Entrevista a José Antonio Hernández - Intermon Oxfam

Cumbre de la FAO: Autonomí­a para defender la agricultura

Jose Antonio Hernandez ha estado representando a Intermon Oxfam en la Cumbre de la FAO. Los compromisos adoptados en l’Aquila debí­an concretarse… pero ni los mandatarios del G-8 acudieron.

¿Cómo valoras el resultado de la Cumbre? Muy negativo. Es una cumbre que se roduce en un momento en el que el hambre en el mundo no va camino de reducirse, lejos de eso está aumentando. Las ausencias han sido asombrosas, han faltado resultados concretos, plazos y políticas concretas, y compromisos. ¿Hay una resistencia a fortalecer el papel del Comité de Seguridad Alimentaria Mundial? Una de las cuestiones fundamentales para luchar contra el hambre es hacer frente a las causas globales detrás del hambre y tener instituciones para dar respuesta a esos niveles. En ese sentido la propuesta de reforma del CSA que se aprobó hace un mes abre una puerta a la esperanza interesante porque prevé que el órgano tenga realmente capacidad de coordinación de estrategias globales. También prevé una mayor participación de la sociedad civil, y aunque los gobiernos son los responsables, los que tienen que velar en ultima instancia por el derecho a alimentación, la participación con su experiencia de la sociedad civil nos parece fundamental. Lo que tiene que salir de aquí es la capacidad de revisión de cuentas tanto de países donantes como de receptores de ayudas. Lo que hemos visto en esta cumbre es que al menos no se ha torpedeado esta propuesta. Hay un cierto respaldo a este proceso que habrá que valorar en los próximos meses, para ver si el CSA se convierte en realidad en un órgano con capacidad de dirección, coordinación, exigencia de cuentas y que cuenta con los recursos económicos para hacer realidad todo esto. Han asistido más de 190 países, ¿no? Sí, creo que han sido las delegaciones de 192 estados. Claro, cuando se reúne tal cantidad de países no esperamos que sea para hacerse una foto de familia. Lo que esperábamos es concreción de esas estrategias y fondos comprometidos en Roma y l’Aquila. Desgraciadamente la declaración final es realmente mala y no ha habido ningún a avance respecto a lo que esperábamos. ¿Pero igual que hay diferentes resultados entre Brasil o EEUU en la lucha contra el hambre, habrá diferente posición y línea en la Cumbre no? Lo que se ha podido ver en la Cumbre son las políticas públicas necesarias que se han aplicado en Brasil en los últimos siete u ocho años, cómo han conseguido resultados espectaculares. Esto pone de manifiesto que efectivamente se sabe lo que hay que hacer: hay que apostar por la pequeña agricultura, por políticas que den cobertura a los más vulnerables, en definitiva, hay que apostar por políticas de promoción de la economía familiar y de defensa de los derechos básicos de los pobres, porque dan resultado como se demuestra en Brasil. Lo que falta es ese nivel de claridad y compromiso en los líderes de no pocos países. Tanto de algunos en desarrollo que no acaban de apostar de forma clara, aunque muchos aunque tengan la voluntad no tienen los medios para obtener resultados a corto plazo, como que de lo que estamos hablando, aunque hace falta rigor en la gestión, es no del “qué hacer” sino de tener voluntad política por hacerlo. Eso es lo que no se encuentra en estas cumbres, la voluntad de conseguir resultados y hacerlo en plazos razonables. En el mundo no faltan alimento, sino justicia en el reparto y voluntad para hacer que todo el mundo tenga acceso a la alimentación. Es una violación tan flagrante de un derecho fundamental que si hubiera la misma voluntad que ha habido para rescatar a los bancos en la crisis, estoy convencido que en el plazo de una generación quedábamos libres del hambre. Claro, hace falta una voluntad que no hemos sido capaces de movilizar. Vosotros dais el dato de que realmente, de los 20 mil millones que han aprobado, que deberían ser 40 mil, solo 3 mil son “dinero nuevo, mientras que en lo que va de año Goldman Sachs han ganado 3,2 mil millones… Hay un libro que se llama el Informe Lugano que publicó Susan George, que es muy recomendable, que plantea que sería bastante plausible – es la hipótesis del libro – que hubiera una especie de conciliábulo de “malos malísimos” para sostener un sistema que de otra manera no se comprende. A parte de la anécdota, la promesa de l’Aquila dio una esperanza al recuperar a la agricultura que hasta ahora solo representaba un 3% en las ayudas al desarrollo. Tres de cada cada cuatro personas pobres del planeta vive de la agricultura. Dicho esto, esa cantidad que se ha puesto encima de la mesa es el resultado de “reempaquetar” compromisos que estaban dirigidos para otras cosas y por otras vías. Si además vemos que en los países desarrollados se dedican más de 500 mil millones de dólares a proteger su agricultura es que se considera importante, no que sea un sector marginal. Y luego se ven las cantidades que se han dedicado en días para salvar a los bancos… Pero además estas ayudas vienen con condiciones que imponen condiciones que maniatan a los estados receptores, y que en todo caso van dirigidas a los sectores en los que las potencias obtienen más plusvalías, nuevas tecnologías, fertilizantes... Esta es la tónica durante años. Claro, la decisión de dar este dinero que se tomó en l’Aquila va asociada a darla a través del Banco Mundial no a través de la ONU. Eso es preocupante. Primero porque la ONU, pese a todo, es representativa, en el Banco Mundial se tienen tantos votos dependiendo del dinero que se pone. Pero además la experiencia es que los créditos del Banco Mundial siempre vienen asociados a la imposición de programas de ajuste estructural o condicionalidades de liberalización acelerada, de retirada del sector público… en buena medida esto es lo que preocupa que se vaya a imponer con estas ayudas. No es que lo sepamos, pero es la experiencia anterior. Por eso nuestra insistencia en fortalecer el CSA. Luego, tan importante es cuánto se gasta como en qué y cómo se gasta. Y debe invertirse en la agricultura familiar. Primero porque es de la que vive la gran mayoría de las personas pobres y tiene un amplio margen de mejora de productividad. Hay, por lo tanto, mayor capacidad de aumentar la producción de alimentos y la renta para la mayoría. Aunque sean productores de alimentos no ganan lo suficiente y forman una parte importante de los las personas hambrientas del mundo. En segundo lugar es que esto permitiría adaptarse mejor al cambio climático, las sequías, la extensión de las plagas… que ya se está viendo su impacto en el medio rural. Pero también podrían reducirse las emisiones de contaminantes provenientes de la agricultura. Si no hay recursos para los más pobres se les obliga a que se extiendan la frontera agraria, y lo que hay que hacer es mejorar la productividad de cada unidad de territorio y evitar la deforestación de los sumideros de CO2. ¿Con resultados como los de Brasil e incluso como los de Malawi, decidiendo actuar al margen del FMI, la defensa de la soberanía nacional no es punto fundamental? Lo primero es que el paradigma neoliberal que ha empujado al sector público fuera de la gestión de la producción agrícola, ha fracasado. Han generado una maraña enorme atando de pies y manos a muchos gobiernos para poder desarrollar políticas en defensa de su agricultura. El caso de Malawi es paradigmático porque el desmantelamiento y obligatoria privatización de la agencia pública de agricultura provocó que se convirtiera en un país deficitario. Con la línea que ha cogido en los últimos años, rompiendo con esto anterior, ha sido capaz de volver a convertirse en un país exportador de cereales. Hacen falta políticas públicas llevadas a cabo por estados eficaces. Y eso no es posible con la injerencia extranjera que se da en nombre de los acuerdos comerciales. Hace falta un grado de autonomía que permita la defensa de la agricultura y de la economía familiar, y la voluntad política de los gobiernos de hacerlo.

Deja una respuesta