La posición del gobierno de Zapatero ante el genocidio de Israel en Gaza

Con las manos atadas

Hasta la transición, Esaña no mantuvo relaciones diplomáticas con Israel, en un gesto dirigido a fortalecer las relaciones, históricas y privilegiadas, que España mantiene con el conjunto del mundo árabe. Esta posición significó, por ejemplo, que durante la crisis del petróleo de principios de los setenta, España fue uno de los países más privilegiados en el suministro de petróleo por los países árabes del Golfo. La reacción de Zapatero ante el genocidio israelí en Gaza trae a la memoria estos hechos. El presidente del gobierno ha condenado el ataque, sí. Se ha declarado partidario de un alto el fuego inmediato, y ha señalado a Israel que “este no es el camino hacia la paz”, sí. Pero eso son sólo palabras. ¿Va a tomar el gobierno de Zapatero alguna medida efectiva, material, que evidencie su oposición a la masacre? Podemos recordar la la fulminante expulsión del embajador israelí por parte de Venezuela, muy preocupada por reforzar sus lazos con los países árabes productores de petróleo. O la denuncia del papel de EEUU como auténtico responsable del genocidio por parte de Evo Morales. La tibieza de la reacción diplomática evidencia el sometimiento de Zapatero a la posición de las principales burguesías europeas, caracterizada por la hipocresía de gritar ante el horror de la invasión cuando se ha respaldado a pies juntillas el cerco y aniquilamiento contra la población palestina perpetrado por EEUU e Israel desde que Hamas ganó las elecciones. Lo que ocurrió en los años setenta evidencia las infinitas posibilidades de la política exterior española. Los lazos históricos que España mantiene con todo el mundo hispano, y con el conjunto del mundo árabe, le posibilitan para jugar un papel importante en el concierto global. Pero para eso es necesario ser independiente. Lo que ocurre ahora demuestra sus limitaciones -para atenernos a la realidad, cabría decir la castración-, cuando se somete y restringe la política exterior española a los intereses y exigencias de las principales potencias.

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