INTERNACIONAL: La euroescéptica República Checa toma el relevo de la presidencia de la UE.

¿Cómo que euroescépticos?

mercado o una fuente de subvenciones, y se muestran opuestos al Tratado de Lisboa -un refrito abreviado de la hundida Constitución Europea-. No es de extrañar que en febrero del año pasado el «euroescéptico» Vaclav Klaus ganara por segunda vez las elecciones. Hoy el «euroentusiasta» Sarkozy le dará el relevo de la presidencia de la UE, en medio de una crisis financiera de escala planetaria -que sólo acaba de empezar-, del cambio de gobierno de EEUU o del estallido del conflicto de Oriente Medio.

Las rincipales potencias europeas intentan marcar el camino a la nueva presidencia. Alemania -que apenas disimula el alivio por el cese de un hiperactivo Sarkozy que ha tenido no pocos encontronazos con Merkel- espera encontrar en la República Checa una cabeza más permeable y moldeable a sus intereses. Francia, la presidenta saliente, intenta dejarle la agenda hecha e incluso prolongar la sombra de su potentísimo aparato diplomático –el segundo mayor del mundo-. Sarkozy ha acordado con el primer ministro checo, Topolanek, que será el Quay D´Orsay y él mismo en persona los que viajen a Israel y Cisjordania para continuar los esfuerzos mediadores en Oriente Medio. Pero no está tan claro que el gobierno checo sea tan manejable con las potencias europeas. Tras el “No” irlandés al Tratado de Lisboa, el presidente checo se apresuró a enterrarlo, sentenciando que “el tratado está acabado. No hay posibilidad de seguir adelante con él”. Klaus tiene un largo historial de desplantes: se ha negado a que la bandera europea ondee en los mástiles de su edificio presidencial, se ha declarado contrario a la introducción del euro en su país y ha acusado en más de una ocasión a las instituciones europeas de falta de democracia y de estar dominadas por las grandes potencias. No pocos en Europa se preguntan cómo Chequia, un país que soportó los rigores militares y económicos de la URSS, del COMECOM, de la distribución internacional del trabajo, y de la soberanía limitada, no se muestra más entusiasta –más agradecida- de pertenecer al selecto club de la Europa de los ricos. Quizá haya influido que el pueblo checo y el eslovaco, que durante varias décadas convivieron en Checoslovaquia, tuvieran que ver cómo, sin existir ninguna clase de tensión étnica, sus élites políticas decidieran romper el país en dos mitades, sin preguntarles siquiera su opinión. Para a continuación ver cómo los capitales –principalmente alemanes- desembarcaban estrepitosamente, trayendo prosperidad, sí, pero adueñándose de las arterias económicas del país. Es posible que sospechen que no es oro todo lo que reluce en el selecto club europeo.

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