Cumbre de la UE sobre emigración

Compromisos y alambradas

Aunque se ha dado un avance en que el problema migratorio se aborde desde una política coordinada y común, las posiciones más insolidarias de las burguesías europeas, han conseguido que el acuerdo no tenga compromiso alguno de acogida, y que se impulsen con los países del Magreb tratados similares al de Turquía.

Por primera vez se ha celebrado una cumbre de la UE que ha tratado como eje central el problema de los migrantes y refugiados. Pero el balance de la cumbre es un alambre de espinos, un nuevo paso atrás para una Unión Europea que se precia de “la defensa de los derechos humanos”.

Mientras las burguesías monopolistas europeas llevan años haciendo cálculos mezquinos y potenciando opciones xenófobas e insolidarias, el Mediterráneo se ha convertido desde hace varios años en el mayor cementerio de migrantes del planeta. El Mare Nostrum -sobre todo en su mortífera ruta central, la que va desde las costas de Libia a Italia- se ha tragado más de 16.000 vidas desde 2014, y más de 40.000 en lo que va de siglo.

El problema migratorio es una realidad que no se puede ignorar. Desde finales de 2015, a raíz de las guerras que asolan Oriente Medio, el Sahel o el cuerno de África, más de un millón de personas han llegado a las puertas de la Unión Europea. Las llegadas han remitido: el grueso del millón de llegadas se produjo en 2015, mientras que en 2017 apenas alcanzaron las 172.000.

Esta disminución en las llegadas es fruto, según las mismas ONGs, del incremento de las trabas y los obstáculos en los países de origen y tránsito de los migrantes y refugiados. Por políticas como el ignominioso acuerdo alcanzado con Turquía, que a cambio de una importante suma de millones, convierte al Gobierno Erdogan en portero y carcelero de los refugiados que tratan de escapar del infierno de Siria. O el apoyo político y económico de la UE a los señores de la guerra de Libia que actúan de guardacostas, sometiendo a miles de subsaharianos a tratos inhumanos, incluyendo la trata de esclavos.

A pesar de los obstáculos y de los peligros del camino, siguen llegando refugiados a las puertas de Europa, y seguirán viniendo por millones. No les atrae ningún efecto llamada. Es la muerte, la guerra, el hambre y la miseria lo que les muerde en los tobillos. Mientras haya guerras en Oriente Medio o en África, mientras haya saqueo y expolio en sus países de origen, no habrá forma de contener este trágico “efecto llamada”. Nadie pone a sus hijos en una precaria patera a menos que el mar sea más seguro que lo que dejan atrás.

El problema migratorio en Europa requiere de una política común, solidaria y coordinada entre los países de la UE. Pero -frente al frío y mezquino cálculo de las burguesías monopolistas- requiere de una política que ponga por delante los derechos humanos y los principios populares de solidaridad y acogida con las personas que cruzan el Mediterráneo buscando salvarse de la guerra o la miseria. ¿Cómo no va a tener la próspera Europa la capacidad y los recursos para acoger a los refugiados?

Una ofensiva reaccionaria desde dentro y fuera de la UE

Que por vez primera una cumbre de la UE se haya centrado en la migración y los refugiados tiene dos explicaciones. Una es la magnitud del dilema humanitario en sí mismo. Otra es que este problema se ha convertido en un campo de batalla, en una fisura donde las posturas más reaccionarias de los centros de poder de dentro y de fuera de la UE tratan de ganar y afianzar sus posiciones. Hay en marcha una auténtica ofensiva de las líneas más xenófobas y antiinmigración de las burguesías monopolistas europeas.

Comenzando por el llamado «Grupo de Visegrado», los derechistas Gobiernos de Hungría, Polonia, Eslovaquia y República Checa. Grupo al que se une Austria, cuyo Gobierno de ultraderecha, furibundamente hostil a la inmigración ostentará la presidencia de turno de la UE. El ultrarreaccionario ejecutivo húngaro de Viktor Orbán llega a la cumbre de la UE con una ley recién aprobada en la que se condenan con penas de cárcel a los ciudadanos que presten ayuda, alimento o refugio a migrantes indocumentados.

A este grupo se suma ahora un Gobierno italiano cuyo ministro del Interior es el líder de la Liga Norte, Matteo Salvini. Un ultra que llama «traficantes de carne humana» a las ONG que salvan vidas en el Mediterráneo y que ha cerrado los puertos del país transalpino a los navíos humanitarios cargados de náufragos rescatados de la muerte.

El último en alinearse con este eje de la ignominia es el representante del ala más derechista del propio Gobierno alemán, el ministro del Interior Horst Seehofer, líder de la CSU bávara y públicamente enfrentado con la canciller en el tema de los refugiados, que ha dado un ultimátum de dos semanas a Merkel: o se llega a una solución europea al «desafío migratorio» o cerrará la frontera alemana de forma unilateral.

Estas líneas reaccionarias son endógenas de Europa. Pero están potenciadas ahora por un poderoso factor externo: la actuación, cada vez mayor, de los EEUU sobre las costuras de la UE. La línea Trump ha encontrado en la promoción de los Gobiernos y partidos más xenófobos y antiinmigración una útil herramienta de división, enfrentamiento e intervención en los asuntos internos de la Unión Europea. El embajador norteamericano en Berlín, Richard Grenell, que no ha dudado en dejar claro abiertamente que sus intenciones son «desalojar del poder a Merkel» y «empoderar a los líderes más conservadores de Europa», ha sostenido reuniones con Seehofer o con el presidente austriaco, Sebastian Kurz. También es conocida la simpatía recíproca y las reuniones cruzadas de destacados líderes de la ultraderecha europea -del Frente Nacional de Marine Le Pen o de la Liga Norte de Salvini- con importantes colaboradores de Trump, como Steve Bannon, figura de la alt-right supremacista norteamericana.

Un compromiso lleno de contrapesos

El acuerdo alcanzado por los veintiocho ha sido fruto de una larga y tensa negociación, y está recorrido por un complicado juego de equilibrios y contrapesos entre las distintas posturas en la UE.

Los puntos claves del acuerdo al que han llegado son básicamente tres. El primero es que, aunque se han evitado los compromisos de acogida, se acepta que el problema migratorio es un «asunto europeo» y se acuerda llevar una política de apoyo a los países del sur de la UE (en especial Italia, España o Grecia) que sirven de puerta de entrada por su posición geográfica.

El segundo punto del acuerdo consiste en que la UE acuerda crear centros controlados en países europeos en los que se acogerá a inmigrantes desembarcados para luego hacer una criba, decidiéndose quiénes de ellos tienen derecho a asilo y quiénes deben ser devueltos a su lugar de origen.

El tercer punto de acuerdo es que se crearán plataformas de desembarco en la orilla sur del Mediterráneo, impulsando en el Magreb una política similar a la acordada con Turquía.

El acuerdo, alcanzado in extremis a altas horas de la madrugada y con la amenaza del veto italiano, evita un choque entre distintas posturas dentro de la Unión; pero no significa en absoluto una resolución a largo plazo para el problema migratorio. Es apenas una solución de compromiso en una batalla que se habrá de seguir desarrollando.

Los PIGS imponen sus demandas… y Visegrado también

En un complicado juego de contrapesos, la cumbre ha logrado un equilibrio entre dos posiciones muy opuestas. De una parte los que exigían que todos los miembros de la UE arrimaran el hombro; de la otra, los que apostaban por que cada uno se las compusiera según dictara su Gobierno.

Por un lado, los Gobiernos de la Europa meridional han logrado la próxima derogación del llamado «Reglamento de Dublín», que establecía que el Estado miembro responsable de la acogida de un solicitante de asilo era el primer país donde quedaran registradas sus huellas dactilares. Esto hacía recaer por entero la responsabilidad de la acogida sobre Italia, Grecia y España debido a su posición geográfica, y dejaba solos a los países del sur de Europa ante el problema migratorio.

Desde posiciones antagónicas, Roma y Madrid han exigido que la política de acogida sea asumida solidariamente por el conjunto de la UE. El Gobierno de Conte llegó a amenazar con vetar el resto de las decisiones de la cumbre si no se llegaba a un acuerdo migratorio, lo que forzó debates de 14 horas hasta la madrugada. El Gobierno de Pedro Sánchez, por contra, ha buscado una solución solidaria pero desde una posición completamente constructiva: acudiendo a la cumbre tras acoger a los 630 refugiados del Aquarius en Valencia o a los del Open Arms en Barcelona.

Los países mediterráneos han conseguido que se dinamite el reglamento de Berlín y que se hagan referencias explícitas a la necesidad de solidaridad de los Estados miembros. Y además han conseguido que la UE apruebe una línea especial de financiación a los países que sirven de puerta de entrada a los migrantes y refugiados.

Por otro lado, los países más cerradamente opuestos a un sistema de cuotas de refugiados (los cuatro de Visegrado junto a Austria) han logrado su objetivo. El sistema de acogida será plenamente voluntario;. lo cual equivale a decir que estos no acogerán a nadie.

Acuerdos “a la turca” con los esclavistas libios

A pesar de los avances en lograr una respuesta coordinada y destinar recursos a los países del sur de Europa, la mayor parte de las medidas que plantea el acuerdo están destinadas a elevar las barreras que deberán pasar los refugiados y migrantes para llegar a Europa.

El acuerdo de mínimos prevé que la UE promoverá la creación de «centros controlados» en su territorio para el desembarque de inmigrantes, donde se seleccionará quiénes de ellos deben recibir asilo por razones humanitarias y quienes son declarados simplemente «migrantes económicos ilegales» y deben ser deportados.

Los que puedan acogerse al asilo político serán reubicados… en los países miembros que «voluntariamente» quieran acogerlos. Algo que de entrada no van a hacer los Gobiernos de la Europa central, ni tampoco el actual ejecutivo italiano. Tampoco se ha decidido dónde se van a establecer «centros cerrados» de clasificación, que muchas ONG temen que se conviertan en meros Centros de Internamiento de Extranjeros (los CIE) como los que hay en nuestro país, tristemente célebres por sus condiciones carcelarias de hacinamiento.

Pero si esta medida de los centros «dentro de la UE», apoyada por Francia o España, tiene aspectos oscuros, aún los tiene y más la otra modalidad de desembarco.

El texto del acuerdo también prevé «explorar» la creación de plataformas de desembarco de migrantes en la orilla sur del Mediterráneo. Una política que sigue la línea del «acuerdo de la ignominia» con Turquía (que recibirá ahora otros 500 millones de euros por sus servicios) y que buscará la «subcontratación» del problema migratorio en otros países del norte de África, para lograr que los migrantes y refugiados no lleguen a cruzar el Mediterráneo y sean retenidos y devueltos antes de tocar puerto europeo.

Poco les ha importado a los dirigentes de la UE las reiteradas y graves denuncias de violaciones de los derechos humanos (incluyendo la trata de esclavos y todo tipo de torturas) por parte de las milicias libias, o del brutal trato que deparan los policías marroquíes a los migrantes al otro lado de la valla de Ceuta o de Melilla. Estos son los nuevos candidatos a carceleros de la UE, previo pago de su importe.

Además, Europa se compromete a incrementar el control de las fronteras aumentando los recursos europeos dedicados a Frontex, el organismo de la UE que patrulla el Mediterráneo. Pero ni una palabra de incrementar los recursos a salvar vidas en el mar, que se cobra cientos de cadáveres cada mes.

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