Avances contra el cáncer

De Toronto a Madrid, en un segundo

Una de las ramas emergentes de la investigación en oncologí­a hoy es la de producir herramientas pronósticas que permitan predecir la evolución de un cáncer y herramientas diagnósticas que permitan predecir a qué tipo de quimioterapia son sensibles las células cancerosas. Algo parecido, salvando las distancias, a los antibiogramas que se hacen con las cepas bacterianas que se obtienen de muestras de enfermos con infecciones graves. Pruebas que miden a qué antibióticos son sensibles y a cuáles resistentes las bacterias, para poder aplicar la terapia más especí­fica y efectiva posible y salvar cuánto antes al enfermo.

Un gruo de investigadores de la Universidad canadiense de Toronto ha dado un nuevo paso hacia ese modelo de tratamiento personalizado del cáncer. Han presentado un test, que ha llamado “DyNeMo”, por el que se puede predecir las posibilidades de recuperación del cáncer de mama y de sus resultados se puede concluir cuál es el mejor tratamiento a aplicar al paciente concreto. Con ello se evitaría aplicar quimioterapia para la que ese tumor en concreto es ya resistente desde el principio, lo cual aumenta innecesariamente la toxicidad del tratamiento. El método usado por los investigadores en las biopsias de 350 enfermas de cáncer de mama estadounidenses y europeas consistió en analizar las diferencias que presentaban las redes de proteínas de las enfermas que fallecieron respecto a las que sobrevivieron a la enfermedad. Identificaron hasta 250 proteínas que permiten predecir las posibilidades de sobrevivir de una paciente. Gracias a ello, pudieron prever en un 82% de casos la evolución de la enfermedad. Una vez esta herramienta ha sido patentada por los investigadores canadienses, el siguiente paso es su producción industrial, comercialización y generalización en las consultas oncológicas, algo que depende tanto de las empresas de biotecnología como de los gobiernos que gestionan la sanidad. Ciertamente se trata de un instrumento muy útil en la carrera por derrotar, o cuanto mínimo convertir en enfermedad crónica, el cáncer. Y esto es posible en tanto apunta a resolver dos de los problemas principales de los actuales protocolos terapéuticos: la toxicidad innecesaria y la baja a eficacia de la quimioterapia. Problemas que se derivan del hecho de que se aplica, todavía en la mayoría de los casos, indiscriminadamente, a ciegas. Algo ya superado en otros campos como son las enfermedades infecciosas o las alergias, donde se hace imprescindible diferenciar a un paciente de otro, aunque aparentemente tengan la misma enfermedad, para aliviarles y salvarles. Por tanto, son problemas que, hoy por hoy, trabajan en contra de que se curen o, cuanto mínimo, se frenen muchos cánceres. Hasta ahora se han producido algunos avances fruto de detectar “dianas” específicas que permiten diferenciar, por ejemplo, un mismo cáncer de mama en dos mujeres según expresen más o menos un determinado receptor para un factor de crecimiento (Her-2). Sin embargo, a medida que se objetiviza que nos enfrentamos a un problema complejo, que altera múltiples vías metabólicas y ofrece muchas “dianas” a las que golpear, no una sola, reclama urgentemente la identificación en cada enfermo concreto de estas vías, de sus puntos débiles, y una actuación temprana para frenar los tumores y en la medida de lo posible hacer inviables sus células. La sanidad española debería adoptar y apostar por hacer este tipo de avances accesibles en un breve lapso de tiempo a la mayoría. Se supone que esa debe ser la ventaja de tener una sanidad pública e universal. ¿O no?

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