¿Cómo influye la caída del Muro en el mundo actual?

Consecuencias imprevisibles… ¿para quién?

Cuando el Muro de Berlín cayó, la noche del 9 al 10 de noviembre de 1989, nadie imaginaba el imprevisible resultado que la oleada posterior de acontecimientos iba a deparar. 

Entonces, el mundo padecía la zapa cada vez más asfixiante de dos superpotencias. Hoy, una de ellas, la URSS, no existe, y la otra, EEUU, enfrenta cada vez mayores dificultades para imponer su dominio al resto del mundo.

El mundo que hoy vivimos, los movimientos tectónicos que lo siguen impulsando, nacieron entonces. ¿Cómo se fraguaron? ¿Y cómo siguen hoy ejerciendo su influencia?

La defunción de una superpotencia

Un mes antes de la caída del Muro de Berlín, el presidente de la URSS, Mijail Gorbachov, viaja a Alemania. Allí expone abiertamente que Moscú ya no va a sostener al régimen de Alemania Oriental. Pocos días después, el que desde 1971 era todopoderoso presidente de la RDA, Erich Honecker, dimite. 

Sin el apoyo soviético, los fascismos de Europa Oriental se disuelven como un azucarillo. Así sucederá en Alemania. Cuando un nuevo dirigente del Partido Socialista Unificado anuncia en una rueda de prensa que los permisos para viajar a Berlín Occidental entrarán en vigor “de inmediato”, una multitud ocupa esa misma noche los puestos fronterizos. No solo traspasa el temido mudo… sino que procede a demolerlo a martillazos.

¿Por qué Gorbachov encendió la mecha cuya explosión derrumbó el muro? Frente a su actual “prestigio democrático”, Gorbachov escala posiciones bajo la protección del KGB, la temida policía política. Y su “perestroika”, la política de reformas, obedecía no a convicciones sino a necesidades. El improductivo capitalismo burocrático soviético había entrado en fase de colapso, y Moscú era incapaz de contener la resistencia de los pueblos, dentro y fuera de la URSS. Para seguir compitiendo con la otra superpotencia, EEUU, por la hegemonía mundial era necesario un drástico cambio.

Pero ese ambicioso movimiento generó consecuencias imprevisibles. La URSS no se reformó, ganando competitividad y adquiriendo una cara más amable, como pretendía Gorbachov… sino que acabó despareciendo del mapa.

Los sectores de la nomenklatura soviética más ligados a la burocracia estatal, se enfrentaron furibundamente a unas reformas que implicaban la desaparición de sus mismas bases de existencia como clase. Son quienes protagonizan el golpe de 1991, con la intención de revertir todas las reformas. Fracasan, pero se abre una alocada etapa que, bajo la dirección de Boris Yeltsin, conduce a la implosión de la URSS y a su desaparición como superpotencia.

EEUU, o como la victoria conduce al declive

Cuando desaparece la URSS, EEUU se convierte en la única superpotencia. Ha ganado la Guerra Fría y la borrachera por la victoria conduce a Francis Fukuyama, filósofo a sueldo del Departamento de Estado, a decretar “el fin de la historia”. Las élites norteamericanas teorizan que, derrotado el comunismo, su poder ya no tiene rival y “las democracias liberales norteamericanas” son el último e insuperable escalón de la evolución política.

Cuando, tras invadir Irak en  la primera Guerra del Golfo, George Bush padre proclama un Nuevo Orden Mundial hay quien anuncia que el XXI será también “otro siglo norteamericano”.

Pero la realidad impone, también a la superpotencia norteamericana, un doloroso despertar. 

EEUU ha triunfado frente a la URSS, pero a costa de un enorme esfuerzo, que le ha dejado exhausto, transformándolo en el país más endeudado del mundo. La victoriosa superpotencia norteamericana inicia entonces un persistente pero inexorable declive. Su peso en el PIB mundial decrece, y nuevos centros de poder globales van a surgir sin que Washington pueda impedirlo.

Cada paso que EEUU da para contener ese declive conduce a una caída más acelerada. Otro presidente Bush vuelve a invadir Irak, anunciando el principio de una dictadura terrorista mundial impuesta con puño de hierro. Pero Bagdad se convierte en un atolladero donde EEUU se empantana, cosechando un doloroso y público fracaso. El declive da un nuevo salto y se transforma en el principio de un ocaso imperial.

EEUU sigue siendo la única superpotencia, pero su dominio es cada vez más contestado y encuentra dificultades mayores.

Alemania da el golpe

Tras la IIª Guerra Mundial, en una Alemania dividida y ocupada, los deseos de dominio de la burguesía germana sobre Europa, que habían provocado dos guerras mundiales, no pueden expresarse… pero no han desaparecido.

La caída del Muro de Berlín abre una “ventana de oportunidades”. Inmediatamente, el presidente alemán, Helmuth Kohl, pone encima de la mesa un plan para reunificar las dos Alemanias. Estaba ya preparado,a la espera del momento propicio. Ni Washington ni Moscú querían una Alemania unida, pero Kohl avanza frenéticamente y la proclama como un hecho consumado.

La nueva Alemania es un gigante que puede desempolvar sus viejos y nunca abandonados anhelos de hegemonía continental. Los Balcanes serán el primero ejemplo de esa “Europa alemana”. Berlín impone el reconocimiento de Croacia y Eslovenia, para satelizarlas, aun a costa de provocar una sangrienta fragmentación de Yugoslavia.

Y se impone la transformación de la Comunidad Económica Europea en la Unión Europea, creando el marco de centralización que permita a Berlín poder ampliar su dominio sobre el conjunto de países europeos.

EEUU interviene para evitar que el dominio alemán traspase los límites de una Europa bajo dominio norteamericano. Pero la burguesía germana aprovecha el “momentum” creado tras la caída del muro para dar pasos irreversibles de los que nace una “Europa alemana” que hoy continuamos sufriendo.

Y el Tercer Mundo ganó la Guerra Fría

Durante la Guerra Fría la tenaza de una u otra superpotencia, EEUU y la URSS, o de las dos a la vez, atenaza el Tercer Mundo. Washington siembra sus dominios de sanguinarias dictaduras, y la URSS avanza colocando bajo su dependencia incluso a países que habían derrotado a EEUU, como Cuba o Vietnam.

La desaparición de la URSS y el declive norteamericano van a crear condiciones más favorables para la lucha de los pueblos.

De hecho, el avance de los pueblos ha sido un camino imparable durante las últimas décadas. La elevación de China al rango de gran potencia, la irrupción de gigantes como India, Brasil, y de países como Sudáfrica, el crecimiento de un movimiento antihegemonista en Hispanoamérica, el auge de países asiáticos independientes como Vietnam…

En el mundo “post-Muro” los países del Tercer Mundo crecen más, y ganan fuerza política. Y en su avance achican los espacios de la superpotencia norteamericana y del imperialismo.

Los hechos nos confirman que la caída del Muro de Berlín fue un saludable terremoto global.

Deja una respuesta