Literatura

Daniel Sada: Barroco en el desierto

«Más que un escritor es una prosa», se ha dicho de él. Cierto. Con Sada «regresa» a nuestra literatura el escritor para quien tanto vale lo que se quiere contar como el cómo contarlo: el trabajo con el lenguaje, la elección de cada palabra, el ritmo y la cadencia de cada frase, la métrica peculiar del idioma… todo cuenta. La literatura no es sólo el qué, sino también el como: el estilo, el lenguaje.

Cuando el aladar mayoritario de los lectores se ha hecho ya a la lengua aséptica, anodina e inexpresiva de los best sellers -de la misma forma que el paladar de tantos ha fenecido ya por el hábito de la comida basura –, Sada representa, a la contra, un festín de manjares auténticos, naturales, nutritivos… pero que quizá puedan resultar “incómodos”, “inaccesibles”, “difíciles”.El problema, claro, no es Sada. El problema son los malos hábitos. Los excesos de la literatura basura. La idea de que al lector no hay que incomodarlo, sino dárselo todo triturado, machacado, en papilla. Como a un bebé. Pues bien, con Sada uno puede, realmente, recuperar el paladar, volver a conectar con el sabor originario del idioma, gozar de sus prodigios, deleitarse con sus extraordinarias y olvidadas posibilidades expresivas, chocar y herirse realmente con sus aristas.A este peculiar estilo de Sada se le ha calificado, a veces, como “barroco”. Bolaño, que le consideraba el escritor más arriesgado de su generación, escribió que su obra sólo era parangonable, en el ámbito hispano, con la del cubano Lezama Lima, “aunque el barroco de Lezama, como sabemos, tiene la escenografía del trópico, que ya se presta bien a un ejercicio barroco, y el barroco de Sada sucede en el desierto”.Otros, en cambia, consideran que el barroquismo no es lo decisivo de su prosa. Lo decisivo reside en otra parte: en el juego con el lenguaje popular. No en la copia o repetición de lo que se dice en la calle. No. Se trata de un juego culto, literario, pero que tiene como materia básica el lenguaje popular, sin duda una de las fuentes más poderosas de creación: la que alienta en el Lazarillo, en la Celestina, en el Quijote… Pero eso sí, elaborado con gran rigor: un rigor muchas veces ascético, casi bíblico y con la contundencia expresiva de un western. La Biblia y el western, por cierto, son dos de las fuentes de inspiración favoritas de Sada. Con lo que, en algo sí lleva razón, de todos modos, Bolaño: en la lengua de Sada no está la feracidad tropical, sino la atmósfera vacía, el espacio infinito y los espejismos del desierto (como lo están en la Biblia y como lo están en el western).Sada (Mexicali, Baja California, 1953) es ya, a estas alturas, el autor de una obra prolija y extensa, formada por cinco libros de relatos y ocho novelas. Con la última de ellas, “Casi nunca”, ganó el Premio Herralde de novela de 2008 y ha irrumpido, al fin, en el mercado español. Mezcla de novela rural y erótica, el libro plantea un dilema amoroso y vital formulado simultáneamente en clave de humor y en clave sagrada, mitad parodia mitad rito. El antihéroe que la protagoniza (“un tal Demetrio Sordo, agrónomo”) tiene que optar entre el amor carnal, sensual y siempre disponible con una puta (la morena Mireya) o el camino ascético, de renuncias y pruebas que conduce al “amor conyugal y eterno” (la bella Renata). Todo ello en el marco del México de provincias de los polvorientos y turbios años cuarenta. Sada pone el listón alto, pero no insalvable. Su proyecto narrativo es arriesgado para los tiempos que corren, pero sin riesgo ¿merece la pena la literatura?

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