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Desigualdad

Parafraseando: “Un fantasma recorre el mundo, el de la desigualdad”. El libro del economista francés Thomas Picketty, “El capital en el siglo XXI”, ha puesto este tema en el primer plano del debate no sólo académico, sino también y principalmente, social y político.

El economista francés, que llevaba muchos años trabajando en este asunto con otro economista del mismo origen Emmanuel Saez, ha desarrollado un inmenso trabajo de recopilación de datos y, en base a ellos, de elaboración de una tesis, la de la tendencia al aumento de la desigualdad. Al menos en las economías avanzadas como ha señalado otro brillante economista, Kenneth Rogoff quien ha insistido en el hecho simultáneo de que esa desigualdad ha disminuido en los países emergentes y entre los países en la escena internacional.

Más allá de disquisiciones sobre la tesis de Picketty, unas descalificadoras de sus ideas y de sus recetas y otras que señalan que hay errores en los datos (lo que no parece desvirtuar sus conclusiones) lo cierto es que hay una desigualdad creciente tanto en términos de renta como en riqueza. Nuestro país es buena prueba de ello.

Es un hecho incuestionable en estos años de crisis como lo prueban informes y datos de muy diversos orígenes desde el INE o Eurostat pasando por Cáritas o la Red Europea contra la Pobreza. La desigualdad venía creciendo durante los años de la burbuja, del falso crecimiento y ha aumentado con las brutales políticas de austeridad aplicadas a hachazos. Políticas que han supuesto, entre otras desgracias, aumento de los despidos y los parados, recortes en el subsidio de paro y otras prestaciones, recortes salariales (la base de la “devaluación competitiva”), aumento de la pobreza absoluta y relativa, de la malnutrición y desnutrición y un correlativo e innegable (y lógico) incremento del malestar social en los comportamientos y en las calles. Hay un empobrecimiento de las clases medias y una aparición de los “working poor”, es decir de los que trabajan con salario miserable.

Al mismo tiempo las élites en las clases altas, esas que integran alrededor del uno por ciento de la población, se han recuperado y más de la crisis y vuelven a, o incluso mejoran, su “status” anterior. De modo que la desigualdad en la distribución de la renta y más en la de la riqueza (ésta siempre es mayor) ha aumentado. Las estadísticas de Eurostat en base a la medida tradicional como es el índice de Gini muestran a España como el tercer país más injusto en la UE. Dudoso honor.

Bienintencionados comentaristas insisten en que la desigualdad no tiene importancia incluso que es un estímulo para el trabajo y el esfuerzo. Es posible en un mundo teórico e ideal que no existe salvo en los manuales. La realidad es que la desigualdad, como lo estamos viendo en la práctica, es un disolvente social, un acelerador de los conflictos que existen en toda sociedad viva y un acelerador de desigualdades así como un obstáculo a lo que debe ser un postulado central en toda sociedad justa y eficiente como es la igualdad de oportunidades. No basta enfrentar el problema con mayor crecimiento y creación de empleo. Hace falta primero reconocer la importancia económica, social y política del problema y segundo voluntad política para enfrentarlo. Las políticas redistributivas vía presupuestos públicos son el siguiente paso indispensable.

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