Festival

¿Comercial o independiente?

El Festival de Glastonbury es uno de los festivales más antiguos del mundo, desde luego uno de los primeros de Europa. Nació en septiembre de 1970, un dí­a después de la muerte de Hendrix. Ligado al movimiento hippie y el movimiento contra la Guerra de Vietnam actualmente un referente internacional. La controversia en los últimos años, y éste no es una excepción, gira en torno a la extensión de los artistas participantes más allá del rock, y la pérdida de su carácter «independiente».

Hace unos años fue la actuación del rapero Jay Z lo que hizo estallar la polémica. Fue el guitarrista de Oasis, Noel Gallagher, quien levantó la bandera del purismo rockero. Lo resultados de asistencia avalaron el giro tomado por la dirección del evento. En la edición de este año el conflicto ha sido reavivado por Beyoncé, que ha sido indudablemente la actuación que ha generado mayor expectación y resultados de asistencia. Quizás los malestares tengan una base material más sencilla, por lo menos para la gente monda y lironda, que una pelea de purismos musicales. Podría pensarse que el problema son los precios; cuando el Festival inició su andadura la entrada constaba una libra y Michael Eavis, granjero local organizador del concierto, te regalaba un paquete de leche fresca. Actualmente la entrada cuesta 195 libras, y leche… no hay. Pero son 55 euros diarios para un festival con decenas de escenarios y cientos de conciertos en cuatro días. Podría pensarse también que la participación de grandes marcas en el patrocinio del Festival haya enturbiado su trayectoria “independiente”. Pero una gran parte de los beneficios son destinados a organizaciones como Greenpeace u Oxfam, que proporcionan voluntarios que gestionan y proporcionan la infraestructura del Festival. Pero el malestar debería venir por la propia forma de financiación, es decir, el evento no tendría que suspender su actividad en el 2012 si los Juegos Olímpicos no reclamasen la infraestructura que el Estado proporciona para la celebración del Festival. La independencia es en primer lugar económica, o no lo es. El estreno en el festival de U2 apuntaba a otro aspecto del problema en la “corrupción” del evento. La banda irlandesa se enfrentaba a un intento de boicot por parte de un grupo contrario a las políticas de recortes de gasto público del gobierno británico, que critica la decisión de la banda de mudar la sede de su editorial de Irlanda a Holanda para no pagar impuestos. Horas antes del concierto el grupo Art Uncut había intentado hinchar un globo de seis metros de altura con el lema “U pay your tax 2” (paga tus impuestos también). Pero diez guardias de seguridad sofocaron el único conato de protesta de un festival de raíces hippies acomodado en su opulencia. “Queríamos un diálogo con U2 y, en vez de eso, nos encontramos con durísimas tácticas de seguridad; ¿dónde están las raíces radicales de este festival?” El festival se ha convertido en una buena fuente de ingresos anual para las decenas de empresas privadas que figuran entre los proveedores de esta gigantesca operación de logística de masas. «Pizza para el pueblo», reza una de las inmensas vallas publicitarias de uno de estos proveedores, dejando a la altura de una ración de Domino’s —por decir algo— el clásico «Power to the people» de la infatigable dama-protesta, Patti Smith.

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