Muere Santiago Carrillo a los 97 años

Cuando nos roban la memoria

Tras la muerte de Santiago Carrillo, cientos de páginas han glosado su figura. Pero, en la inmensa mayorí­a de los casos, han reducido su trayectoria a su decisiva participación en la transición. Cuando tanto se habla de la memoria histórica, nos roban lo mejor de ella. La vida de Carrillo recorre las contradicciones más agudas, los avances y retrocesos, las luces y las sombras de casi un siglo de lucha revolucionaria. Contienen, en sus aciertos y en sus errores, valiosas enseñanzas que son cuidadosamente enterradas debajo de la alfombra de la transición.

Desde su juventud más temprana, Santiago Carrillo participó en primera persona en los acontecimientos más decisivos de nuestra historia.

Hijo de un destacado dirigente del PSOE y la UGT, Carrillo expresa la radicalización, desde el reformismo a la revolución, de un importante sector de las juventudes socialistas.

Como secretario general de las Juventudes Socialistas, impulsa desde 1934 la unidad de acción con las Juventudes Comunistas. Ambas organizaciones convocan manifestaciones y mítines unitarios. «Carrillo fue defenestrado de la dirección del PCE por negarse a seguir a pies juntillas las órdenes de Moscú»

En la nueva organización fruto de la fusión, las Juventudes Socialistas Unificadas, que experimenta un crecimiento espectacular, hasta alcanzar los 200.000 militantes, se agrupa la juventud más revolucionaria. Que tendrá una participación destacada en la lucha contra el fascismo.

Es una de las primeras brechas abiertas en un camino de unidad que culminará dos años más tarde en la formación del Frente Popular.

La victoria del Frente Popular saca a Carrillo de la cárcel, donde permanecía por su participación en la Revolución de Asturias en 1934.

Cuando estalla la guerra civil, Carrillo tomara parte, en primera línea, en el “¡No pasarán!” inmortalizado por Pasionaria.

Como Consejero de Orden Público se integrará en la Junta de Defensa de Madrid, organizando la heroica defensa de la capital.

Con el gobierno exiliado en Valencia, será el pueblo organizado quien resistirá durante tres años las acometidas de los ejércitos franquistas, pertrechados por Hitler y Mussolini.

Acabada la guerra, a Carrillo, ya integrado en el Buró Político del PCE, se le encarga la dirección de la organización en España.

En los años más duros de la postguerra serán los comunistas, entregando su vida muchas veces o sufriendo largos periodos de cárcel, quienes encabezan denodadamente la lucha contra el fascismo.

Es entonces cuando se produce un hecho decisivo, que va a marcar la trayectoria de Carrillo y el PCE.

Tras la muerte de Stalin, la URSS cambia de color. Una burguesía de nuevo tipo toma el poder en el primer país que había hecho la revolución. Y obliga a un cambio de línea en todos los partidos comunistas bajo su control.

En los países del Segundo Mundo, como España, ya no era posible “hacer la revolución”. Y debían adoptar un programa reformista que limitara sus aspiraciones a la restauración democrática.

Es el momento donde el PCE desmantela el maquis, y adopta la política de “reconciliación nacional”.

Un cambio de 180 grados que se traduce en una nueva dirección. Pasionaria es apartada de la secretaría general, que pasa a manos de Carrillo.

Pero, aunque nazca viciada, la relación de Carrillo con Moscú será siempre ambivalente.

Tras la invasión soviética de Checoslovaquia, Carrillo va distanciándose de Moscú y emprende un camino cada vez más autónomo, que culminará en la formulación del “eurocomunismo”.

En plena guerra fría, la autonomía de Carrillo se vuelve inaguantable para los nuevos zares, que dinamitarán al PCE –a través de conspiraciones, escisiones y turbios manejos- para apartarlo de la dirección.

Mucho se ha hablado de la participación de Carrillo en la transición. Pero nada de este crucial episodio.

Todo se centra en los “sacrificios” que el PCE debe hacer para ser aceptado en el nuevo régimen democrático. Renunciando a la República, y asumiendo el dominio oligárquico imperialista sobre la naciente democracia.

Pero se obvia que las dos principales figuras de la transición –Suárez en la derecha y Carrillo en la izquierda, los dos únicos, junto a Gutiérrez Mellado que se negaron a postrarse ante Tejero el 23-F- fueron defenestrados.

Ambos exhibían un grado de independencia frente a las grandes potencias –Carrillo frente a Moscú, Suárez ante Washington, negándose a aceptar la entrada inmediata en la OTAN- que no podía permitirse.

Cuando estamos sufriendo una intervención cada vez más feroz por parte del FMI y Berlín, convendría recordar que la trayectoria de Carrillo nos enseña que lo que no está permitido en la clase política española –aunque sea una de las figuras claves de la transición- es negarse a seguir a pies juntillas los dictados que vienen de fuera de nuestras fronteras.

Ya va siendo hora de cambiarlo.

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