Crisis y desigualdades sociales

Existe una percepción generalizada en amplios sectores de las culturas polí­ticas, económicas y mediáticas del paí­s, de que el indicador más importante para medir la gravedad de la crisis es analizar cómo evolucionan el desempleo y el porcentaje de la población que vive bajo el umbral de la pobreza.

Esta ostura es errónea por varias razones. Una es que, en general, hay una relación clara entre desigualdades y pobreza. Cuanta más desigualdad hay en un país, mayor es su pobreza. Y España es un ejemplo de ello. Nuestro país es uno de los miembros de la OCDE (el club de países ricos) con mayores desigualdades y, a la vez, con mayor pobreza. Pero existe otra razón por la cual tal postura es errónea. Existe muchísima evidencia en la literatura científica de que lo que disminuye la calidad de vida de la ciudadanía y de la sociedad no es sólo la falta de recursos (que define la pobreza), sino la distancia social entre las personas en una sociedad. EL CONFIDENCIAL.- Lo que va a pasar en los próximos meses no es otra cosa que un gradual endurecimiento de la política monetaria por la vía de drenar la liquidez del sistema, lo cual encarecerá el precio del dinero en el interbancario, que no tardará mucho en normalizarse. Y si el interbancario sube parece evidente que aunque el BCE no toque tipos, el dinero será más caro, lo cual retrasará la recuperación económica en un país en el que la política monetaria entra en vena. Tanto cuando sube como cuando baja. El mecanismo de transmisión no es otro que la vivienda, toda vez que más del 96% de los préstamos hipotecarios son a tipo variable. Opinión. Público Crisis y desigualdades sociales Vicenç Navarro Existe una percepción generalizada en amplios sectores de las culturas políticas, económicas y mediáticas del país, de que el indicador más importante para medir la gravedad de la crisis es analizar cómo evolucionan el desempleo y el porcentaje de la población que vive bajo el umbral de la pobreza. De ahí que la discusión de cómo la crisis está afectando la calidad de vida de nuestra población se haya centrado en el estudio de cómo están cambiando estos indicadores. No hay lugar a dudas de que estos indicadores son muy importantes. Ahora bien, si el objetivo es analizar el impacto de la crisis en la calidad de vida de toda la población, entonces tenemos que darnos cuenta de que tales indicadores, aunque válidos, son insuficientes. Para ver el impacto de la crisis financiera y económica tendríamos que prestar también atención a la evolución de las desigualdades sociales (incluidas las desigualdades de rentas) y los efectos de este hecho en la calidad de vida de la ciudadanía. Al ignorar esta consecuencia de la crisis se reproduce una visión muy generalizada en aquellas culturas, haciendo suya la expresión de que “tanto da que un país tenga grandes desigualdades o no. Lo único que es importante es el número de pobres o desempleados que haya en aquel país”. Esta postura es errónea por varias razones. Una es que, en general, hay una relación clara entre desigualdades y pobreza. Cuanta más desigualdad hay en un país, mayor es su pobreza. Y España es un ejemplo de ello. Nuestro país es uno de los miembros de la OCDE (el club de países ricos) con mayores desigualdades y, a la vez, con mayor pobreza. Pero existe otra razón por la cual tal postura es errónea. Existe muchísima evidencia en la literatura científica de que lo que disminuye la calidad de vida de la ciudadanía y de la sociedad no es sólo la falta de recursos (que define la pobreza), sino la distancia social entre las personas en una sociedad. Una persona que es pobre en Harlem (que está en la decila inferior en la distribución de la renta en EEUU), tiene más recursos (incluido renta) que una persona de clase media (un trabajador cualificado) en Ghana, Africa, de manera que si el mundo fuera una única sociedad, el pobre de EEUU sería una persona de clase media en el mundo, y la persona de clase media en Ghana sería un pobre en tal sociedad mundial. Y, sin embargo, aquella persona de Ghana vivirá 15 años más que la persona pobre de Harlem, hecho que parece, a primera vista, sorprendente, pues la persona de Harlem tiene más recursos que la persona de Ghana. ¿A qué se debe esta situación aparentemente paradójica? La causa, en realidad, es fácil de ver. Es más frustrante y difícil ser pobre en EEUU que ser clase media en Ghana. El primero está muy por debajo del promedio de EEUU, creándose una enorme sensación de fracaso personal, sensación incluso más acentuada porque los medios (y muy en especial la televisión) dan una imagen del promedio de un país que, por lo general, está muy por encima del promedio real. Los personajes de los programas televisivos en EEUU, por ejemplo, tienden a ser profesionales de clase media alta, y casi nunca clase trabajadora (algo que también ocurre en España), la cual constituye la mayoría de la población estadounidense. Esta enorme distancia social entre lo que el pobre es y percibe ser y lo que la sociedad presenta como lo que debería ser, es la que crea patología y disminuye la calidad de vida de aquel individuo. La persona de Ghana, sin embargo, aunque con menos recursos que la de Harlem, está por encima del promedio y su frustración es menor. Esta es la causa, bien documentada, de que la sociedad con menos desigualdades, menor distancia social y más cohesión social tenga mejor calidad de vida y mayor esperanza de vida que las sociedades más desiguales, con mayor distancia social y menos cohesionadas. De ahí que la reducción de las desigualdades, y no sólo la eliminación de la pobreza, debiera ser un objetivo de cualquier gobierno que intente mejorar la calidad de vida de la ciudadanía. Es importante que las enormes desigualdades se reduzcan. Y ello adquiere gran relevancia en España, donde las desigualdades sociales son muy acentuadas. Uno de los investigadores que ha trabajado más sobre este tema, el profesor Michael Marmot, vio que existía un gradiente en la tasa de mortalidad (debido a condiciones cardiovasculares) entre los funcionarios públicos en Gran Bretaña. Marmot pudo ver que a mayor nivel de autoridad y responsabilidad en el funcionariado, menor mortalidad, y ello continuaba siendo así, incluso cuando se estandarizaban otros factores de riesgo para tales enfermedades como la dieta, el tabaco, el colesterol, la hipertensión y otras variables (estandarizar es cuando se comparan personas que tienen las mismas características, siendo la única diferencia entre ellas su nivel de autoridad y responsabilidad). La causa de este gradiente es que, a mayor autoridad y responsabilidad, la persona tiene mayor sensación de poder controlar su situación personal, su trabajo y su vida. La distancia social crea inseguridad y sensación de menor control sobre su propia vida. En realidad, la intervención más eficaz en cualquier país para mejorar la mortalidad, es conseguir que la tasa de mortalidad de todas las clases sociales sea tan baja como la de la decila de renta superior. En España se conseguiría prevenir el mayor número de muertes, mucho más que a través de cualquier otra medida o intervención sanitaria. Esta situación adquiere especial relevancia ahora, cuando las desigualdades sociales están incrementándose muy rápidamente. De ahí que limitarse a analizar sólo los indicadores de pobreza y desempleo es ignorar que la crisis está afectando a la calidad de vida de la gran mayoría de la población que ni es pobre, ni está desempleada y que, en cambio, está sufriendo la crisis. PÚBLICO. 6-11-2009 Opinión. El Confidencial Salgado, Campa y el espíritu de JR C. Sánchez Larry Hagman, el célebre JR de Dallas, recordaba durante su última visita a España una frase que hizo furor en EEUU en el momento álgido de la serie. Once you get rid of integrity, the rest is a piece of cake, algo así como ‘una vez que te libras de la integridad, el resto está chupado’. La frase, según Hagman, todavía se recuerda en su país, y es un pequeño tributo a una forma aviesa de entender el mundo. A la política económica le comienza a suceder algo parecido. Una vez que perdió toda su credibilidad negando la existencia de la crisis, el Gobierno ha optado por cerrase en banda, y en lugar de reconocer lo evidente ha optado por empeñarse en el error. Es verdad que la llegada de José Manuel Campa a la secretaria de Estado de Economía y, sobre todo, la revisión de las delirantes previsiones económicas que se hicieron en tiempos de Solbes para 2009, dieron la sensación de que algo estaba comenzando a cambiar en el viejo caserón de Aduanas. Pero a medida que avanza la crisis, Elena Salgado y su número dos han optado por lo más fácil. Esperar que el tiempo resuelva los problemas. Sin ningún rubor intelectual, Campa y Salgado sostienen que la recuperación económica será un hecho a mediados de 2010, pero difícilmente se puede llegar a esa conclusión teniendo en cuenta que hasta bien entrado el año 2011 la economía española no comenzará a crear empleo en términos netos. Y sin la creación de nuevos puestos de trabajo es difícil que tiren el consumo privado y la inversión. Claro está, a no ser que se llame recuperación económica a crecer un 0,5% en tasa anual durante el último trimestre del año. Lo malo no es, desde luego, que yerren en sus previsiones económicas. Al fin y al cabo, la mayoría de los institutos de coyuntura no fueron capaces de adelantar lo que se le venía encima a la economía mundial en 2008. Lo que sorprende es que conociendo lo que va a pasar en los próximos meses en la economía europea con una alta probabilidad, continúen esperando el milagro de la multiplicación de los panes y de los peces. La política monetaria entra en vena Y lo que va a pasar en los próximos meses no es otra cosa que un gradual endurecimiento de la política monetaria por la vía de drenar la liquidez del sistema, lo cual encarecerá el precio del dinero en el interbancario, que no tardará mucho en normalizarse. Y si el interbancario sube parece evidente que aunque el BCE no toque tipos, el dinero será más caro, lo cual retrasará la recuperación económica en un país en el que como sostiene el economista César Molinas la política monetaria entra en vena. Tanto cuando sube como cuando baja. El mecanismo de transmisión no es otro que la vivienda, toda vez que más del 96% de los préstamos hipotecarios son a tipo variable. Por eso, entre otras cosas, la recesión ha sido más suave aquí que en la eurozona. Ningún país como España se ha aprovechado tanto de la existencia de unos tipos de interés tan bajos. El problema que es los tipos de interés también operan a la inversa. Es evidente que aunque suba el precio del dinero medio punto o incluso un punto durante los próximos 12 o 18 meses no hay por qué pensar que estamos ante el fin del mundo. Al fin y al cabo la media histórica del precio oficial del dinero desde la creación del BCE se sitúa en el entorno del 3%. Lo relevante es que la reducción del estimulo monetario no va a poder ser compensando por el mayor gasto público. Básicamente por una perogrullada: el actual nivel de gasto público es insostenible a medio plazo. Y ya ni siquiera se podrá seguir apelando a la barra libre que proporciona el endeudamiento público. Con un horizonte de envejecimiento como el que se prevé para España en las próximas décadas sería un auténtico suicidio continuar aumentando el stock de deuda. Parece razonable pensar que habrá que dejar algo para las próximas generaciones. Y en este sentido es significativo que pese a la progresiva normalización de los mercados financieros, el diferencial con Alemania -la auténtica prima de riesgo- se mantenga en niveles próximos s los 50 puntos básicos desde el mes de agosto, lo cual indica que los mercados están convencidos de que España no está hoy por hoy en condiciones de engancharse al tren franco-alemán. Entre otras razones debido a que el peso de las exportaciones españolas respecto del PIB es uno de los más bajos de nuestro entorno económico. Dicho en otros términos, el repunte de la demanda interna en los países centrales de Europa no es suficiente para que la economía crezca entre un 2% y un 3%, que es la tasa mínima para vaciar el inmenso embalse de desempleo que ha generado la recesión. Por lo tanto, el único instrumento de política económica capaz de ensanchar el potencial de crecimiento es hacer reformas económicas. Y no sólo en el mercado laboral, como de una manera un tanto simplista se suele repetir. Sino también en los mercados de bienes y servicios, lo que supone, entre otras cosas, desmontar los oligopolios que se han creado en los últimos años en sectores estratégicos de la economía: telecomunicaciones, gas, electricidad o concesionarios de servicios públicos. Y sobre los que, por cierto, no hay debate alguno. EL CONFIDENCIAL. 6-11-2009

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