Homenaje a José Hierro

Convertir el dolor en alegrí­a

Diez años después de su muerte, la poseí­a de José Hierro sigue resonando poderosa, continúa atrayéndonos con una fuerza misteriosa que nos exige mirar a la realidad de frente.

En 1.947 se publica “Tierra sin nosotros”, el primer libro de José Hierro. Cinco años antes, Blas de Otero daba a luz su “Cántico Espiritual”. Y en 1.944, ambos participaron, junto a Gabriel Celaya, en la fundación de “Espadaña”, una revista que se convertirá en punto de referencia de la “poesía social”.

En plena desolación de la postguerra, todavía abiertas en carne viva las heridas de la derrota, un grupo de poetas se deciden a empuñar “un arma cargada de futuro”.

Primero, obligándose a ellos mismos, y a todos nosotros, a mirar la realidad de frente.

“Tenía que dar testimonio de aquello, porque es lo que duele”. Nos lo contó José Hierro en una inolvidable tertulia en el Ateneo Madrid XXI.

Y “Tierra sin nosotros” es ese aldabonazo que la conciencia necesitaba.

Él mismo nos contó cómo hay un tiempo feliz que es cercenado. Que luego se recobra pero que ya no se reconoce. Es una pérdida vital, una quiebra interna marcada en toda una generación.

José Hierro conocía en primera persona la dimensión de la pérdida, la hondura del dolor. Porque él había sido protagonista de los sueños robados.

Miembro fundador de la Unión de Escritores Revolucionarios, José Hierro publicará sus primeros poemas en una revista de la CNT de Gijón y en el “Romancero general de la guerra de España”, cantando al ejército republicano y a la defensa de Madrid.

En 1.939 es encarcelado por pertenecer a una red clandestina de ayuda a los presos, a modo del Socorro Rojo. Será condenado a 12 años de prisión, y no abandonará las cárceles franquistas hasta 1.944.

El compromiso político de José Hierro no se interrumpirá. A mediados de los años sesenta, la tertulia poética que dirige en el Ateneo será censurada, y deberá trasladarse a la librería Abril.

“Llegue por el dolor a la alegría”

Tras “Tierra sin nosotros”, José Hierro nos ofrece “Alegría”.

¿”Alegría” en plena desolación de la postguerra, y tras habernos ofrecido en “Tierra sin nosotros” el amargo regusto del dolor por el paraíso arrebatado?«Para José Hierro “la poesía es la paradoja, decir aquello que no se puede decir, como un picor en la conciencia»

Sí. Y no es ninguna paradoja. Es el auténtico valor revolucionario de la poesía de José Hierro.

Tal y como él mismo confirma “llegué por el dolor a la alegría / supe por el dolor que el alma existe (…) La alegría y el dolor están unidos en una afirmación de vida y de plenitud. Mediante el dolor tenemos más conciencia de que vivimos (…) Siempre la búsqueda de lo consciente, es decir, tienes que entregarte a la vida donde eres a la vez un actor y un espectador”.

Entre los cascotes de los edificios derruidos pueden crecer las flores más hermosas. Sabemos desde mayo del 68 que “debajo de los adoquines está la playa”. Y a ese empeño, opuesto a la resignación y fuente de rebeldía, se entrega nuestro poeta.

Había que mirar de frente a las pérdidas más hirientes, no para hacer una exhibición impúdica del dolor, que siempre conduce a aceptar la derrota y agachar la cabeza. No. Meternos a nosotros mismos el dedo en la herida que más nos duele es la catarsis necesaria para liberar la vida, para reencontrarnos con una alegría que había que saber buscar entre los cascotes.

Por eso, mientras trabajaba de obrero en una fábrica, sólo tres años después de salir de las cárceles franquistas, José Hierro escribe “Alegría”, un libro al que un jurado compuesto por Vicente Aleixandre, Dámaso Alonso y Gerardo Diego reconocerá con el Premio Adonais.

Bajo un epígrafe de Goethe: «A la alegría por el dolor», el poeta escribe versos como estos de “Fe de vida”: “Pero estoy aquí. Me muevo, / vivo. Me llamo José / Hierro. Alegría (Alegría/ que está caída a mis pies). / Nada en orden. Todo roto, / a punto de ya no ser. / Pero toco la alegría, / porque aunque todo esté muerto / yo aún estoy vivo y lo sé”.

“La poesía es un picor en la conciencia”

José Hierro es un poeta hambriento de realidad. Aunque duela. O precisamente por eso. Porque allí donde duele está la verdad que nos va a permitir transformar el mundo.

La poesía, para José Hierro, tiene que ser “la paradoja, decir aquello que no se puede decir, como un picor en la conciencia”, una molesta compañía que nos duela, nos inquiete, nos perturbe… nos conduzca allí donde precisamente la vida se manifiesta en toda su plenitud.

Y para ello, es necesario saber manejar las palabras, “las misteriosas, que dicen aquello que ocultan, / callan aquello que pregonan”. Ese mágico poder de la palabra es la energía motriz de la poesía.

Y José Hierro supo explotarla a conciencia.

Como una declaración de intenciones, nos dijo que “el poeta de la belleza es como un perfume, algo de lo que se puede prescindir, lujo o vicio. El poeta testimonial es como un tónico, necesario para nuestra salud. El primero es para tiempos felices y descuidados. El segundo para tiempos dramáticos. Los poetas de la posguerra teníamos que ser, fatalmente, testimoniales”.

Hierro desdeñaba el arte que pretende “la evasión de la realidad circundante”, y se inclinaba por la poesía que “prefiere arraigar en la vida concreta”.«Sepamos encontrar, como hizo Hierro, en el dolor la alegría y la fuerza necesarias para transformar el mundo»

Pero la vida tiene muchos pliegues, muchos dobles fondos de verdad resguardados por el peso de la mentira y la costumbre. Por eso, a veces, el mito y la fantasía son los únicos caminos para asaltar estas murallas y poder penetrar, de verdad, en la realidad.

Y José Hierro supo mirar más allá, dar a la poesía social una vuelta de tuerca para hacerla más irreal, y paradójicamente por ello más cargada de realidad.

Junto a los “reportajes” –poemas, a veces incluso en prosa, que buscan la inmediatez de los hechos, sin despegarse de ellos- anidan en su obra las “alucinaciones”, en palabras del poeta “una confusión de tiempos y espacios, un no saber si las cosas están realmente ocurriendo o soy yo quien está anticipando algo que va a ocurrir, una realidad visionaria”.

“Reportajes” y “alucinaciones” se intercalan en la obra de José Hierro como dos polos aparentemente opuestos pero que acaban encontrando un territorio común. Su poesía se complejiza, se vuelve –como el mismo nos aclara- “cada vez más caótica, nunca irracionalista: es una indagación de las razones lógicas que hay en tu subconsciente cuando has dicho algo que no tiene sentido aparente y que te produce una extraña emoción”.

Ese “no saber sabiendo” de su admirado San Juan de la Cruz que va desbrozando la realidad.

Tras “Tierra sin nosotros” y “Alegría” vendrán “Quinta del 42”, el “Libro de las alucinaciones” y “Cuaderno de Nueva York”.

Diez años sin José Hierro han sido diez años donde sus poesías nos han acompañado, incordiándonos y ofreciéndonos dolor y placer a partes iguales.

En un momento donde vuelven a ser “fatalmente necesarios los poetas testimoniales”, volver a José Hierro no es mirar al pasado sino al futuro.

Sepamos encontrar, como hizo él, en el dolor la alegría y la fuerza necesarias para transformar el mundo.

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