso insalvable, acentuando la conciencia de que EEUU era directamente una pesadilla de la que huir, de la que escapar: con las drogas, con el zen o con el ostracismo. Quizá, de todos los escritores norteamericanos, el que, sin perder de alguna manera su "fe" en Estados Unidos, más certero, audaz e implacable se ha mostrado, a lo largo de 50 años, a la hora de novelar los desgarros, las heridas, las laceraciones, incluso, que han ido debilitando y consumiendo ese cuerpo "enfermo" que es la sociedad norteamericana, tal vez sea Philip Roth, judío de Netwart, nacido en 1933, a quien la crítica y sus pares consideran el mejor escritor norteamericano vivo. En sus últimas novelas, un verdadero rosario de obras maestras, Roth ha "cartografiado" incluso, periódicamente, las grandes "fallas" históricas del país, dedicando su penetrante bisturí a sacar el pus de cada herida. En "La conjura contra América" (2004), Roth novela la escalofriante hipótesis -no tan descartable como puede parecer a priori- de que los norteamericanos hubiesen elegido en 1940 a un candidato filonazi (el héroe de la aviación Lindbergh) en lugar de a Roosevelt. En "Me casé con un comunista" (1998), ajusta cuentas con la etapa "maccarthysta", la caza de brujas y el "patriotismo de la guerra fría", es decir, con la sed de poder de unos maquiavelos envueltos a toda hora con la bandera de las barras y las estrellas. En "Pastoral americana" (Premio Pulitzer de 1997), Roth pone en tela de juicio los supuestos valores inamovibles de la sociedad americana y su capacidad de mantenerlos a flote durante el conflictivo final de los años 60, con la guerra de Vietnam como telón de fondo. Y en "La mancha humana" (2000), Roth levanta un testimonio implacable contra el puritanismo enfermizo de unos y los excesos malsanos de la corrección política de los otros, en los años finales de Clinton. No se trata de una saga de "novela histórica" al uso: en ese caso, no diría nada. Son ficciones cabales, narraciones de un poderío impresionante, literatura en estado puro: ahí está su verdad. Y en esa verdad, el certificado completo de defunción del "sueño americano". EEUU seguirá, es un alivio que ya no esté Bush, pero nadie puede resucitar a los muertos. Ni siquiera Obama.

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