SELECCIÓN DE PRENSA NACIONAL

Contextos

Los corresponsales extranjeros vuelven a poner los ojos como platos. En las embajadas –las principales– se redactan continuos informes de coyuntura. Exembajadores con buenos contactos aterrizan en Madrid para complementar los canales de información. España parece que sale de la UVI económica, pero se halla bajo observación política. España es un dossier.

En 1975, España era un riesgo. Para Estados Unidos, Francia y la República Federal Alemana constituía la más inquietante pieza de la oleada democrática en el sur de Europa. Alarmados por la revolución de Abril de 1974, los norteamericanos temían cuatro cosas: la instauración de una república popular en Portugal, un hundimiento estrepitoso del orden autoritario español, la victoria electoral de los eurocomunistas en Italia y que la inflamación democrática griega contagiase a Turquía, país fundamental para la contención de la URSS.

El secretario de Estado Henry Kissinger llegó a imaginar una solución a la chilena para Portugal. Los mandos de las tropas estacionadas en el norte del país eran más moderados que los oficiales de la guarnición de Lisboa. Un enfrentamiento entre militares revolucionarios portugueses podía justificar la intervención de la OTAN. El gobierno español –con el general Franco en vida– fue discretamente consultado sobre su disposición a un ataque por la espalda: la División Acorazada Brunete al galope desde Badajoz. Carlos Arias Navarro estaba entusiasmado.

Ayudar a Estados Unidos a contener el comunismo en Portugal podía ser un precioso seguro de vida para el Régimen. Los investigadores portugueses Bernardino Gomes y Tiago Moreira da Sà explican en el libro Carlucci vs. Kissinger. Os EUA e a Revolução Portuguesa (2009) que el asunto llegó a ser tratado en un Consejo de Ministros y que Franco se opuso. “Los portugueses son muy orgullosos. Si les atacamos, se unirán a su gobierno. Será mejor esperar”. Eso habría dicho el galaico general.

Carlucci era el embajador de Estados Unidos en Lisboa. Un hombre de la CIA que había participado en el derrocamiento de Patrice Lumumba en la República Democrática del Congo (1960-61); en un intento de golpe de Estado contra Julius Nyerere, presidente socialista de Tanzania (1964), y en el afianzamiento de la dictadura del general Castelo Branco en Brasil (1965-67). Frank Carlucci era un profesional de la guerra fría. Un tipo duro que no veía claro un Chile en la Europa occidental. Toda la franja euromediterránea podía entrar en erupción, abriendo más espacios a la influencia soviética. Carlucci recomendó una política de lenta reconducción de la revolución portuguesa, con el concurso de las democracias europeas y el Vaticano. Apoyo al Partido Socialista de Mario Soares –vencedor de las elecciones de 1975 para la asamblea constituyente–, fortalecimiento de los moderados en el Movimiento de las Fuerzas Armadas, promesa de un rápido ingreso en el Mercado Común y excitación de la extrema izquierda, para alimentar los deseos de orden. Está documentado que el incendio de la embajada de España en Lisboa el 27 de septiembre de 1975, a raíz de los últimos fusilamientos del franquismo, fue instigado por Carlucci. La extrema izquierda siempre es fácil de manipular.

En 1977, el embajador ya tenía controlada la situación. Llegó entonces el turno de España. Al respecto es muy recomendable el libro El amigo alemán (RBA, 2012), en el que el historiador Antonio Muñoz Sánchez narra con mucho detalle las relaciones entre el SPD y el PSOE aquellos años transitivos. La prioridad de Washington era la contención del comunismo y un rápido ingreso de España en la OTAN, para blindar todo el flanco sur europeo. La prioridad de los socialdemócratas alemanes era conseguir que la estabilidad ibérica fuese garantizada por socialistas afines. Francia respaldaba la transición de Giorgios Karamanlis en Grecia y observaba España con atención. Cierto margen para ETA al otro lado de la frontera y precaución ante el capítulo agrícola de las negociaciones comunitarias. Italia, la única democracia parlamentaria en el Sur de Europa entre 1946 y 1975, quedaba como un caso singular. En 1978, las Brigadas Rojas secuestraban y asesinaban a Aldo Moro, el líder democristiano partidario de la entente con el pragmático PCI. Entre 1979 y 1980, el círculo empezaba a cerrarse con la elección de Ronald Reagan, Margaret Thatcher y Juan Pablo II. Comenzaba una nueva etapa. La recta final de la guerra fría.

Sin tener en cuenta esas coordenadas internacionales, la transición se convierte en un relato chato, doméstico, autorreferencial y fácil de manipular. Estos días hay revuelo por una médium que dice escribir en nombre de los muertos.

Un libro venenoso incomoda al Rey. El cardenal de Madrid habla de Guerra Civil, el caso de los catalanes llega al Congreso y Mariano Rajoy se toma con mucha tranquilidad las elecciones europeas. La prima de riesgo, baja. España tiene crónica. España es dossier.

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