Comerse los libros

Después de cinco fines de semana consecutivos cerrados el sector se concentró este 6 de febrero en un acto de protesta en el patio de la Fábrica Lehmann de Barcelona, sede de la editorial Comanegra donde se comieron, literalmente, ejemplares de un libro hecho con papel y tinta comestible ‘Bibliofàgia. Conte essencial’, del escritor Màrius Serra, en protesta por la situación de “menosprecio” y “desbarajuste” que vive el sector y las consecuencias del cierre obligatorio de las librerías catalanas desde principios de enero.

Un centenar de libreros y editores asistieron al acto convocado por la Cámara del Libro de Cataluña, entre ellos una amplia representación del mundo del libro: Carme Ferrer, la presidenta del Gremio de Libreros; el presidente de los Distribuidores, Martí Romaní; el de Industrias Gráficas, Joan Nogué; Joan Sala de Editors.cat (los editores en lengua catalana) y Daniel Fernández, de la entidad de gestión de derechos CEDRO.

 “Ahogan poco a poco y en silencio al sector, con sus medidas erráticas, mentiras y agravios”

Los representantes del sector han leído un manifiesto crítico con el gobierno catalán al que han acusado de “ahogar poco a poco y en silencio al sector, con sus medidas erráticas, mentiras y agravios comparativos”.

Aunque el Govern había anunciado días antes que las librerías podrían volver a abrir los fines de semana y las grandes de más de 400 metros a partir del día 8, editores y libreros decidieron mantener la protesta para reivindicar el valor de la cultura y de este sector como “esencial”; poniendo de manifiesto las incongruencias de una Generalitat que el 22 de septiembre pasado declaraba la cultura como un “bien esencial” y en enero aprobó el cierre obligatorio en fin de semana de todas las librerías y el cierre durante toda la semana a las de más de 400 metros.

Según las primeras estimaciones de los libreros las consecuencias son demoledoras, la venta de libros ha caído en las semanas de cierre en picado, a la mitad respecto a enero del año pasado. Una indignación patente en el manifiesto que denuncia las decisiones del Govern como “una condena a un gran colectivo profesional y un gesto de menosprecio a la lectura”.

“La mejor campaña de fomento de la lectura es tener las librerías abiertas”, insiste el manifiesto que termina denunciando: “Ya está bien de aguantar que el dinero se gestione desde el cálculo de hacer callar a la gente”.

Cultura esencial

Si algo ha quedado de manifiesto en la movilización de los libreros catalanes es la incongruencia entre las palabras y los hechos de los gobiernos que: por un lado declaran la cultura como “un bien esencial” y por otro, a la hora de la verdad, la dejan abandonada a su suerte.

En Cataluña, y en el resto de España, la cultura ha sido uno de los sectores no solo más directamente afectado por las medidas de confinamiento y restricciones para contener la pandemia, sino de los más abandonados a la hora de las ayudas.

Lo ocurrido con los libros es solo un ejemplo de lo que pasa con otros sectores culturales, del teatro al cine o la música, y sobre todo con la cultura más cercana y de barrios.

En Cataluña, según un informe del Consell Nacional de la Cultura i de les Arts (CoNCA) publicado en noviembre, el sector en su conjunto en los primeros seis meses de pandemia acumulaba pérdidas millonarias, con casi 6.000 empresas catalanas y 53.000 trabajadores de la cultura en ERTEs.

Bastan algunos datos de ese informe para dar una dimensión del problema: más de 16.500 conciertos y producciones anulados, con pérdidas estimadas en casi 90 millones de euros; más de 5.300 funciones teatrales canceladas y 850.000 espectadores menos; cines que han perdido medio millón de recaudación cada semana…

Pero sobre todo el drama está debajo de los números, en las consecuencias profesionales, económicas y vitales para miles de personas del sector que han visto agravarse hasta el límite la precariedad laboral y económica. Miles de actores, técnicos y otros profesionales de la cultura sin trabajo y muchos sin acceso a las prestaciones y ayudas… Y ahí es donde la Generalitat los ha dejado abandonados a su suerte… En Cataluña y prácticamente en el conjunto de España y el resto de comunidades.

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