Tras el fallido golpe de Estado en Turquía, el frente de batalla se ha transladado a la propaganda. Hay una encarnizada contienda de posiciones ideológicas y análisis políticos, destinados a asentar entre la opinión pública la lectura que conviene a los centros de poder sobre las verdaderas razones del golpe. A las posiciones que condenan formalmente el levantamiento militar, pero que ponen el centro en denunciar furibundamente el carácter reaccionario y la deriva autoritaria del gobierno Erdogán, se suman otras teorías mucho más delirantes. Sobre todo las que atribuyen el golpe a una trama urdida por el mismo Erdogan, según la cual el presidente turco habría provocado -o dejado hacer- la asonada militar para que sus más acérrimos opositores emergieran y se significaran, para -una vez derrotados- poder pasar a depurar el Ejército, la judicatura y otros aparatos del Estado.
Semejantes elucubraciones no merecerían mayor mención si no fuera porque han empezado a brotar como setas los analistas y los editoriales que les dan pábulo, las sugieren o las defienden abiertamente.
En las tertulias de RNE se ha dado cabida a la teoría del «autogolpe del propio Erdogan para deshacerse de personas que le impiden avanzar hacia el Estado que él quiere: islamista y lejos del laicismo que un sector del Ejército defiende».
También reputados medios internacionales como la BBC britanica. “Las fuerzas golpistas dispararon a los civiles. En ningún golpe anterior en Turquía se ha visto semejante situación. ¿Cómo pretendían ganarse el apoyo del pueblo matando gente?”, argumenta Ebru Dogan, editora del Servicio Turco de la BBC. “Una puesta en escena comparable al incendio del Reichstag por Hitler”, recoge The Independent.
Al coro de grandes medios nacionales e internacionales dando sustento a esta hipótesis se han sumado no pocos digitales, muchos de ellos de innegable tendencia izquierdista. «Hay ‘conspiranoias’ políticamente correctas. Se pueden exponer en los debates televisados o en las columnas de opinión de los grandes rotativos»
La pista de la fuente de la explicación del autogolpe conduce a EEUU. El clérigo Fetullah Gullen, considerado por el gobierno el cerebro del golpe, ha negado la mayor y en declaraciones al diario The Guardian ha señalado que «existe la posibilidad de el que el alzamiento fuese una puesta en escena” orquestada por Erdogan.
Se trata de una explicación conspirativa… políticamente correcta. Una de esas que se puede exponer en los grandes debates televisados o en las columnas de opinión de los grandes rotativos de nuestro país.
A esa “teoría” le es indiferente que si no hubiera sido por la valiente reacción del pueblo turco, -enfrentándose desarmado a los soldados que les disparaban en el puente del Bósforo, o a los helicópteros que les ametrallaban en la plaza Taksim- el gobierno del AKP habría sido derrocado y el mismo Erdogan estaría ahora preso. Soslayan los cientos de muertos o los bombardeos al Parlamento. Es sólo la “escenografía”.
La única prueba de cargo de su explicación son los 6000 militares y jueces depurados tras el golpe. Como si una depuración de los elementos golpistas -o calculadamente tibios ante el alzamiento- no fuera a ser implacablemente ejecutada en el caso de que el levantamiento hubiera ocurrido en EEUU o en otro país occidental.
No es necesario aportar pruebas o indicios. Basta con soltar el clima de opinión, decir un “ahí lo dejo”, y observar como adquiere vida propia.
En cambio, hay otras hipótesis que son tratadas como apestadas, como la eterna cantinela de los “teóricos de la conspiración”. Como la que apunta a que tras el golpe de un sector importante del Ejército turco, dirigidos por el general Azin Ozturk, el militar turco con más condecoraciones de la OTAN… debe estar la mano de Washington.
Los mismos medios que dan pábulo a la teoría del autogolpe de Erdogan tratan como una exótica ocurrencia las acusaciones del propio gobierno turco de que el golpe se orquestó desde EEUU. Erdogan acusa a la autoría de Gullen, pero a buen entendedor pocas palabras bastan: están señalando que actuó bajo la dirección y el amparo de la superpotencia. Por eso el mismísimo secretario de Estado norteamericano, John Kerry ha tenido que salir a desmentirlo públicamente, advirtiendo a Ankara de las nefastas consecuencias diplomáticas de seguir con las insinuaciones sobre el papel de Washington en este asunto.
«Hay ‘conspiranoias’ que no pueden ni deben pensarse. Como las que apuntan a la mano de Washington en los asuntos relevantes a nievel mundial, como el golpe de Estado en Turquía.» No importa la Historia. No importa que el Ejército turco haya dado 5 golpes de Estado en 60 años, todos bajo la sombra del águila calva. No importa que sea de sobra conocida la profunda intervención de EEUU en el ejército turco -y en todos los ejercitos de la OTAN- y en especial en su cúpula castrense. No importa que el ejército turco diera un golpe en 1980 para encuadrar a Turquía en el frente antisoviético, o que removiera del poder en 1997 al presidente Erbakan, mentor de Erdogán. Todo eso es ingnorado o soslayado por esos medios.
No importa que Erdogan ya enfrentara y derrotara en 2009 una trama golpista, llamada “Red Ergenekon”, en la que se detuvieron a más de 200 personas, entre ellas generales retirados del Estado Mayor, un jefe de la unidad de operaciones especiales de la Policía, otros policías relacionados con asesinatos de la extrema derecha y la “guerra sucia”, personas vinculadas a los servicios secretos o periodistas y profesores de Universidad. No importa que sea un ejemplo perfecto de cómo los centros de poder hegemonistas crean un “Estado mayor secreto” incrustado en las entrañas de los países bajo su órbita, para velar que esas naciones se mantengan bajo sus designios. Un “Estado dentro del Estado” para efectuar “reconducciones”, en el caso de que osaran desviarse de los designios de la superpotencia.
No importa que una avalancha de indicios apunten hacia Washington. Todo eso debe quedar silenciado, y si alguien osa postular esta hipótesis, debe quedar marcado con el estigma del “conspiranoico”.
Efectivamente, hay conspiranoias políticamente correctas, y otras que -comodiría Bernarda Alba- “no pueden ni deben pensarse”.