Selección de prensa nacional

¿Cuándo estallarán las calles?

Impactante la crónica que Aurora Mí­nguez escribe desde Berlí­n para la edición de hoy de El Confidencial. Venimos insistiendo en ello en estas páginas desde hace tiempo. Pero no es lo mismo escucharlo de boca ajena. Frente a los intentos de la mayorí­a de dirigentes europeos por agarrarse al clavo ardiendo de las tí­midas señales que indican que podrí­a haber un inicio de recuperación de la crisis el año próximo, las palabras del presidente luxemburgués alertando sobre la crisis de empleo, la fuerte inestabilidad social y los «niveles de desesperación desconocidos» a los que la crisis va a conducir a los ciudadanos europeos, sitúan las cosas en sus justos términos.

Las manifestaciones del 1 de Mayo en Berlín, según escribe la corresonsal del periódico digital, han puesto de manifiesto el “potencial de violencia, de frustración y de desesperanza ciega” que existe en numerosos países de Europa a medida que se agudiza la recesión, se dispara el desempleo y algunos Estados se ven incluso, dado su fuerte endeudamiento exterior, al borde de la bancarrota. Medios alemanes, como el prestigiosos Die Zeilt señalan cómo, en esta situación, “el umbral de la violencia está descendiendo” hacia cotas más bajas, lo que quiere decir que en cualquier momento puede producirse un desbordamiento social imprevisible. “La rabia está ahí. Lo que ocurre es que todavía no ha encontrado una salida”, añade el rotativo germano. Una juventud trabajadora condenada a vivir en la precariedad, unas clases medias crecientemente pauperizadas, unos trabajadores inmigrantes cada vez más acosados en sus derechos, un malestar generalizado, un descrédito total de las clases políticas,… El caldo de cultivo en el que se están gestando tormentas sociales y conflictos políticos de imprevisibles consecuencias. Cómo concluye la corresponsal del diario, “la pregunta, ahora, es, simplemente, cuándo estallarán las calles en Europa”. Pero si esta es la situación generalizada que se observa desde Berlín, el corazón económico de Europa, en nuestro país la cosas presentan un tinte, si cabe, más sombrío. El diario económico Expansión, en uno de sus editoriales de hoy da la voz de alarma sobre la industria española. Con una caída real, más bien un desplome, del 25% en la producción industrial durante el mes de marzo, que supone un hundimiento inédito en las series históricas estadísticas desde que se comenzaron a elaborar con este indicador clave para la salud de la economía nacional en 1994. Con el desplome de marzo se acumulan diez meses ininterrumpidos de caídas de la actividad industrial, lo que pone de relieve, según concluye el diario, una preocupante incapacidad del sector industrial “para tomar el relevo de la construcción para espolear el crecimiento”. Y mientras tanto el gobierno, como denuncian hoy en sus editoriales tanto El País como El Mundo, dándose por “satisfecho” con los resultados de sus iniciativas –el llamado Plan E– contra la crisis, pese al aumento desbocado del paro, la caída de la producción industrial, la ausencia total de créditos o la galopante subida de la morosidad. Frente a la rapidísima aceleración de la destrucción de puestos de trabajo, muchos de ellos de orden cualitativo por pertenecer al sector industrial, una serie de parches y remiendos, de trabajos todos de escasa duración y en su inmensa mayoría improductivos. Y que conducen al país por una senda todavía más catastrófica, en el que a la crisis galopante se suma un endeudamiento y un gasto público que ni siquiera llegan a ser pan para hoy, pero son hambre segura para mañana. Opinión. El Confidencial ¿CUÁNDO ESTALLARÁN LAS CALLES? Aurora Mínguez Tarde o temprano, en Europa habrá una crisis social. Inevitable y dramática. Lo piensan y temen la mayoría de los gobiernos de la UE, aunque callan. Lo ha dicho, serena pero claramente, Jean Claude Juncker, primer ministro de Luxemburgo, presidente del Eurogrupo y una de las cabezas más lúcidas del panorama europeo: "La recesión va a llevar a los ciudadanos a unos niveles de desesperación desconocidos. Habrá una crisis de empleo en toda Europa y una fuerte inestabilidad social”. Juncker pronunciaba estas palabras este lunes ante sus compañeros del Ecofin (ministros de finanzas de la UE), quienes se aferran desesperados a esas tímidas señales de relanzamiento que se apuntan, si todo va bien, para principios del 2010 y no para todos los países de la Unión. Y, entretanto, ¿qué? ¿Saldrán los ciudadanos masivamente a la calle a asaltar la Bastilla? ¿Empezarán los asaltos a tiendas y supermercados cuando a la gente se les acaben las ayudas para el desempleo? ¿Se copiará en otros países el modelo francés de secuestrar a los empresarios para forzarles a pagar salarios atrasados o a no firmar EREs? ¿Hasta qué punto Gobiernos como el español pueden confiar en el apoyo de las familias y los amigos como sucursales alternativas y/o complementarias de las Oficinas de Empleo? El potencial de violencia, de frustración y de desesperanza ciega existe, y se ha visto, por ejemplo, aquí en Berlín el pasado 1 de mayo con las peores y más brutales manifestaciones a las que ha tenido que hacer frente una policía habituada año tras año a este tipo de altercados. En este clima preapocalíptico los líderes europeos tampoco atraviesan sus momentos mejores. Sarkozy celebraba ayer sus dos años en el Elíseo con un balance mediano: dos de cada tres franceses se muestra decepcionado con él. Entre el 60 y el 80% de los ciudadanos creen que el presidente francés es dinámico, valiente y que toma iniciativas, pero casi esa misma proporción de personas opina que no escucha, que no está en contacto con la calle y que no cumple lo que promete. Gordon Brown en Gran Bretaña es un cadáver andante a quien le tienen preparado ya el entierro tras las elecciones locales y europeas previstas para el 4 de junio, que para él serán la puntilla. Aquí en Alemania la Gran Coalición -a cuatro meses de las elecciones generales- asimila y torea como puede el crecimiento negativo del 6% que va a tener la economía germana a lo largo de este año y oculta las cifras de paro reales (en torno al 9%) aplicando de una manera extensiva la reducción de la jornada laboral. Italia vive al margen de la realidad, al parecer, interesada sobre todo por el divorcio de un patético viejo verde. Las elecciones al Parlamento Europeo van a ser una muestra palpable de la profunda desconfianza de los ciudadanos en sus políticos y en las instituciones europeas. Pero, más allá de la previsible altísima abstención, está la terrible sensación entre los ciudadanos de que ningún político tiene claro cómo salir de ésta. Peor aún, ¿qué van a hacer los políticos europeos con esos 8,5 millones de parados que va haber en nuestro continente? ¿Qué alternativas existen sobre la mesa? Aquí, en Alemania, el sociólogo Klaus Dörre advierte en el semanario Die Zeit: “El umbral de la violencia está descendiendo… La rabia está ahí. Lo que ocurre es que todavía no ha encontrado una salida”. Ningún político europeo, a excepción de Jean Claude Juncker, ha tenido la vergüenza torera de llamar a las cosas por su nombre. Habría que admitir que hemos creado y aceptado casi como irremediable una sociedad en la que había sólo vencedores y vencidos. Toda la vida estaba orientada a la ganancia, no importaba a qué precio. A los jóvenes se les ha condenado a tener, en el mejor de los casos, sólo empleos precarios. Las clases medias temen por su supervivencia más que nunca. El malestar está generando no sólo el descrédito de la clase política sino populismos y aumento de los extremismos. También del antisemitismo, reflejado en España con el último insulto al embajador israelí en el Bernabéu: “perro judío”. La pregunta, ahora, es, simplemente, cuándo estallarán las calles en Europa. EL CONFIDENCIAL. 7-5-2009 Editorial. Expansión ALARMA EN LA INDUSTRIA Hace ya meses que la crisis en España dejó de ser un problema exclusivo del pinchazo de la burbuja inmobiliaria y del parón de la actividad constructora. La producción industrial se desplomó un 25% en marzo, una vez descontados los efectos del calendario, lo que representa una caída inédita desde que Estadística comenzó a elaborar este indicador en 1994. Se acumulan así diez meses de caídas consecutivas de la actividad industrial, que ponen de relieve una preocupante incapacidad para tomar el relevo de la construcción para espolear el crecimiento, algo en lo que hasta hace poco aún confiaba el presidente Zapatero. La realidad es que la industria española está sufriendo la crisis con muchísima más intensidad que las del resto de países de nuestro entorno. Este profundo deterioro enciende las alarmas sobre un problema de fondo que en España se viene incubando desde hace varios lustros: el vertiginoso proceso de desindustrialización. Es cierto que la tendencia habitual en los países desarrollados es que se produzca una basculación hacia los servicios, y de hecho es un sector en el que España mantiene una aceptable competitividad internacional. Pero la vertiginosa disminución que desde comienzos de los setenta se ha producido en la contribución del sector industrial al PIB y a la estructura laboral revela deficiencias de fondo más allá de la lógica terciarización de la economía. Este problema se produce porque la mayor parte de la industria española responde a un perfil de escasas posibilidades de innovación, de reducido valor añadido y de intensidad en mano de obra, que es el más afectado por las deslocalizaciones. Por eso, no se trata sólo de sobreponerse al agotado modelo del ladrillo, sino que la supervivencia de la industria no puede estar subordinada a competir en precios. Eso forma parte del pasado. Es acuciante la transformación hacia una industria caracterizada por la innovación y la tecnología, un proceso en el que hemos perdido demasiado tiempo obnubilados por el maná inmobiliario. En estas circunstancias, es decepcionante que la intervención de ayer de la vicepresidenta Salgado, después de un Consejo de Ministros extraordinario para la galería, sólo sirviera para reiterar la archiconocida compilación de las medidas ya emprendidas –la mayoría de ellas placebos–. El Gobierno insiste en presentar como un éxito el plan E, empeñado en afrontar la crisis sacando las hormigoneras en los ayuntamientos, una estrategia incompatible con la necesidad de transitar hacia un nuevo modelo de innovación y tecnología. Habrá que esperar a ver si el debate sobre el estado de la nación el próximo martes depara alguna grata sorpresa, pero da la sensación de que el Gobierno ya ha dado por amortizada cualquier posibilidad de emprender las reformas que se necesitan para procurar una nueva etapa de crecimiento sostenido y generador de empleo. EXPANSIÓN. 7-5-2009 Editorial. El País EVALUACIÓN SUSPENDIDA El Consejo de Ministros extraordinario convocado para evaluar los progresos de los planes económicos del Gobierno no ha conseguido transmitir a la opinión pública ninguna idea precisa sobre la rentabilidad de dichos planes, salvo las muy magras cuentas de 50.000 millones de euros de gasto fiscal liberados para hacer frente a la crisis y unos 96.000 empleos creados gracias a la aplicación de inversiones y gasto público. Ni la vicepresidenta Fernández de la Vega, quien anunció nuevas medidas de estímulo económico en el próximo debate sobre el estado de la nación, ni la vicepresidenta Salgado, quien explicó de forma imprecisa que en España las nuevas medidas, si las hay, tendrán que ser "más selectivas", aportaron una evaluación seria de las 91 iniciativas económicas aprobadas por el Gobierno, a pesar de que es notorio que algunas son prescindibles -la de los 400 euros- y muchas, como los planes de ahorro energético, resultan manifiestamente mejorables. Si es verdad que el Consejo discutió 11 informes analíticos sobre los planes económicos, un mínimo de cortesía exigía una disposición del Gobierno más reflexiva y crítica. En su lugar, Fernández de la Vega y Salgado ofrecieron un discurso condescendiente y confuso. "Lo estamos haciendo bien y entre todos vamos a salir de la crisis" es una frase que pertenece al género sedante, pero no oculta su carácter de finta para evitar un riguroso examen político y económico de la crisis. Y la conclusión de que el Gobierno está satisfecho de las medidas, salvo por el empleo, es una contradicción imposible: las medidas del llamado Plan E tenían como objetivo principal crear o mantener empleo. Los "brotes verdes" a los que alude Salgado como metáfora de los signos de recuperación son más verdes y más significativos en unos países que en otros. No es lo mismo que desacelere la caída del empleo en una economía con una tasa de paro del 10% a que lo haga en la economía española, con una tasa del 14% o el 15% y que puede llegar al 20%; ni valorar la mejora de la confianza empresarial en Alemania que en un país como España, donde el presidente de la patronal, Gerardo Díaz Ferrán, es capaz de simplificar culpando personalmente de la crisis al presidente del Gobierno. Citar los signos más benevolentes esconde el hecho de que a la economía española le quedan todavía varios trimestres duros, entre cuatro y seis, antes de que esos "brotes" se conviertan en cosecha. EL PAÍS. 7-5-2009 Editorial. El Mundo LO ÚNICO “VERDE” ES LA CAPACIDAD DE LA VICEPRESIDENTA LAS DOS vicepresidentas del Gobierno convocaron ayer a los medios para transmitir un mensaje propagandístico y electoralista sobre lo acertado de las medidas que ha adoptado el Gabinete para combatir la crisis económica. «El Gobierno está satisfecho», dijo Teresa Fernández de la Vega, que subrayó que «entre todos lo estamos haciendo bien». Elena Salgado fue más lejos y afirmó: «Nosotros creemos que la economía está comenzando a tener, como dicen en algunos países, algunos brotes verdes a la vista». A luz de los últimos datos del paro y la actividad económica, nadie vislumbra todavía esos «brotes verdes». Ahí están las últimas predicciones de la Comisión Europea, que estima que este año y el que viene registrarán crecimientos negativos. Salgado habló de una mejora en el clima de confianza, de la subida de la Bolsa en abril, de un aumento del crédito privado y de un menor incremento de la morosidad. Son signos muy débiles frente a otros mucho más relevantes que indican lo contrario como el crecimiento del desempleo, la caída de la producción industrial, el hundimiento del consumo y la evolución del PIB. Hay razones para alarmarse si realmente el Gobierno se da por satisfecho y cree que lo ha hecho bien cuando el número de parados supera ya los cuatro millones y la actividad económica ha caído en el primer trimestre un 2,9%. La intervención de Elena Salgado fue un puro ejercicio de voluntarismo, intentando dar la vuelta a los datos para hacer propaganda de la gestión del Gobierno. En ese sentido, se apuntó como un logro la bajada de la presión fiscal, que es producto del fuerte descenso de la recaudación de Hacienda por el impacto de la crisis y no de una política del Ejecutivo. La ministra de Economía llegó a hablar de «la fortaleza» de España por su bajo nivel de endeudamiento, un logro que va a durar muy poco si Elena Salgado sigue aumentando el gasto público y el año acaba con un déficit presupuestario cercano al 10%, récord histórico. Salgado hizo también un balance triunfalista del plan de estímulo económico, que, según sus palabras, ha supuesto 99 medidas para incrementar la actividad y que sitúa a España en el primer lugar de la UE en cuanto a esfuerzo fiscal. No vamos a entrar en una polémica técnica, pero resulta evidente que, si se han perdido 800.000 puestos de trabajo de enero a marzo, ese plan no ha sido precisamente un éxito. Hace un año, Solbes negaba la crisis y Salgado dice ahora que ya estamos empezando a salir de ella. El problema del Gobierno es que nadie lo percibe así. El propio Banco de España alertó ayer sobre el fuerte crecimiento de la morosidad y de la amenaza que ello supone para la estabilidad del sistema financiero, contradiciendo el optimismo de la ministra de Economía en este punto. Arturo Fernández, presidente de CEIM, hizo un diagnóstico muy negativo sobre la economía española, que «ha superado todos los pronósticos», mientras que Gerardo Díaz Ferrán, presidente de CEOE, culpó del retroceso a «los años de Zapatero». Esperanza Aguirre aseguró con razón que los subsidios y el aumento del gasto público destruyen empleo y estancan la economía si no van acompañados de reformas estructurales. Ello refleja la tremenda diferencia entre la visión que el Gobierno tiene de lo que está sucediendo y lo que piensan los agentes sociales y la oposición. Desgraciadamente no hay ninguna base para el optimismo y lo único que está «verde» es la capacidad de la vicepresidenta y ministra de Economía, que ha asumido el papel de dócil propagandista de Zapatero. EL MUNDO. 7-5-2009

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