Obama afirma que el diálogo con Irán será una de sus prioridades

Del garrote y la cañonera a la zanahoria y el palo

En unas sorpresivas declaraciones, Barack Obama afirmaba ayer en una entrevista que el diálogo con Irán va a ser una de sus máximas prioridades en la escena internacional a partir del dí­a 20, cuando tome posesión de la presidencia. «Vamos a tener un nuevo enfoque basado en el respeto y en una voluntad de diálogo, pero también en la claridad de lo que queremos exactamente», dijo a la cadena de televisión norteamericana ABC News.

¿Qué significan exactamente estas afirmaciones, cómo hay que interretarlas?A diferencia de Bush, que desde el principio de su mandato colocó a Irán –junto al Irak de Sadam Hussein y a Corea del Norte– en el “eje del mal”, lo que llevaba implícito la amenaza militar, Obama ha descartado el recurso a la fuerza como medio para cambiar el régimen político de Teherán. Lo que no quiere decir, en absoluto, que renuncie a cambiar por otras vías un régimen hostil a sus intereses en una región tan clave estratégicamente como Oriente Medio. El diálogo entre Washington e Irán –a quien la política de Bush ha convertido, tan paradójica como aceleradamente, en una relevante potencia regional– se ha convertido en una de las piezas decisivas para recomponer el laberíntico puzzle del Gran Oriente Medio, donde EEUU se encuentra atrapado entre la urgencia de salir de Irak de la mejor forma posible y la imperiosa necesidad de obtener una victoria político-militar en Afganistán. Y en ambos escenarios precisa, si no de la colaboración activa, sí al menos de la neutralidad pasiva de Irán. Lo cual, lógicamente, tiene un coste político en términos de redistribución del poder regional, de reconocimiento del nuevo status alcanzado por el Estado iraní y de una cierta recomposición de las relaciones entre Washington y Teherán. Este es el camino que ahora se dispone a iniciar –o, al menos, en esta primera fase a tantear– el equipo de Obama.Pero que Obama emprenda el camino del diálogo no quiere decir, ni mucho menos, que de los planes de Washington haya desaparecido el objetivo de derribar un régimen demasiado independiente e impermeable a su influencia, demasiado hostil a sus intereses, demasiado hermético a su intervención, demasiado poderoso sobre las minorías chiítas en puntos tan calientes como cualitativos de Oriente Próximo y Medio. La política del garrote y la cañonera practicada por Bush y que tan catastróficos resultados ha deparado a la superpotencia yanqui en estos 8 años, va a ser ahora reemplazada por la de la zanahoria y el palo. Cuánta zanahoria y de qué calidad va a poner la Casa Blanca sobre la mesa y cómo y en qué momento van a usar el palo es lo que está todavía por ver.

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