La ciencia ha cumplido: el tiempo habitual para tener lista una vacuna es de unos cuatro años, y las vacunas contra la covid se han desarrollado en tan solo diez meses. Pero el problema es quién controla este enorme logro, que debería estar a disposición del conjunto de la humanidad.
La intervención de los monopolios farmacéuticos, y de los Estados de las grandes potencias, que colocan los negocios del “Big Pharma” por encima de la salud, han transformado ese extraordinario hallazgo científico en una “guerra de las vacunas”.
Las alarmas estallaron en Bruselas cuando dos de las farmacéuticas que debían proporcionar las vacunas anunciaron que incumplirían las condiciones del contrato firmado con la UE. A la noticia de que Pfizer retrasaría varias semanas el ritmo de entregas se le sumó el brutal recorte de entre un 50% y un 60% en las dosis prometidas por AstraZeneca. Y, mientras los grandes laboratorios aducían “problemas de producción”, los países europeos denunciaban que estaban desviando las vacunas que debían ir a la UE hacia otros países que pagaban un precio más alto.
El resultado de esta “guerra de las vacunas” es un retraso en los planes de vacunación, que prolongan innecesariamente el sufrimiento de muchos. ¿Quién es el responsable?
Primero, sin duda, los grandes monopolios farmacéuticos. Gigantes que controlan un negocio cuyo valor se elevó el pasado año a 1,25 billones de dólares, el equivalente al PIB español. Un sector controlado por un selecto grupo de 12 grandes monopolios, con absoluta hegemonía del capital anglonorteamericano -7 estadounidenses y 2 británicas-.
Las vacunas van a ser un enorme negocio, que permitirá a estos monopolios repartirse unas ventas anuales que alcanzarán los 25.000 millones de dólares.
Imponiendo sus tradicionalmente draconianas y criminales condiciones. Médicos sin Fronteras denuncia que Gilead pasó a vender el Remdesivir, un medicamento clave en la lucha contra la covid, a 2.340 dólares… cuando su coste de producción no supera los 9 dólares.
Pero las grandes potencias de la UE no se merecen el papel de “víctimas de los monopolios” con que ahora se presentan. Los hechos demuestran que más bien son cómplices necesarios de su atraco.
El pasado 2 de octubre, India y Sudáfrica presentaron a la Organización Mundial del Comercio una propuesta para liberar las patentes de los medicamentos y vacunas contra la covid-19. Esta es una demanda de la OMS y todas las organizaciones sanitarias independientes, para garantizar la producción -limitada porque solo un pequeño grupo de monopolios pueden fabricarlos- y democratizar su acceso, reduciendo los precios. El 20 de noviembre, todos los países de la UE, junto a Japón, secundaban a EEUU y bloqueaban esta petición, que ya es un clamor mundial.
No es verdad que “un pequeño puñado de farmacéuticas se hayan impuesto sobre la UE”. Sencillamente porque los Estados de las grandes potencias europeas juegan en el mismo equipo que el “Big Pharma”.
El veloz desarrollo de las vacunas ha sido posible gracias a una masiva inyección de dinero público. En concreto, la Comisión Europea ha entregado a las grandes farmacéuticas a fondo perdido hasta 10.000 millones de euros. El dinero y el riesgo es público… y el beneficio es privado. Después de correr con los gastos, la Comisión Europea ha firmado contratos de adquisición de vacunas con escandalosos privilegios para las multinacionales.
Son secretos -algo que sería ilegal en cualquier adjudicación pública en España-, y no se puede conocer ni el precio ni los plazos de las entregas. Además, entre las cláusulas, los Estados de la UE se comprometen a pagar las posibles pérdidas y los costes de cualquier demanda.
No es el coronavirus, es el capitalismo. Y el segundo provoca tantas o más muertes que el primero.
¿Vacunas para ricos y vacunas para pobres?
La distribución mundial de las vacunas sigue las líneas de las grandes tendencias globales.
Los problemas de suministro de la UE se explican porque los grandes laboratorios que debían proporcionarles las vacunas (Pfizer, Moderna o AstraZeneca) están controlados por el capital anglonorteamericano… que ha primado a Reino Unido, Israel y EEUU.
Y las potencias tradicionales buscan acaparar la producción, asegurándose que serán los primeros en recibir las vacunas, dificultando el acceso a ellas a los países del Tercer Mundo.
Pero el mundo ha cambiado, y eso también determina el reparto de vacunas. David Fidler, experto del Council of Foreign Relations -uno de los principales think tanks de la superpotencia- lo confirma al afirmar que “se ha acabado la era dorada en que las potencias occidentales eran los líderes indiscutibles de la sanidad global”.
Hoy no sucede como en otras crisis sanitarias, donde solo existían vacunas norteamericanas, alemanas o francesas. Hoy en el mundo existen otras vacunas, como la rusa o la china. Son más baratas que las occidentales, e igual de seguras y eficaces. China, por ejemplo, es hoy un país puntero en muchos sectores científicos y tecnológicos.
Muchos países del Tercer Mundo pueden elegir, y no tienen por qué pasar obligatoriamente por el draconiano aro de las grandes potencias occidentales para adquirir la vacuna.
E incluso la UE ha iniciado ya las gestiones para comprar la vacuna rusa, y anuncia que está dispuesta a adquirir la china.
EEUU siente nostalgia de la “era dorada”, en la que solo ellos imponían las condiciones. Pero el mundo ha cambiado, y todo el planeta celebra que eso sea así.