Las Escuelas Populares de Marxismo inician un nuevo ciclo

Conocer el mundo para transformarlo

Tras el estallido de la crisis, para sorpresa de algunos que los habí­an condenado ya al ostracismo de la historia o a las llamas de una nueva inquisición postmoderna, muchos de los libros de Marx se han convertido en auténticos best-sellers. En numerosos paí­ses, El Capital ha sido número uno de ventas en 2008. ¿Qué está pasando aquí­? ¿No hemos estado escuchando por todas partes voces que insistí­an estos años hasta la saciedad sobre las insuficiencias y la caducidad del marxismo?

El detonante de la crisis financiera en Wall Street ha sido suficiente, sin embargo, ara que los ojos de millones de personas se vuelvan hacia Marx en busca de una respuesta a lo que está pasando. Un hecho que habla por sí solo de la necesidad y la urgencia para los trabajadores y las clases populares de buscar en el marxismo una alternativa que ponga fin a los desmanes del capitalismo.Con este objetivo, las Escuelas Populares de Marxismo iniciamos un ciclo de escuelas para profundizar y difundir el conocimiento sobre los puntos esenciales del marxismo. ¿Es el marxismo una ciencia, o, por el contrario, como afirman muchos en nuestros días, la experiencia práctica ha demostrado sus limitaciones, su escasa capacidad para hacer predicciones y su caducidad? Y si efectivamente es una ciencia, ¿qué herramientas de conocimiento objetivas nos ofrece para transformar el mundo?Pero el marxismo, ¿es sólo una ciencia? Durante décadas, una parte importante del movimiento obrero y revolucionario internacional ha estado preso de la visión del marxismo acuñada por los popes de la ortodoxia soviética. Redujeron el marxismo a una simple ciencia –de la que ellos eran, por supuesto, sus sumos sacerdotes, los únicos depositarios de su verdad–, negando que también es una ideología y una filosofía. Y que por lo tanto implica a su vez una determinada visión del mundo y unos principios opuestos a los de la burguesía. ¿Por qué debemos conformarnos con ver el mundo sólo a través de las lentes deformes que nos pone ante los ojos la ideología burguesa? ¿Se puede transformar el mundo sin cuestionar las ideas dominantes, aquellas que nos conducen a “convivir” y asumir como algo inmutable la explotación capitalista? ¿Habremos de resignarnos a que, a fin de cuentas, “siempre ha habido (y siempre habrá) ricos y pobres”? El dramaturgo norteamericano Tony Kushner en su obra Eslavos, escrita en 1994, 3 años después de la desaparición de la URSS, hace decir a uno de sus protagonistas: “A lo mejor es cierto que la justicia social, la justicia económica (…) son cosas deseables, pero imposibles de alcanzar en la tierra (…) Que el caos, las crisis de mercado, ricos y pobres, colonialismo y guerra serán lo único que veremos siempre (…)Y no se podrá imaginar ninguna alternativa a los desmanes del capitalismo (…)” Esta es la respuesta que se da desde la inmensa mayoría de las filas de la izquierda, proponiendo medidas que, al menos, “pongan coto al capitalismo salvaje”, lo domestiquen en sus aristas más agresivas, le den un “rostro más humano”.Pero, ¿quién ha dicho que no es posible imaginar una alternativa a los desmanes del capitalismo? Sólo quienes pretenden que nos resignemos a sufrir sus consecuencias y, como mucho, aspirar a atenuar sus efectos. Los que quieren que ya no se pueda pensar, como dice la letra de La Internacional, en cambiar el mundo de base.

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