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Clases medias y pacto social

En la actual crisis económica, podríamos decir que hay dos indicadores estrella para medir la salud de un país: la prima de riesgo (principalmente en Europa) y el humor de las clases medias (en todos los países desarrollados). Por supuesto, el paro es un indicador muy importante, clave, pero de las clases medias depende a su vez la estabilidad política y social. Y hay que reconocer que su bienestar está en peligro.Según datos de diferentes organismos internacionales, en el periodo que va del 2005 al 2020 van a perder su estatus cerca de 450 millones de personas que han disfrutado o disfrutan de un tipo de vida aceptable en los países industrializados, esto es, Europa, EE.UU., Japón, Canadá o Australia. Al mismo tiempo, irá apareciendo una nueva clase semiacomodada en los países emergentes formada por unos 1.500 millones de personas. Todos ellos formarán una clase media más pobre compuesta nada menos que por unos 2.000 millones de miembros.Estas cifras han alarmado a los gobiernos concernidos. Las clases medias forman la trama central de un país y sobre ellas descansan la estabilidad de las instituciones y la calma social. Deteriorar su situación puede resultar muy peligroso, tal como indican políticos y analistas.En EE.UU, la crisis de la clase media fue uno de los temas centrales de las últimas elecciones presidenciales. «Es el momento de la verdad para la clase media», afirmó Barack Obama. Una vez elegido, el presidente ha pasado rápido a la acción señalando que el mandato de los electores es que todos los ámbitos del Gobierno deben actuar conjuntamente con el sector privado para ayudar a la middle class. Esto podría conducir a una especie de economía mixta en EE.UU., al igual que en un momento planteó Bill Clinton con su comercio exterior dirigido para hacer frente a la competencia de nuevos gigantes, como China, y ahora los países emergentes. El esfuerzo de la zona euro por recuperar competitividad aunque sea con dolor se inscribe en esa línea.Y es que la nueva realidad económica está trayendo una redistribución intensa del trabajo global, que erosiona las bases sobre las que se edificó el Estado de bienestar en Europa. Y sin ese resorte no hay clase media, porque desde el momento en que los trabajadores deben pagar su pensión privada, la hospitalización si llega el caso, la educación de los hijos y otros servicios que ahora reciben gratuitamente, se empobrecen a marchas forzadas, máxime cuando, como ocurre aquí, el valor de su vivienda sufre un serio deterioro. En España, el fenómeno se ha ampliado con los planes de ajuste aplicados, aunque la tendencia venga de antes. Durante los años 90 y los primeros años de este siglo, la desigualdad disminuyó, pero ahora ha vuelto a crecer. El coeficiente Gini (que mide la diferencia de rentas) ha pasado desde el 2008 de 31 a 34 puntos, un salto muy grande.Por todo ello, se están levantando cada vez más voces en favor de un nuevo pacto social, porque en la actual situación de crisis el Estado de bienestar que tenemos no se puede financiar, como se ve con las pensiones, donde hay muchos más pensionistas y menos cotizantes a la Seguridad Social y ocupados que en el 2003. Ese pacto social debería ser suscrito por las principales fuerzas políticas a la vista de la fragilidad que se esconde en la íntima realidad social de España.

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