El presidente del PNV llama "golpe institucional" a un gobierno del PSE

Dame pan y llámame jeltzale

Como movidos por un mismo resorte invisible, los jeltzales* de la alta dirección del PNV han saltado como endemoniados ante la sola posibilidad de un gobierno de Patxi López apoyado por PP y UPyD. Su presidente, Iñigo Urkullu, el mismo que apenas hace un mes reconocí­a vivir «con muchas dificultades» la relación con Ibarretxe, ahora tacha de «golpe institucional» su previsible salida de la lendakaritza. ¿Pero en que quedamos? ¿No decí­an ustedes que eran los primeros en querer deshacerse de esa «herencia envenenada» de Arzallus que es Ibarretxe?

Siemre se ha dicho que en el PNV conviven dos almas. La posibilista, moderada y pragmática y la etnicista, fundamentalista y rabiosamente independentista. El problema de dos almas que comparten el mismo cuerpo es que, por muchas que sean sus diferencias, cuando el cuerpo se ve amenazado de vivir sin techo, expuesto a pasar largas noches a la intemperie, ambas sufren las mismas penas y reaccionan al unísono. Por eso no debería sorprender a nadie que los máximos exponentes del sector moderado, Urkullu y el jefe de la organización de Vizcaya, hayan sido los primeros en lanzarse como posesos contra la defenestración de Ibarretxe. Porque al defender el “derecho legítimo” de Ibarretxe a seguir gobernando no están defendiendo, como creen algunos, un ancestral derecho de propiedad y primogenitura sobre Euskadi transmitido por el euskogen del RH negativo. Tampoco cuestiones de principios, de línea, de destino, de asuntos espirituales que afecten al alma. Sino algo mucho más terrenal, prosaico y, sobre todo, material, muy material. Poder, prebendas, manejo de presupuestos milmillonarios, empresas públicas, medios de comunicación,… Y dinero, mucho dinero. Que nadie se llame a engaño. Aunque ellos así lo quieran dar a entender, no son cuestiones de principio ni nada que se le parezca lo que están en cuestión. La fiereza de la reacción de los dirigentes jeltzales es directamente proporcional al volumen de negocios que vienen manejando desde hace 30 años, y cuya gestión les ha permitido construir un auténtico partido-régimen que ocupa con exclusividad las instituciones de la autonomía vasca. Volumen cuyo eje lo constituyen los 10.487 millones de euros de presupuesto que maneja cada año el gobierno vasco. Y que, para hacernos una idea de lo que significan –gracias al concierto especial y el cupo vasco– es, proporcionalmente a la población, un 70,6% superior al que maneja la Generalitat valenciana o un 60% mayor al de la Comunidad de Madrid. E incluso, aunque nos vayamos a una región reconocida por el peso del dinero público en su vida económica como Andalucía, los presupuestos del gobierno vasco son todavía un 18% superiores. Y que siguen por los cerca de mil millones de euros más que el gobierno vasco destina, en capítulo aparte, a distintas sociedades privadas, públicas o semipúblicas. Un apartado en que tampoco la hacienda vasca admite comparación con la de ninguna otra región española. Según el Instituto Nacional de Estadística, en Euskadi existen al menos 87 empresas participadas con dinero público. Lo que quiere decir que por cada 24.794 vascos hay una empresa pública o semipública. Sí, ya sé que es odioso, pero si volvemos a comparar, en Andalucía hay una por cada 126.000 habitantes, en Madrid por cada 156.000 o en Castilla La-Mancha una por cada 255.000 habitantes. Es impensable, para quien no conozca de cerca la realidad de Euskadi, imaginar el enorme poder clientelar que en una autonomía con poco más de 2 millones de habitantes es capaz de generar un volumen tal de dinero público. ¡Ríanse ustedes de Chaves y el PER! En torno a él se van creando distintos círculos clientelares cuyo modus vivendi no es otro que el presupuesto público. Con él se compran voluntades, se aseguran fidelidades, se anotan afiliaciones, se compran votos, se subvencionan todo tipo de actividades y se mantiene toda una red capilar que llega hasta los últimos rincones de Euskadi. Hasta el punto que Mikel Buesa –dirigente de UPyD, pero desde mucho antes reputado catedrático de economía de la Complutense– ha llegado a calcular que alrededor de un tercio del presupuesto vasco (3.000 millones de euros, medio billón de las antiguas pesetas) se dedican cada año a “programas de carácter clientelar con el mundo nacionalista”, cuyos destinatarios son “asociaciones de toda naturaleza, desde clubes de montaña a familiares de presos”. Todo esto, que de conjunto ha conformado a lo largo de tres décadas un régimen omnipresente y casi omnipotente cuyo corazón es la estructura peneuvista, es lo que, de ninguna manera están dispuestos a perder los dirigentes jeltzales. Tengan el alma posibilista o fundamentalista. Esto es lo que explica su furibunda reacción. *La denominación de jeltzales dado en Euskadi a los peneuvistas viene del nombre en euskera del partido Eusko Alderdi Jeltzalea, en el que Jeltzalea no es sino la adjetivación del acrónimo de su lema JEL: “Jaungoikoa Eta Legizarrak”. Dios y Leyes Viejas. Como se puede apreciar, el summum del progresismo y la modernidad.

Deja una respuesta