Actualidad cientí­fica

¿Cuándo sonó el despertador de la vida?

Conocer el momento de inicio de la vida en nuestro planeta es un enigma cientí­fico de primer orden: tiene enormes implicaciones sobre nuestro conocimiento del Universo y del fenómeno de la vida en particular.

Hasta hace no mucho, se pensaba que el fenómeno de la vida era extremadamente inusual y que su presencia en nuestro planeta era fruto de un cúmulo de coincidencias casi irrepetibles. La visión de la Tierra como un lugar extremadamente raro y privilegiado en el Universo, como un improbable recoveco en la galaxia a salvo de los peligros cósmicos lo suficientemente pacífico para permitir la formación de la vida conectaba con la idea de un jardín del Edén de características diseñadas ex profeso por un Divino Creador. «El silogismo es muy sencillo. Si la vida como fenómeno físico fuera extremadamente improbable, debería tardar mucho tiempo en brotar»

Esa hipótesis no hace más que derrumbarse. No solo por el hallazgo en los últimos años de varios miles de exoplanetas -cada vez más pequeños, rocosos y parecidos a la Tierra, muchos de ellos en la zona de habitabilidad de sus estrellas y por tanto candidatos a albergar vida- sino por el descubrimiento en nuestro mundo de rocas que contienen evidencias de vida muy antigua, cada vez más remota en el tiempo.

El silogismo es muy sencillo. Si el fenómeno físico de la vida -la aparición de seres capaces de conseguir materia y energía del medio y autorreplicarse a sí mismos- es extremadamente raro y poco común, si necesita de un conjunto de condiciones tan difíciles de reunir que es casi imposible, redondeando a cero, entonces tal fenómeno debería tardar mucho, mucho tiempo en surgir a partir de condiciones inorgánicas. Deberían pasar eones para que -siempre en el caos de la casualidad- las moléculas se organizaran casualmente de una forma capaz de generar copias de sí misma y conservar la información, siendo susceptibles de evolución.

Pero si por el contrario la vida en nuestro planeta surgió en seguida, si en cuanto esta bola de rocas incandescentes, sometida a un contínuo bombardeo de meteoritos, se enfrió y tuvo un momento de sosiego… al poco surgió la vida, esto empuja a pensar que en el Universo el fenómeno biológico es común, frecuente y abundante.

Esta es una de las conclusiones que se deducen del espectacular hallazgo en Groenlandia de unas rocas llamadas estromatolitos que han sido datadas con la antiquísima edad de 3.700 millones de años.

El descubrimiento, liderado por Allen Nutman, investigador en la Universidad de Wollongong (Australia) y autor del artículo publicado en Nature, se ha producido en Isua, al suroeste de Groenlandia. Esta región alberga las rocas más antiguas conocidas del planeta, y con un buen estado de conservación. Los fósiles hallados superan en 200 millones de años a la que era hasta ahora la evidencia fosil más antigua de la Tierra, las halladas en Warrawoona (Australia). Los 3.500 millones de años de los estromatolitos australianos han sido considerados, durante décadas, la alarma del despertador de la vida en la Tierra. Pero han tenido que ser unos científicos australianos los que se lleven el mérito a las antípodas.

Los estromatolitos son un tipo de roca muy especial. Se trata de estructuras estratificadas de formas diversas, de uno a cuatro centímetros formadas por la captura y fijación de partículas carbonatadas por parte de microorganismos de aguas superficiales. “Los estromatolitos son un signo de vida que cualquiera puede observar y los fósiles son una evidencia de un entorno de vida temprano”, dice Nutman. Estas rocas delatan que la vida estuvo allí, a pesar de que las células primigenias que lo generaron no lo estén. Existen en todas las eras geológicas y en gran cantidad de ambientes, desde entornos de aguas someras, a lagos cubiertos de hielo o fuentes hidrotermales. El problema es distinguirlos de formaciones minerales inorgánicas similares que se forman sin la acción de los organismos vivos. Pero no hay duda de que los antiquísimos estromatolitos de Groenlandia son genuinamente biológicos: los detalles del análisis químico, las estructuras sedimentarias y los minerales en las rocas, confirman que hace 3.700 millones de años ya había microorganismos creciendo encima de esas rocas -sumergidas a cierta profundidad y a salvo de las mortales radiaciones- y depositando carbonato cálcico.

Si hace 3.700 millones de años ya había vida bacteriana en el planeta, eso apunta a que la vida como fenómeno emergió desde moléculas inorgánicas algunos cientos de millones de años antes, en torno a los 3.900 o 4.000 millones de años. Considerando que La Tierra tiene 4.600 millones de años y que durante los primeros 500 o 600 millones estuvo torturada por un bombardeo permanente de meteoritos, planetoides y cometas -que hicieron imposible que brotara ningún fenómeno biológico a partir de sus piezas inorgánicas- eso solo deja un margen muy estrecho, en términos de tiempo geológico, para que surja la vida.

Todo parece indicar que en cuanto abandonó su accidentada y catastrófica pubertad, La Tierra se puso a generar vida de forma casi inmediata. Lo cual indica que el Universo no es un lugar tan hostil y furibundo como parece, sino que alberga rincones donde las moléculas pueden bailar hasta aprender a componer la sinfonía de la vida.

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