La obra de Vermeer, admirada por Antonio López, es uno de los mejores ejemplos del fascinante poder del realismo para desvelarnos dimensiones ocultas y olvidadas
Una oportunidad única
En sus 43 años de vida Johannes Vermeer, sin ninguna duda el máximo exponente de la pintura holandesa del siglo XVII y considerado uno de los más grandes artistas de todos los tiempos, no llegó a pintar más de 50 cuadros. Y de ellos, sólo han llegado a nuestros días 37. Vermeertrabajaba única y exclusivamente por encargo y no pintaba más de dos o tres obras al año, justo lo necesario para mantener a su mujer y a sus 11 hijos.
De las 37 obras atribuidas sin ningún género de dudas a Veermer, sólo 26 (conservadas en 15 colecciones distintas) pueden viajar. Lo que explica por qué en los últimos 100 años sólo se han realizado en el mundo ocho grandes exposiciones consagradas al maestro de Delft, de las cuales únicamente tres han logrado reunir más de cuatro cuadros del artista holandés: la que se realizó en 1996 en la National Gallery Art de Washington; la que tuvo lugar en la Galería Mauritshuis de La Haya; la que en 2001 realizó el Metropolitan de Nueva York y la que en 2003 le dedicó el Museo del Padro de Madrid.
Todo esto para destacar la importancia de la exposición que desde hoy, y hasta el próximo 20 de enero, el Museo de las Escuderías del Quirinale dedica a Vermeer, y que reúne nada menos que ocho de sus trabajos. Un pequeño milagro, sobre todo si se tiene en cuenta que ninguna de las obras del artista holandés se encuentra en colecciones italianas.
Johannes Vermeer van Delft es uno de los pintores neerlandeses más reconocidos del arte barroco. Vivió durante la llamada Edad de Oro neerlandesa, en pleno siglo XVII, en la cual las Provincias Unidas de los Países Bajos experimentaron un extraordinario florecimiento político, económico y cultural.
La obra completa de Vermeer es muy reducida, solamente se conocen 33 a 35 cuadros. Esto pudo deberse a que pintaba para mecenas, por encargo, más que para el mercado de arte.
Pintó otras obras, hoy perdidas, de las que se tiene conocimiento por antiguas actas de subastas. Sus primeras obras fueron de tipo histórico, pero alcanzó la fama gracias a su pintura costumbrista muchas veces considerada de género, que forma la mayoría de su producción. Sus cuadros más conocidos son Vista de Delft y La joven de la perla. En vida fue un pintor de éxito moderado. No tuvo una vida desahogada, quizá debido al escaso número de pinturas que producía, y a su muerte dejó deudas a su esposa y once hijos. Prácticamente olvidado durante dos siglos, a partir de mediados del siglo XIX, la pintura de Vermeer tuvo un amplio reconocimiento. William Thoré-Bürger contribuyó a la consagración de Vermeer con unos artículos periodísticos muy elogiosos. Actualmente está considerado uno de los más grandes pintores de los Países Bajos. Es particularmente reconocido por su maestría en el uso y tratamiento de la luz.«Es la fuerza de la mirada, y no la riqueza del objeto, lo que produce el gran arte»
Un maestro del realismo
Su obra completa comprende 33-35 cuadros, difíciles de datar. Todavía existen dudas sobre la autoría de los cuadros Dama sentada en un virginal, La joven con una flauta, Diana y sus compañeras y Santa Práxedes. La relativamente escasa producción de los cuadros conservados ha tentado a los estudiosos para atribuirle una y otra vez cuadros, que hoy son considerados en su mayoría como atribuciones falsas.
Aunque por la época se le adscribe al Barroco, lo cierto es que la pintura conocida de Vermeer se diferencia mucho de la de su época, en ciertos aspectos está por su «intemporalidad» y «cristalinidad» más cerca de la obra de Jan Van Heyk; en efecto: a diferencia del barroco común la obra de Vermeer carece de muchos adornos, es aséptica, con un aire casi cristalino, limpio, depurado, e intemporal como si detuviera el instante en un momento claro y eterno. Su obra resulta así muy singular en cuanto a que es muy personal y por esto difícilmente encasillable en un estilo; con una cristalina austeridad y una fidelidad obsesiva (muy ajenas al Barroco más común) Vermeer -como en las perlas que adornan a las muchachas que ha representado- acaso sin darse cuenta representa la fragilidad de la vida en retratos que parecerían -usando la nomenclatura actual hiperrealistas- aunque de un hiperrealismo muy meditado y quieto y profundamente intimista, en ciertos cuadros más que al barroco se aproxima al tenebrismo manierismo caravagiano, esto es ostensible en la Muchacha con turbante.
Varios de los primeros cuadros de Vermeer se consideran pintura histórica. Este género consiguió en el siglo XVII el nivel más alto de prestigio, por encima de la pintura de retratos, paisajes,bodegones y animales. En época de Vermeer, dentro de la pintura histórica se incluía los acontecimientos de la Antigüedad clásica, los mitos y leyendas de santos, además de motivos eclesiásticos y bíblicos. En la segunda mitad de la década de 1650, Johannes Vermeer cambió su interés hacia la pintura de escenas urbanas y costumbristas. La razón de este cambio no es conocida, pero se supone que Vermeer no podía emplear las técnicas de la perspectiva e iluminación en cuadros históricos como lo permitían otros géneros pictóricos. También el cambio de estilo se pudo producir por la influencia de Pieter de Hooch y Jan Steen, que vivían ambos en Delft. Ambos incluían en sus cuadros elementos arquitectónicos y figurativos de la vida diaria. Además, puede que Hooch, Steen y Vermeer se vieran influidos por el ambiente de Delft e introdujeron cambios de contenido y estilo en su pintura. Esta tesis podría estar respaldada porque los cambios de estilo de Steens y de Hoochs se produjeron tras su llegada a Delft.
El cuadro más conocido de Vermeer es su Muchacha con turbante o La joven de la perla, pintado hacia 1665. Su fama se debe sobre todo a su recepción moderna y a que la obra fue la imagen elegida para representar una exitosa exposición en el Mauritshuis, en La Haya, en los años 1995 y 1996. La muchacha está representada desde un punto cercano y sin atributos narrativos, lo que diferencia notablemente este cuadro de las demás pintados por Vermeer. La identidad de la retratada es desconocida. Se podría tratar de una modelo, pero también podría tratarse de una obra de encargo. El fondo del cuadro es neutro y muy oscuro, pero multicolor y por lo tanto no es negro. El fondo oscuro refuerza la claridad de la muchacha, sobre todo la de su piel. La cabeza se inclina ligeramente, lo que le da un aire de ensoñación. La muchacha interactúa con el observador al mirarlo directamente y abrir ligeramente la boca, lo que en la pintura neerlandesa a menudo indica una conversación con el observador. La ropa de la muchacha fue realizada en colores prácticamente puros. El número de colores que se observan en el cuadro está limitado. La chaqueta de la muchacha es de color marrón amarillento y forma un contraste con el turbante azul y el cuello blanco. El turbante, con el paño amarillo cayendo hacia atrás, es una señal del interés que despertó en la época la cultura oriental, como consecuencia de las guerras contra el Imperio otomano. Así, los turbantes pasaron a ser un complemento muy apreciado y extendido en la Europa del siglo XVII. Destaca sobre todo una perla en la oreja de la muchacha, que brilla en la zona de sombra del cuello.