Lo que se esconde detrás de la huelga de pilotos de Iberia

Comprando el cielo español

Los medios de comunicación han destacado los inconvenientes que la huelga de celo de pilotos y controladores aéreos en Madrid ha causado a los pasajeros. Numerosos reportajes han destacado los retrasos, los vuelos cancelados, los viajeros obligados a esperar durante dí­as en un hotel… Pero nadie parece haber reparado en que el motivo de la huelga es la exigencia de los pilotos de que Iberia no pierda peso ni entidad cuando se fusione con el gigante británico British Airways. ¿Por qué un paí­s que es uno de los principales destinos turí­sticos, y que posee algunos de los aeropuertos con mayor tránsito del mundo, esté dispuesto a entregar el control de la primera compañí­a aérea a un monopolio extranjero?

Iberia acusa a sus ilotos y controladores aéreos de llevar a cabo una huelga de celo encubierta, y ya ha abierto expediente a 41 de ellos. Hasta 500 vuelos se han cancelado, y 5.000 han sufrido retrasos, desde que en diciembre comenzaron las movilizaciones. El tratamiento de los medios, mostrando sólo las negativas consecuencias de la huelga para los viajeros, intenta predisponer a la opinión pública contra los pilotos. ¿Pero cuáles son los motivos de la huelga? El sindicato de pilotos de Iberia (SEPLA) exige la garantía de sus puestos de trabajo tras la fusión con British Airways. Los pilotos exigen que la aerolínea española “crezca de manera proporcional al nuevo grupo aéreo, de tal manera que British Airways no coma terreno a Iberia”. Parece una reivindicación razonable, y es de interés nacional que Iberia mantenga su peso y autonomía frente a la aerolínea británica. Entonces, ¿por qué la dirección de Iberia se niega a concederla? ¿Acaso es que, como temen los pilotos, British Airways, uno de los gigantes de la aviación mundial, va a acabar por comerse a Iberia? El nuevo grupo resultante de la fusión pasará a convertirse en la tercera compañía aérea del mundo. Pero la relación entre los dos socios no es ni mucho menos proporcional. Mientras Brtiish Airways ha comprado un 3% de Iberia, para incrementar hasta el 13,15% su peso en el accionariado -B:A será el segundo accionista-, Iberia apenas posee el 2,99% de los títulos de la compañía británica. Caja Madrid seguirá siendo el principal accionista de Iberia -con el 23%-, pero a la caja madrileña parece preocuparle más la rentabilidad de su inversión que el peso del capital español en el nuevo grupo. Paralelamente, el caso Spanair añade un nuevo ingrediente de preocupación. Se anuncia que la Generalitat catalana y el ayuntamiento barcelonés pugnan por entrar en el capital de la aerolínea, hasta ahora filial de la escandinava SAS, para transformarla en una “compañía catalana”. Pero cuando leemos la letra pequeña, la realidad es muy diferente. El capital catalán controlará el 25%. SAS se quedará con el 20%, y será el socio industrial, con lo que la dependencia tecnológica del exterior se perpetuará. Y Generalitat y ayuntamiento han ofrecido a Lufthansa, el gigante alemán del aire, la adquisición del 50% de la compañía. Lufthansa y SAS controlarían Spanair, y el capital nacional ocuparía un papel secundario. ¿Eso es construir “una compañía catalana”? Parece que el cielo español se vende al extranjero, gracias a la mezquindad de una oligarquía y unos gobiernos, tanto el central como el autonómico, a los que sólo le preocupa asegurar los dividendos del dinero invertido, y muy poco impulsar el desarrollo de un sector aeronáutico español independiente.

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