SELECCIÓN DE PRENSA NACIONAL

Delenda est` USA

Los Estados Unidos decaen, como ya lo hicieran otros imperios igual de sólidos, arrogantes y devastadores, debido sobre todo a la pérdida de poderío e influencia en el exterior y a su debilidad ante nuevas potencias emergentes. Tres son los poderes que desafían su hegemonía con éxito, llevándolos a la impotencia, la frustración e incluso la humillación: China, Rusia y el Islam.

China vive un momento único en su historia ya que nunca pasó de ser un Estado continental que, quizás por sus enormes dimensiones y la consiguiente complejidad interna, careció de ambiciones exteriores. La todavía llamada República Popular China vive una profunda transformación endógena, marcada sobre todo por la originalidad de un desarrollismo autoritario de base ideológica capitalista y pretexto comunista; y se impone en la escena internacional llevada por su excepcional peso demográfico y la contundencia de una dirección política vigorosa e inequívoca, claramente dictatorial para los cánones occidentales. La opción asumida en este crecimiento incontenible, muy de acuerdo con su tradición ancestral, no es principalmente militarista sino económico-comercial, con éxitos que en este aspecto son abrumadores en sus resultados objetivos y vertiginosos en la escala histórica. El presidente Obama no habrá podido evitar sentirse una comparsa más en el grandioso espectáculo que China ha organizado con motivo de la Cumbre del Foro de Cooperación Asia-Pacífico, una exhibición acorde con su rango y auge.

Frente a esta realidad de empuje económico irresistible, los Estados Unidos no pueden ocultar su desasosiego ante China: no la pueden frenar, y mucho menos cercenar, al no existir pretexto militar, ni siquiera ideológico. Y los intentos de “cercarla” con estratagemas comerciales y alianzas militares (dando una declarada prioridad a su presencia militar en el Pacífico) nadie puede dudar de que están llamados al fracaso. Por su parte, China amplía su fulgurante capacidad económica propia con un expansionismo –laborioso y pacífico, en abierto contraste con la tradicional agresividad exterior del capitalismo occidental– que incluye su presencia activa en las fuentes de materias primas, muy especialmente África y América Latina donde, entre otros recursos, se apropia de tierras fértiles con un sentido de futuro que despierta fundadas inquietudes en las potencias económicas rivales.

Frente a Rusia, los Estados Unidos saben que están llamados a morder el polvo en sus reiterados intentos de contención y castigo por lo que consideran “nuevo expansionismo” y “nostalgia del imperio soviético”, personificados en el autócrata Putin. Este ha asumido, con éxitos evidentes, la tarea de responder al agobio y las humillaciones con que Estados Unidos, la OTAN y la Unión Europea han venido caracterizando su política en relación con la traumatizada sucesora de la URSS desde el mismo momento de la caída (tan celebrada) del Muro de Berlín, llevando la OTAN a sus fronteras directas en los países bálticos y al tradicional hinterland de protección soviética (y rusa, si contemplamos la historia), constituido por los Estados eslavos del mar Báltico al mar Negro; una tarea pérfida a cargo de los presidentes Bush padre y Clinton, y en la que tuvo un papel excepcional nuestro Javier Solana cuando fue distinguido como secretario general de la OTAN (1995-1999). La crisis de Ucrania ha marcado la inflexión que había de llegar: ni la pretendida integración económica de esta país en la UE ni los intentos de encuadrarla en la OTAN redundarán en beneficio alguno para Occidente ya que la capacidad rusa de respuesta e imposición es notoria y funcional, como se comprueba en el tira y afloja del asunto del gas y en la inestabilidad política interna que introduce la opción prorrusa de buena parte de ese territorio (agitación de la que, muy comprensiblemente, sale fiador y beneficiado Moscú).

Ante estos dos colosos continentales, el chino y el ruso, el imperialismo universalista norteamericano tiene muy recortada su eficacia, y no sólo por la dificultad creciente y la oportunidad, en gran medida ya perdida, de trabar nuevas alianzas militares allende los mares, según el modelo posbélico. Esta potencia guerrera norteamericana, que seguirá siendo temible durante años, sólo puede ser eficiente, y productiva, en un ámbito territorial de intervencionismo tradicional como es el Cercano y el Medio Oriente, donde el control del petróleo y la protección a Israel marcan la estrategia de Washington y donde sigue expresándose su fuerza militar demoledora; y en algún otro conflicto planetario menor.

Pero de la acción, tan destructiva como ineficaz, de los ataques a las fuerzas islamistas que desde que se inició el siglo ponen a prueba su estrategia global en el espacio árabe-musulmán ya no cabe esperar resultados que fortalezcan a Estados Unidos, o alianzas que prolonguen su diktat. Desde luego, en el enfrentamiento con el Islam es casi imposible conseguir victorias bélicas que lleven a estabilidad política alguna, resultando hasta el momento en crisis y extensiones de nuevos conflictos que nada positivo auguran para la potencia norteamericana; y menos cuando se perfila en el horizonte una –incipiente y probablemente hipócrita: seamos realistas– desafección europea ante los crímenes y la arrogancia catastrófica del Estado de Israel, perspectiva que adquirirá rasgos mucho más severos para la indestructible alianza israelí-norteamericana cuando China y Rusia opten por poner fin a las exacciones de Israel –llegado el momento y trastocando su indiferencia consentidora muy probablemente debido a un novedoso interés por el petróleo y los mercados de la región– exigiendo un nuevo status quo en este convulso espacio.

La decadencia, cantada, de Estados Unidos irá acompañada de resistencias numantinas, en las que el mesianismo político de la derecha norteamericana nos pondrá más de una vez al filo de conflictos que pueden ser incluso más graves que su continuo hostigamiento en el mundo árabe-musulmán; y de intentos de prolongar su dominio con sonrojantes estrategias de espionaje electrónico a amigos y enemigos, o de liquidación –tecnología mediante– de enemigos propios que seguirán presentando como hostiles a la democracia e incluso al mundo entero… Y en América Latina, que sigue siendo su “patio trasero” en el que no se admiten injerencias (aunque China ha vulnerado, eficazmente, este principio tradicional), ya reconocen la inviabilidad general de la intervención directa, e impulsan esa nueva estrategia de dominación que es el evangelismo, un genuino producto de exportación del integrismo religioso de gran parte de su clase política, que en algunos países ya se mide en igualdad de seguidores con el catolicismo.

Todo esto, que en cierto modo son indicadores de decadencia y de “fin de Reino”, retrasará pero no conjurará lo que habrá de llegar. E irá acompañado de la continua acción erosiva de los enemigos internos en un país que –al tiempo que genera sin cesar crisis económicas de escala planetaria, tratando de reafirmar sus relaciones económico-financieras ventajistas– tritura sus clases medias, amplía la pobreza y la criminalidad afecta sobre todo a los grupos de población más jóvenes; y donde el racismo estructural desvanece toda pretensión de ejemplaridad y referencia hacia un mundo que se escapa de su influencia poco a poco, fatalmente.

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