Literatura

Consejos de un discí­pulo de Morrison a un fanático de Joyce

La V Semana de novela negra de Barcelona anuncia un homenaje a los 25 años de la publicación de una obra que cuando salió a la luz, en 1984, pasó completamente desapercibida, pero que con el paso del tiempo se ha ido convirtiendo en una verdadera «obra de culto». Armada como una especie de novela negra o policial, el libro ha quedado como una visión delirante pero certera de la juventud de los años ochenta y del paí­s que éramos entonces.

“Consejos de un discíulo de Morrison a un fanático de Joyce”, o simplemente “Consejos”, como la llamaban ellos, supusieron el debut literario de Roberto Bolaño y de A. G. Porta en 1984. Escribieron la novela “a cuatro manos”, lo que ha dado pie con el tiempo, y sobre todo después de que ambos alcanzaran un notable relieve literario, a un morboso interés especulativo por saber cómo y de qué manera se escribió esta novela iniciática. En el prólogo a la edición realizada en 2006 para la editorial El Acantilado –la única, creo, que hoy puede encontrarse en el mercado–, Porta juega de nuevo con todas las hipótesis verosímiles sobre ello, amparándose en el hecho de que Bolaño, a quien le encantaban estas travesuras, contestaba cada vez de una forma distinta a la pregunta de cómo se había escrito la novela. Pero, a la postre, aclara bastante el tema. Todo procede de un esbozo narrativo de Porta escrito en 1979 “con 39 grados de fiebre”, y que llevaba por título inicial “Flores para Morrison”. El esbozo circuló durante años entre amigos y conocidos, que sugerían cambios y pedían retoques. Uno de esos amigos era Bolaño, que en diciembre de 1981 le propuso en una carta una serie de cambios notables en el relato y sobre todo en los personajes: “a) fijarlos más en cierto prototipo que nos permita juegos, guiños al lector; b) aclarar –volver más compleja– la escenografía por la que se mueven; por ejemplo, hacerla definitivamente de serie negra; c) trabajar el personaje femenino y añadir tal vez uno o dos protagonistas más; d) enfocar la novela, tú y yo, como si rodáramos una película de aventuras, permitiéndonos todos los cortes, todos los montajes, etc.; e) profundizar la veta joyceana del personaje central; de hecho, hacer de esto uno de los leitmotivs de la obra; de una manera modesta y en policiaco, hacer con Joyce –o con el “Ulises” de J. J.– lo que éste hizo con Homero y la Odisea. ¡Claro! ¡La diferencia es grande! Pero puede resultar muy interesante, una especie de dripping polloqueano, la traslación de símbolos y obsesiones joyceanas a una novela rápida, violenta, breve”. Una vez acordados los cambios, parece que fue Bolaño quien acabó haciendo la redacción definitiva de la novela. Quien acabó perfilando el título definitivo (inspirado en un poema de su amigo, el poeta mexicano Mario Santiago –el Ulises Lima de “Los detectives salvajes”–, que llevaba por título “Consejos de un discípulo de Marx a un fanático de Heidegger”). Y quien se ocupó asimismo de buscar un agente literario y presentar el libro a diversos concursos, con el objeto de ganar algo de dinero (“ya sabes, para comprar tiempo”), hasta que al fin el libro obtuvo el Premio Ámbito Literario de Narrativa 1984 y su consiguiente publicación, aunque, por supuesto, pasó completamente desapercibido. El libro tiene toda la ingenuidad naif y salvaje y todos los defectos propios de una obra primeriza y deslavazada, iconoclasta y desmedida, pero también toda la frescura y toda la intuición originaria, en estado puro, de quienes llegarían a ser dos de las figuras literarias más importantes del panorama de las letras contemporáneas. La novela cuenta las aventuras y andanzas de Ángel Ron, un joven barcelonés enamorado a partes iguales de una delincuente sudamericana (Ana), de la literatura, de la vida al límite y de la música de Morrison. Con semejante cóctel encima y en unas coordenadas precisas (los años ochenta, Barcelona), el protagonista trata de sobrevivir en una realidad que le supera siempre.

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