Selección de prensa internacional

Crisis y punto de inflexión

Las crecientes valoraciones de destacados dirigentes mundiales acerca del final de la crisis, ha llevado esta semana a algunos expertos a pararse a reflexionar y hacer un primer balance de lo ocurrido hasta con la crisis, las piezas del tablero que ha movido y en qué dirección y las perspectivas que, por tanto, abre para la futura e inminente reordenación del mundo.

Martin Wolff, uno de los más reutados columnistas de una de las biblias de los mercados financieros mundiales, el Financial Times, se atreve con un primer balance de la crisis y sus consecuencias en la economía, las finanzas, el capitalismo, el estado, la globalización y la geopolítica. Las dos primeras conclusiones de su análisis parecen claras: EEUU encabezará la recuperación gracias a sus activas políticas de tipo keynesiano y China, con su paquete de estímulos masivo se convertirá en la economía más exitosa del mundo. Estas dos certezas, sin embargo, presentan, en su reverso, tres puntos oscuros. En primer lugar si el ahorro que está sustituyendo al endeudamiento de empresas y familias puede lograr un crecimiento tan rápido y alto como el de los años pasados. En segundo lugar, por cuanto tiempo se pueden mantener los actuales déficits fiscales sin que el sistema entre otra vez en un período de riesgo sistémico. Y, por último, cómo van a evitar los principales Estados desarrollados verse abocados a un proceso inflacionario (o hiper inflacionario) como consecuencia de las masivas inyecciones de liquidez que están aportando a los mercados. Pero lo más interesante de sus conclusiones proviene, sobre todo, en el análisis de las consecuencias políticas de la crisis. Crisis que Wolf califica, además de “un grave daño para el prestigio, en particular, de EEUU”, como “un desastre cuya repetición no pueden permitirse los gobiernos de unas economías desarrolladas”, cuyo crecimiento será lento en los próximos 15 años. Aunque EEUU probablemente volverá a ser el líder indispensable, la relación con China cobrará más importancia, con India a la espera como sustituto. El poder y peso económico relativo de estos dos gigantes asiáticos aumentará. Mientras tanto, Europa se resentirá más de lo esperado por la crisis. “Su economía y su sistema financiero han resultado ser mucho más vulnerables de lo que muchos esperaban”. Inglaterra. Financial Times ¿SERÁ ESTA CRISIS UN MOMENTO DECISIVO? Martin Wolf ¿Es la actual crisis un punto de inflexión, con la globalización dirigida por los mercados, el capitalismo financiero y el dominio occidental por un lado y el proteccionismo, la regulación y el dominio asiático por otro? ¿O restarán los historiadores importancia a este momento, calificándolo como un hecho provocado por unos cuantos desaprensivos? En mi opinión, la versión final será una mezcla de las dos anteriores. Dada la enérgica respuesta política, no estamos ante una Gran Depresión ni ante los desequilibrios económicos de 1989. Examinemos lo que conocemos e ignoramos sobre sus consecuencias en la economía, las finanzas, el capitalismo, el estado, la globalización y la geopolítica. En la economía, ya conocemos cinco aspectos importantes. Primero, cuando EEUU padece una neumonía, el resto del mundo cae gravemente enfermo. Segundo, ésta es la crisis económica más grave desde la década de los treinta. Tercero, la crisis es de carácter global, aunque ha tenido un impacto especialmente severo en los países que se especializaron en exportar productos manufacturados y que dependían de las importaciones netas de capital. Cuarto, los políticos han lanzado los estímulos fiscales y monetarios y los rescates financieros más importantes de esta crisis. Por último, este esfuerzo ya ha dado algunos frutos, que se traducen en la recuperación de la confianza y del ciclo de inventarios. Según el presidente del BCE, Jean-Claude Trichet, la economía mundial se acerca a un “punto de inflexión”, de lo que se deduce que su ritmo de deterioro es menos acusado. Podemos además pronosticar que EEUU encabezará la recuperación: al fin y al cabo, hablamos del país más keynesiano de las economías desarrolladas. Además, todo parece indicar que China, con su paquete de estímulos masivo se convertirá en la economía más exitosa del mundo. Por desgracia, hay por lo menos tres factores importantes que desconocemos. ¿Hasta qué punto los niveles excepcionales de endeudamiento y descenso del valor neto generan un crecimiento sostenido en el esperado ahorro de los hogares de los que en su día fueron ávidos consumidores? ¿Durante cuánto tiempo pueden mantenerse los actuales déficit fiscales antes de que los mercados demanden una mayor compensación al riesgo? ¿Pueden los bancos centrales orquestar una salida no inflacionista, teniendo en cuenta el carácter excepcional de las actuales políticas? En el sector financiero, se incrementan los niveles de confianza; los diferenciales entre los activos seguros y arriesgados caen a niveles menos anormales y los mercados experimentan una modesta recuperación. La Administración de EEUU ha otorgado a su sistema bancario un certificado de salud aceptable. Podemos anticipar que el sector financiero se recuperará en los próximos años, aunque sus días de gloria tardarán décadas en llegar, al menos en Occidente. Lo que desconocemos es hasta dónde llegarán el “desapalancamiento” y la consiguiente deflación de los balances. Tampoco sabemos si el sector financiero conseguirá poner fin a los intentos de imponer un régimen regulador más efectivo. Los políticos deberían haber aprendido de la necesidad de rescatar sistemas financieros plagados de instituciones que se consideran demasiado grandes para fracasar. Me temo que los intereses concentrados acabarán por imponerse al interés general. ¿Y qué hay del futuro del capitalismo? Sobrevivirá. A pesar de la crisis, el compromiso de China e India con la economía de mercado no se ha visto alterado, aunque las dos economías mostrarán más recelo ante los sistemas financieros que operan sin trabas. Los que están del lado del libre mercado insistirán en que los reguladores tienen más culpa de la actual situación de la que tienen los mercados. No les falta razón: después de todo, los bancos son los más regulados de las instituciones financieras. No obstante, desde el punto de vista político, este argumento no tiene peso. En el entorno financiero ya no hay tanta disposición a confiar en el libre juego de las fuerzas del mercado. Por tanto, podemos también deducir que la era del modelo hegemónico de la economía de mercado forma parte del pasado. Como siempre han hecho, los países adaptarán la economía de mercado a sus propias tradiciones, aunque ahora lo harán con más confianza. Menos claras son las consecuencias para la globalización. Sabemos que la inyección masiva de fondos gubernamentales ha “desglobalizado” parcialmente las finanzas, con graves consecuencias para las potencias emergentes. También conocemos que la intervención de los gobiernos en la industria tiene fuertes connotaciones nacionalistas, como también somos conscientes de que pocos líderes políticos están preparados para aventurarse al libre comercio. La mayor parte de los países emergentes llegarán a la conclusión de que acumular enormes reservas de divisa extranjera y limitar los déficit por cuenta corriente es una estrategia acertada, lo que podría generar otra ronda de “desequilibrios” globales desestabilizadores. Éste parece el resultado inevitable de un orden monetario internacional defectuoso. No sabemos cómo sobrevivirá la globalización a estas tensiones. En este sentido, soy optimista, aunque mi confianza no es ilimitada. Entretanto, el Estado ha vuelto, pero su situación parece más próxima que nunca a la quiebra. Es probable que la relación de la deuda pública con respecto al producto interior bruto se duplique en muchas economías avanzadas: el impacto fiscal de una crisis financiera, tal y como se nos ha recordado, puede alcanzar el coste de una guerra prolongada. Se trata, por tanto, de un desastre cuya repetición no pueden permitirse los gobiernos de unas economías desarrolladas en lento crecimiento antes de una generación. El legado de la crisis fiscal también pondrá límites a la generosidad fiscal. El esfuerzo para consolidar las finanzas públicas dominará la política durante años, tal vez décadas. El Estado ha vuelto, sí, pero no podrá permitirse grandes gastos. Por último, pero no por ello menos importante, ¿qué representa esta crisis para el orden político global? A este respecto sabemos tres cosas importantes. La primera es que la creencia de que Occidente, por mucho que desagradara al resto del mundo, sabía al menos cómo gestionar un sistema financiero sofisticado se ha desvanecido. La crisis ha supuesto un grave daño para el prestigio, en particular, de EEUU, aunque no cabe duda de que el tono del actual presidente ha contribuido a mejorar la situación. La segunda es que los países emergentes y, sobre todo, China son en la actualidad participantes fundamentales, tal y como quedó patente con la decisión de mantener dos reuniones del G-20 a nivel de jefes de estado. Son ya parte fundamental de la política global. La tercera es que se están realizando esfuerzos para reformar el gobierno global, especialmente con respecto al aumento de los recursos que se otorgan al Fondo Monetario Internacional y al debate sobre el cambio del peso de los países dentro de él. Lo único que podemos hacer por el momento es formular hipótesis sobre el nivel de radicalismo que alcanzarán los cambios en el orden político global. EEUU probablemente volverá a ser el líder indispensable. La relación entre Norteamérica y China cobrará más importancia, con India a la espera como sustituto. Sin duda, el relativo poder y peso económico de los gigantes asiáticos aumentará. Europa, entretanto, se resiente de la crisis. Su economía y su sistema financiero han resultado ser mucho más vulnerables de lo que muchos esperaban. Sin embargo, aún se desconoce hasta qué punto reflejarán las reformadas instituciones para la cooperación internacional las nuevas realidades. ¿Cuál es, entonces, el balance final? En mi opinión, esta crisis ha acelerado algunas tendencias y ha demostrado que otras –especialmente aquellas relacionadas con el crédito y la deuda– eran insostenibles. Ha dañado la reputación de la economía. Dejará un amargo legado para el mundo, pero aún no tiene por qué marcar un punto de inflexión. Parafraseando las palabras tras la muerte de un rey: “El capitalismo ha muerto; larga vida al capitalismo”. FINANCIAL TIMES. 20-5-2009 Inglaterra. IBTimes LA “NUEVA NORMALIDAD” PARA EL CRECIMIENTO Kenneth Rogoff Los mercados rebosan con señales de “brotes verdes” en la economía mundial. Un número cada vez mayor de inversores ven llegar un fuerte rebote, primero en China, luego en los Estados Unidos, después en Europa y, por último, en el resto del mundo. Ni siquiera los horribles datos de los dos últimos trimestres parecen desalentar a quienes abrigan esa idea optimista. Cuanto más profundo sea el desplome, mayor será el rebote, dicen algunos analistas. Tal vez tengan razón esos optimistas, pero, ¿cómo podemos esperar que sea de intensa la expansión cuando lo peor haya pasado por fin? ¿Irá a ser la “nueva normalidad” igual a la “antigua normalidad” de los años de auge comprendidos entre 2002 y 2007? Me cuesta imaginar cómo podrán los Estados Unidos y China, principales motores del crecimiento mundial durante dos decenios, dejar de resignarse a una tasa media de crecimiento notablemente inferior a aquella de la que gozaron antes de la crisis. Empecemos por los EEUU, el epicentro de la crisis financiera, que aún es la economía más importante del mundo. En el mejor de los casos, el sector financiero de los EE.UU. saldrá de la crisis reducido y más estrictamente regulado. No hay por qué preocuparse, dicen algunos economistas. Los EEUU crecieron rápidamente en los decenios de 1950 y 1960 con un sistema bancario sometido a una regulación relativamente estricta. ¿Por qué no habría de ser así otra vez? Desde luego, pero el sector financiero de los primeros años de la posguerra no había de sostener una economía tan diversa y compleja como la de hoy, ni mucho menos. Si las autoridades atrasan el reloj varias décadas en materia de regulación bancaria, ¿podemos estar tan seguros de que no lo harán también en materia de ingresos? No cabe duda de que el consumo de los EEUU, el mayor motor individual del crecimiento mundial, va camino de ser inferior, en vista de los débiles precios de la vivienda, el desempleo en aumento y la reducción de la riqueza de los pensionistas. Durante el auge, el consumo de los EE.UU. aumentó hasta más del 70 por ciento del PIB. Tras la crisis, podría bajar hacia el 60 por ciento. ¿Y qué decir del importante cambio político que han experimentado los EEUU? Cansados de un crecimiento incesante, ahora los votantes esperan que se preste una mayor atención a la necesidad de abordar las preocupaciones medioambientales, la cuestiones relativas a la salud y la desigualdad de ingresos, pero la consecución de esos fines loables será onerosa y se sumará a los gigantescos déficits presupuestos en que están incurriendo los EEUU para contrarrestar la crisis financiera. Unos impuestos más altos y una mayor regulación no pueden ser buenos para el crecimiento. Cierto es que hay margen para gestionar el Estado más eficientemente, en particular en los sectores de la educación y la atención de salud, pero, ¿serán suficientes esos ahorros para compensar la carga de un Estado mucho mayor? Así lo espero y, desde luego, el gobierno de Obama es un soplo de aire fresco después de la increíble ineptitud del período Bush-Cheney, pero los gobiernos de todo el mundo siempre están convencidos de que se pueden financiar sus ampliaciones fundamentalmente con aumentos de la eficiencia y ese sueño suele resultar quimérico. También el crecimiento chino está destinado a reducirse a largo plazo. Incluso antes de la crisis financiera, estaba claro que China no podía continuar indefinidamente con su trayectoria de crecimiento del 10 por ciento o más. Los problemas hídricos y medioambientales iban aumentando. Cada vez resultaba más claro que, a medida que China continuaba creciendo más rápidamente que casi todos los demás, la capacidad de importación (y la tolerancia) del mundo no podía continuar al mismo ritmo que la máquina exportadora de China. Este país estaba volviéndose demasiado grande. Con la crisis financiera, el necesario ajuste de la economía china hacia un consumo más interno ha cobrado mucha mayor urgencia. Cierto es que, incluso cuando las exportaciones se desplomaron, el gobierno se las arregló para apuntalar el crecimiento con un gasto y un aumento del crédito enormes, pero, aunque necesaria, esa estrategia amenaza con perturbar el delicado equilibrio entre el aumento de los sectores público y privado que ha apuntalado la expansión de China hasta ahora. El papel cada vez más importante del Estado y el cada vez más reducido del sector privado auguran, casi con toda seguridad, un crecimiento menor en un momento posterior de este decenio. También Europa afronta dificultades y no sólo porque ahora está sufriendo la mayor contracción de las regiones económicas más importantes del mundo, en vista del aviso del Gobierno de Alemania sobre una surrealista reducción del seis por ciento de su PIB en 2009. La actual crisis financiera aminorará casi con seguridad la integración de los países de la Europa central y oriental adheridos a la UE, cuyas jóvenes poblaciones son la fuente más dinámica de crecimiento en la Europa actual. No todas las regiones tendrán necesariamente una expansión económica menor en el próximo decenio. Suponiendo que continúen las reformas en países como, por ejemplo, el Brasil, la India, Sudáfrica y Rusia, los mercados en ascenso podrían perfectamente colmar parte del desfase de crecimiento dejado por las economías mayores, pero, con toda probabilidad, tras años de revisar hacia arriba constantemente sus cálculos sobre la tendencia del crecimiento mundial, el Fondo Monetario Internacional comenzará a revisarlos hacia abajo. Incluso después de la crisis, el crecimiento mundial seguirá siendo, casi seguramente, inferior durante algún tiempo al auge de la época anterior. Ese cambio puede ser bueno para el medio ambiente, la igualdad de ingresos y la estabilidad. Los gobiernos tienen razón en preocuparse por la calidad del crecimiento y no sólo su rapidez, pero, a la hora de hacer cálculos sobre impuestos y beneficios, los inversores y los políticos deben atenerse a la “nueva normalidad”: un crecimiento medio inferior. INTERNATIONAL BUSSINES TIMES. 15-5-2009

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