50 aniversario de la Escuela de Barcelona

Cuando el cine español se renovaba en Barcelona

En Barcelona, entonces uno de los más dinámicos motores culturales de España, una nueva generación de directores abrió caminos radicalmente nuevos en el cine español.En los años sesenta, el cine español fue recorrido por un anhelo de cambio. La tímida apertura del franquismo, incapaz de mantener la intensidad de la represión de la postguerra, dejaba pequeños resquicios que debían ser aprovechados. Berlanga estrenaba “Plácido” o “El verdugo”, Carlos Saura empezaba su trayectoria impulsando lo que se conoció como “nuevo cine español”.

En esos convulsos, también en España, años sesenta, en Cataluña nació uno de los movimientos cinematográficos más inclasificables, al que Ricardo Muñoz Suay bautizó en la revista Fotogramas como “Escuela de Barcelona”.

De él participaron directores que luego se convirtieron en figuras del cine español, como Vicente Aranda, Gonzalo Suárez o Jordi Grau, otros mas desconocidos para el gran público pero no menos influyentes, como Pere Portabella o Jaquimazo Jordà, algunos que se convirtieron en prestigiosos críticos, como Roman Gubern, o juntaron la arquitectura con el cine, como Ricardo Bofill.

Como plantea el escritor Mirito Torreiro, “la Escuela de Barcelona fue un momento de convergencia casual de gente que quería hacer un cine que no se podía hacer en la época, y lo hicieron”.

Vivían bajo una dictadura, imperaba la censura, los límites impuestos eran muros tan altos que parecían impedir toda creación independiente. Pero “lo hicieron”, convirtiendo Barcelona en un libérrimo laboratorio cinematográfico.

Se rebelaron contra el “cine con olor a trigo”, aquel que quería seguir dando una imagen tradicionalista que ya no se correspondía con la realidad. «Vivían bajo una dictadura, imperaba la censura, pero convirtiendo Barcelona en un libérrimo laboratorio cinematográfico»

Joaquim Jordà declara: “ya que no podemos hacer Victor Hugo, haremos Mallarmé”. Si la censura impide plasmar la realidad a través de un realismo romántico, utilizaron como arma cargada de subversión la experimentación formal del simbolismo.

Las condiciones que se autoimpusieron daban cuenta de la voluntad de crear un cine nuevo, que bebía de la nouvelle vague francesa, del free cinema inglés o de Pasolini:

Autofinanciación y sistema cooperativo de producción.

Trabajo en equipo con un intercambio constante de funciones.

Preocupación preponderantemente formal, referida al campo de la estructura de la imagen de la narración.

Carácter experimental.

Subjetividad, dentro de los límites que permitiera la censura, en el tratamiento de los temas.

Personajes y situaciones ajenos a los del cine de Madrid.

Utilización, dentro de los límites sindicales, de actores no profesionales.

Producción realizada de espaldas a la distribución, punto este último no deseado sino forzado por las circunstancias y la estrechez mental de la mayoría de los distribuidores.

Salvo escasas excepciones, formación no académica ni profesional de los realizadores.

Obras todavía modernas

La Escuela de Barcelona jamás existió, en sentido estricto, como movimiento organizado. Su existencia se prolongó durante unos pocos años, y apenas ofreció una veintena de películas. Alejadas de los circuitos comerciales, solo llegaron a un público limitado.

Pero se convirtieron en obras de culto, y su influencia, abriendo nuevos caminos en el cine español, fue mucho mayor.

Ofreciéndonos un puñado de películas que hoy siguen conservando su carga de modernidad.

Jacinto Esteva estrena en 1960 “Notes sur l´emigration”, el primer documental sobre la emigración española, en Suíza, antes de ser secuestrada por la censura franquista.«La Escuela de Barcelona incomodó a unas élites del nacionalismo que ya aspiraban a someter a su control toda la vida cultural catalana»

Pere Portabella experimenta un cine vanguardista, contra “la excesiva sumisión a la tradición técnica y formal del cine”, colaborando con figuras como Tapies o Joan Brossa, con películas como “No compteu amb els dits” o “Nocturno 29”.

Jordi Grau cultiva el cine documental en “Una noche de verano”, o arremete contra la moral dominante en “Una historia de amor”.

Vicente Aranda nos ofrece historias de género donde toda una carga subversiva llega de contrabando al espectador, como “Fata Morgana” o “Un cadáver exquisito”.

Gonzalo Suárez nos presenta obras inclasificables como “Ditirambo” o “El extraño caso del Doctor Fausto”.

Un cine incómodo

Mirto Torreiro nos recuerda que la Escuela de Barcelona “fue molesta para todo el mundo, por supuesto para el régimen pero también para la izquierda burguesa y para el nacionalismo catalán. Aquello dio un aire cultural a la época y convirtió a Barcelona en una ciudad irrepetible”.

El libérrimo impulso de la Escuela de Barcelona incomodaba a un régimen franquista que solo aceptaba sumisión, y consideraba un peligro todo lo que no podía controlar.

Pero también a una izquierda oficial demasiado vinculada a una URSS que ya había asesinado la Revolución de Octubre y consideraba cualquier muestra de vanguardia artística una “desviación burguesa”.

Y a unas élites del nacionalismo que detrás del disfraz antifranquista ya aspiraban a someter a su control toda la vida cultural catalana.

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