El lastre histórico de la ciencia en España

Dependencia exterior y atraso cientí­fico

Que en apenas unos dí­as, la iniciativa de un joven profesor de incluir una casilla en el IRPF para destinar el 0,7% a la I+D+i haya recogido cerca de 250.000 firmas de apoyo es indicativo de la acuciante necesidad, respaldada por muchos, de dotar a la ciencia española de los recursos necesarios para salir del atraso endémico que padece. Pero, ¿cuáles son las causas de este atraso?

Habría que remontarse a finales del siglo XIX para poder empezar a hablar de los primeros intentos serios de constituir un verdadero sistema científico en España.

Mientras las grandes potencias capitalistas de la época (Inglaterra, Francia, Alemania, EEUU, incluso, en parte, la Rusia zarista) están protagonizando lo que no puede considerarse sino como una auténtica revolución científico-técnica, y sus Estados y grandes corporaciones dedican ingentes cantidades de recursos a la formación de científicos y las dotaciones necesarias para su actividad, en nuestro país va a ser la actividad –entusiasta pero claramente insuficiente– de un pequeño grupo de personas, generalmente reducidas al ámbito académico, las que lleven la iniciativa.

Para hacernos una idea, baste decir que a pesar de que Darwin había publicado en 1859 El origen de las especies, en España no será hasta 1875, 16 años después, cuando un catedrático de Historia Natural de Santiago de Compostela, Agustín González Linares, exponga abiertamente sus tesis evolucionistas. Lo que a su vez dará origen a la circular del ministro Orovio –representante del sector más intransigente de la iglesia– en la que se prohíbe la libertad de cátedra, en nombre de los “principios religiosos y monárquicos” a los que, según la circular ministerial, “debemos las más gloriosas páginas de nuestra Historia”.

La reacción en los círculos académicos y universitarios es fulminante. Y personalidades como Gumersindo Azcárate, Giner de los Ríos, Nicolás Salmerón, Segismundo Moret o Emilio Castelar –prácticamente las mejores cabezas intelectuales de la época– son apartados de sus cátedras o dimiten en solidaridad. Fruto de este movimiento surge la Institución Libre de Enseñanza, organización que jugará un papel fundamental, hasta 1936, en el desarrollo intelectual y científico del país.

Esto que parece apenas una anécdota, no es en realidad sino un pequeño botón de muestra de los obstáculos y resistencias con las que a lo largo de la historia se ha topado el desarrollo de la ciencia y la labor de los científicos en nuestro país. Dificultades cuyo origen está en dos de los problemas endémicos que, prácticamente desde el siglo XVIII, han lastrado el desarrollo en todos los órdenes de la sociedad española: el raquitismo congénito de la clase dominante española e, íntimamente ligado a ello, su profunda dependencia de las grandes potencias extranjeras. Raquitismo y dependencia exterior…

El primero de estos dos problemas es la debilidad histórica de la burguesía española, y los rasgos congénitos de raquitismo, parasitismo y dependencia de los capitales exteriores que todavía hoy siguen pesando como una losa para el desarrollo del país.

Mientras en Francia, Inglaterra y otros países europeos la burguesía iba asestando a lo largo de los siglos XVIII y XIX sucesivos y demoledores golpes contra el Antiguo Régimen, expandiendo e imponiendo gradualmente el nuevo modo de producción capitalista, la burguesía española fue incapaz de hacer otro tanto. «No es casual que las grandes potencias estén a la cabeza del desarrollo científico»

Diversas circunstancias históricas –la llegada de los Austrias y la derrota de los Comuneros, incipiente intento de la burguesía castellana para reafirmar su poder ciudadano frente al monarca, la entronización de los Borbones y la conversión del país en un satélite de Francia,…– hicieron de la burguesía española una clase extremadamente débil e incapaz de acumular suficiente fuerza y organizarse con eficacia para acabar con el decrépito régimen autocrático de los Borbones.

A lo largo de todo el siglo XIX la burguesía española, en especial sus sectores más acomodados, se mostrará en numerosas ocasiones más inclinada a postrarse y pactar con la aristocracia terrateniente, la corona y la Iglesia que a combatirlas e implantar lo que debería haber sido su propio proyecto revolucionario. Dejando así prácticamente intactas las bases económicas y sociales en que éstas basaban su poder: un dominio aplastante de las relaciones semi-feudales en el campo, con millones de jornaleros desposeídos de todo; la inexistencia de un amplio mercado nacional, fragmentado por las múltiples divisiones territoriales y barreras forales del Antiguo Regimen, un Estado viejo, corrupto, decrépito e ineficaz hasta la médula,… Condiciones todas ellas que cavaban su propia tumba, al trabar precisamente un desarrollo mayor del capitalismo y su misma expansión como burguesía.

Así, víctima de su propia debilidad, de sus vacilaciones, de su temor al pueblo revolucionario, la burguesía española dejó escapar una tras otra todas sus oportunidades históricas: la Guerra de la Independencia contra el francés de 1808-14, la insurrección de Riego y el trienio liberal de 1820-1823, los pronunciamientos liberales de 1837 y 1854, el período revolucionario de “La Gloriosa” insurrección de 1868, que se extiende hasta la proclamación de la Iª República en 1873.

Es en este período cuando se produce la fusión de los sectores más reaccionarios de la burguesía (la burguesía terrateniente y la burguesía bancaria) con la aristocracia, dando lugar a una nueva oligarquía financiera y terrateniente que se hará definitivamente con el control absoluto del poder estatal. Y que contará, en lo sucesivo, con la bendición incondicional de la Iglesia y el beneplácito de las potencias imperialistas de la época. En particular de Inglaterra y Francia, que a lo largo de todo el siglo XIX se han apoyado precisamente en estos sectores para impedir el desarrollo de un capitalismo autónomo, y por tanto rival, y para intervenir en los asuntos internos de España, lo que les permite apoderarse de la minería, de los transportes, del sector bancario y otros sectores productivos. …Hasta hoy

Era necesario situar este contexto histórico, social y de clase para entender cómo se configura y se impone en España desde finales del siglo XIX un tipo de desarrollo capitalista incapaz de transformar a fondo las estructuras de la vieja sociedad, sometido al control de los países imperialistas más potentes en cada momento; y que presenta desde sus orígenes unos rasgos de raquitismo, especulación y parasitismo que condenan a nuestro país a la penuria, el atraso y la dependencia exterior.

Rasgos que compartirá plenamente el desarrollo de la ciencia española hasta nuestros días. Y que todavía hoy explican –aunque parezca increíble– por qué a nuestros gobiernos les resulta más fácil recortar los presupuestos destinados a la investigación científica que poner coto a los desmanes financieros de la banca o a los privilegios y corrupciones de la clase política.

Lo ocurrido en la década del llamado “milagro económico español” (desde 1996 hasta la crisis de 2007) es suficientemente revelador al respecto. «Construcción, banca y turismo, ¿para qué necesitan la ciencia?»

Los motores de crecimiento del PIB español en esos años se pueden reducir básicamente a dos, pues la tercera pata, el turismo, mantiene una aportación constante desde finales de los años 60 : un gigantesco y deforme desarrollo del sector de la construcción (y la ingente especulación a él asociada) de un lado, y del otro el recurso de la banca a los capitales exteriores, predominantemente alemanes y franceses, origen del brutal endeudamiento privado que hoy sufrimos.

Bajo la lógica de este modelo de desarrollo impuesto por la clase dominante y las potencias extranjeras, ¿para que invertir en ciencia? ¿Qué necesidad hay de tener un amplio desarrollo de la I+D+i para dos sectores –la construcción y la banca– que apenas necesitan innovaciones tecnológicas ni grandes inversiones para el desarrollo científico?Desde el momento en que la oligarquía española decidió a mediados de los años 80 liquidar o vender al capital extranjero el grueso del tejido industrial, a cambio de la incorporación al entonces Mercado Común, España ha dejado de poseer una gran industria nacional (metalurgia, astilleros, automóvil,…). Pero es precisamente la gran industria la que, en la época del capitalismo, está detrás de la permanente innovación tecnológica y el grado de desarrollo de la ciencia necesario para ello. Es la competencia de la gran industria en el mercado mundial, y la continua innovación que ella requiere, la que impulsa, dentro de las potencias capitalistas más desarrolladas, la inversión necesaria en ciencia y tecnología.

No es en absoluto casual que sean las grandes potencias imperialistas y sus Estados –a los que ahora se suman las potencias emergentes– quienes estén a la cabeza del desarrollo científico.

Es de sobras conocida la orden terminante dada por el Pentágono al general Patton, cuando sus divisiones enfilaban el camino hacia Berlín requisando todo el oro que encontraban a su paso. Deje el oro, venía a decir la circular, y concéntrese en desmontar las fábricas más avanzadas y enviarnos su maquinaria y reclutar a todos los científicos que encuentre. La potencia que iba a convertirse en hegemónica tras la Segunda Guerra Mundial tenía muy claros sus objetivos en este terreno: necesitaba también dotarse de la hegemonía científica y tecnológica para convertirse en la nueva superpotencia de la segunda mitad del siglo XX.

En España, por el contrario, una clase dominante raquítica y parasitaria, siempre dependiente del capital exterior y entregada a las potencias más fuertes de cada momento, sin un proyecto propio de país capaz de rivalizar con las economías más desarrolladas, invertir en desarrollo científico y tecnológico es, simplemente, un “despilfarro”. El siglo de plata de la ciencia españolaLuis Enrique Otero Carvajal

(…) Al iniciarse el siglo XX la ciencia española, salvo en el campo de las ciencias biomédicas, se encontraba en un marcado estado de postración (…) Las excepciones (…) fueron posibles merced a una férrea voluntad capaz de sobreimponerse a la penuria de medios, habilitando laboratorios privados en los que desarrollar sus investigaciones. Una situación insostenible a finales del siglo XIX (…) La época de los gabinetes privados hacía decenios que había pasado a la historia (…)

La conjunción de diversos factores hizo posible que con el nacimiento del nuevo siglo la letárgica situación de la Ciencia en España encontrará algunos senderos esperanzadores, que terminaron por cristalizar en la creación de la Junta para Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas (JAE). La crisis de 1898, y sus repercusiones internas (…), la notable influencia entre los círculos ilustrados del cambio de siglo de la Institución Libre de Enseñanza (…) y el discurso regeneracionista de amplios sectores de la política y la sociedad española de aquellos años hicieron que (…) derivara una mayor atención de los poderes públicos hacia las cuestiones de la instrucción pública y del calamitoso estado de la Ciencia en España (…)

Con una estructura bastante sencilla, la JAE fue capaz de optimizar unos recursos económicos escasos. Dos fueron los ámbitos en los que la acción de la JAE resultó fundamental. El primero de ellos, el impulso y gestión de las estancias en el extranjero de los profesores y jóvenes científicos españoles, con el fin de completar su formación académica y científica (…) y, a la vez, establecer contacto con las instituciones científicas extranjeras. (…) El otro (…) fue la creación de instituciones científicas que permitieran dar continuidad a la formación adquirida en el extranjero por los pensionados y rentabilizar la misma mediante la fundación de Institutos de Investigación (…)

Cuando en 1936 estalló la guerra civil, la ciencia española (…) había asistido a una auténtica edad de plata (…) Centros de investigación como el Instituto Cajal, el Instituto Nacional de Física y Química, el Centro de Estudios Históricos, el Museo de Ciencias Naturales o algunos de los laboratarios de la JAE (…) constituían instituciones científicas que estaban en condiciones de figurar en el panorama de la ciencia internacional, si a ellos le añadimos el Institut d´Estudis Catalans, con sus laboratorios de bacteriología y fisiología, podemos afirmar (…) que España estaba en condiciones de establecer por vez primera en su época contemporánea un verdadero sistema de ciencia, compuesto todavía por una reducida nómina de científicos, algunos de ellos con renombre y alcance internacional (…)

Además, los científicos consagrados, como Ramón y Cajal, Menéndez Pidal, Ignacio Bolívar, Pío del Río o Juan Negrín (…), habían creado escuela y jóvenes científicos como Severo Ochoa, Grande Covián, Ramón Carande, Cándido Bolívar o Nicolás Cabrera Sánchez auguraban la continuidad de la labor iniciada por la JAE. La guerra civil y, posteriormente, la dictadura de Franco dieron al traste con esta oportunidad única para la reincorporación de España al panorama de la Ciencia (…)

(Extracto del artículo La Ciencia en España, un balance del siglo XX. Publicado en Cuadernos de Historia Contemporánea. 2000)

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