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Desde Atenas: una sesión del comité central de Syriza

Hay un olor particular en Atenas en este comienzo del segundo invierno de la era de los memorándums: el olor de la madera que arde en las chimeneas y las estufas que han reemplazado en muchos sitios a la calefacción con un gasoil ahora inaccesible por su precio. Resultado: por la noche la ciudad se ve envuelta en una especie de capa de niebla, que va pareja con el olor acre de la combustión -que no resulta desagradable y que para mí, siempre va asociado al período de las fiestas de fin de año, cuando mi madre ponía a funcionar la hermosa chimenea del salón, para “dar ambiente de navidad” como decía. Sin embargo, de seguir así es de suponer que las paredes van a estar pronto cubiertas de hollín y que Atenas se parecerá al París o Londres de los años 1930 -solo en este aspecto. Otro resultado (igualmente desastroso para el medio ambiente): los bosques -o lo que queda de ellos- son talados de forma salvaje, como bajo la ocupación en Francia -y lo mismo los campos de olivos, cosa que no se había visto jamás, ni siquiera bajo la ocupación.

En el paisaje urbano se observa un efecto extraño de este “nuevo” modo de calefacción: en muchos sitios, en los bordes de las aceras, en los terrenos desocupados, se ven tenderetes, o tiendas que antes fueron puntos de venta de plantas de interior, vendiendo madera para calefacción. Las calles, la mayor parte del tiempo vacías y mal iluminadas, toman un cierto aire semirural.

Pero con este olor a fuego de leña puede a veces mezclarse otro, bastanta más siniestro: el 9 de diciembre, cerca de Kavala, en el norte del país, tres niños de cinco, siete y catorce años murieron en el incendio causado por una estufa de madera sin vigilar. Mientras, esperamos los muertos causados por el frío de un invierno que se anuncia riguroso. Contrariamente a lo que piensan la mayor parte de los extranjeros, habituados a no ver más que las islas y las zonas costeras, la mayor parte del territorio griego, que contiene cerca de la mitad de la población, conoce inviernos de tipo continental (en esto también Angelopoulos ha sabido captar la verdad profunda del paisaje griego, interior y exterior).

El único comercio que parece prosperar en Atenas, aparte del de la madera para calefacción, es el del oro. Son los únicos letreros nuevos, chillones y llamativos, en calles en las que cerca de la mitad de los comercios han cerrado. Los pobres, más exactamente, los pauperizados, son invitados a desembarazarse de las joyas de la familia y demás signos de un desahogo económico que ya pertenece al pasado. Pero este comercio está también a la búsqueda de otros emplazamientos: así, la cadena Carrefour ha instalado tiendas de oro en algunos de sus supermercados, justo al lado de las cajas, restableciendo así parcialmente la función del oro como medio de pago. Jacques Sapir ha calculado que al menos un tercio de la economía griega está fuera del intercambio monetario (trueque, economía de subsistencia, etc).

He vuelto a ver a D. en el comité central de Syriza por primera vez desde hace dos años. Trabaja en una notaría desde hace mucho y vive sola con su hijo, que tiene ahora diez y nueve años. Su patrón ha visto disminuir en sus tres cuartas partes su cifra de negocios. No le ha bajado el salario, pero la ha puesto a media jornada. Intenta así sobrevivir con 500 euros al mes. Mientras se votaba la composición del ejecutivo de Syriza, ha pasado más de media hora contándome cómo ha restablecido en su casa la corriente eléctrica con la ayuda de los militantes de DEI (Sociedad Pública de Electricidad ) de su barrio. Ha entrado en la dinámica de las estratagemas para desplazarse en metro sin billete, a menudo recuperando los billetes que siguen siendo válidos de los viajeros que salen de las estaciones (todo billete es válido 90 minutos para un trayecto sin cambiar de dirección). Como su hijo, que ha intentado pasar en junio el examen para entrar en Bellas Artes (sin un preparador, imposible).

No hay ni un café en Omonia. El café Neón, inmortalizado en un célebre díptico de Yannis Tsarouhis, esconde bajo cartones sucios su interior decrépito, y sin embargo ordenado. La antigua pastelería-lechería Alexandros, punto clásico de llegada de nuestros periplos noctámbulos hasta finales de los años 1980, transformada luego en panadería de una cadena de alimentación, abriga ahora el Monte de Piedad.

Diariamente los periódicos publican nuevas listas de bienes públicos que se proyecta privatizar. Se ha tratado de vaciar las islas de menos de 150 habitantes, una buena docena, trasladando a su población, la razón oficial es el ahorro. En realidad, el memorándum prevé la venta de todas las islas deshabitadas. También prevé que la totalidad de los bienes públicos, sin ninguna restricción, sean puestos como garantía en caso de no pago de la deuda. La consigna del Bild Zeitung “privatizar la Acrópolis” está a punto de realizarse.

Durante la pausa del comité central, voy con dos compañeros a pedir el almuerzo al café de enfrente. La pequeña sala está abarrotada de hombres, manifiestamente desgastados, que pueden tener cualquier edad entre 40 y 55 años, bebiendo en su mayor parte vasitos de ouzo, acompañados de un pequeño tentempié. La televisión transmite un partido de fútbol. Mientras esperamos los cafés y los bocadillos se hace cierto silencio. Luego un hombre toma la palabra, ante la mirada aprobadora de los demás, y dirigiéndose a nosotros, dice de forma solemne: “decidle a Alexis (Tsipras) que ahora es cuando hay que dar caña de verdad”.

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