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Cumbre histórica y pendientes

La Séptima Cumbre de las Américas, realizada en Panamá, dio inicio formal ayer con señales de acercamiento y de distensión entre Estados Unidos y Cuba –cuya participación otorgó un cariz histórico al encuentro–, así como con perspectivas de una nueva etapa en la historia de las relaciones continentales, marcadas por la existencia de claros contrapesos regionales a Washington y el consecuente redimensionamiento de la proyección de ese país, en tanto potencia hemisférica y mundial.

Por principio de cuentas, es importante destacar que el cónclave celebrado en la nación centroamericana representa la culminación de un viraje en estos encuentros –originalmente concebidos como una forma de reafirmar la hegemonía estadunidense en el hemisferio–, el cual se inició en la cumbre realizada a principios de este siglo en Quebec: entonces, la hegemonía estadunidense fue puesta en duda por el gobierno incipiente de Hugo Chávez en Venezuela, quien cuestionó la suscripción de un acuerdo de libre comercio para las Américas que pretendía extender a todo el continente las condiciones impuestas a nuestro país mediante el TLCAN. Posteriormente, en la reunión de Mar del Plata, el equilibrio entre fuerzas entre Washington y los gobiernos críticos de la superpotencia se saldó con un rechazo al Área de Libre Comercio para las Américas, y esa tendencia se reiteró en 2012, cuando buena parte de los regímenes de la región expresaron su negativa a participar en una nueva edición de esta cumbre sin la participación de Cuba.

La correlación de fuerzas referida ha dado pie a un discurso con acentos de multilateralismo, que en sí mismo es alentador y positivo, por cuanto se despega de la tradicional arrogancia imperial de la Casa Blanca y del espíritu arbitrario con que se han venido conduciendo las relaciones diplomáticas de Washington con buen número de países latinoamericanos. Muestra de ello es el discurso pronunciado ayer por el presidente de Ecuador, Rafael Correa, quien rechazó las críticas que ha venido formulando la Casa Blanca en días recientes por la situación de derechos humanos en países como Venezuela y el propio Ecuador, y señaló, por contraste, el papel que ha tenido históricamente Estados Unidos como violador consuetudinario de las garantías individuales dentro y fuera de su territorio y como promotor de dictaduras militares bárbaras y antidemocráticas en las naciones centro y sudamericanas.

Por supuesto, lo ocurrido ayer en la capital panameña constituye sólo un punto de inicio sobre el cual debe trabajarse. Hasta el momento, los apretones de manos y los discursos pronunciados, por históricos que resulten en sí mismos, no se han traducido efectivamente en la construcción de acuerdos sobre temas principales, empezando por el fin a la injusta exclusión de Cuba del llamado sistema interamericano.

El tratamiento de estos asuntos requerirá, a no dudarlo, de un esfuerzo adicional de todos los gobernantes del continente y, en su caso, de mayor presión de los países latinoamericanos hacia Washington, para que rectifique sobre la aplicación de medidas injustas, como las que todavía padece el pueblo cubano. En suma, aún resta camino por avanzar en aras de la construcción de una América más justa y equitativa, en la que se dé voz a todos los países y se respeten los principios de soberanía y libre determinación de los pueblos.

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