El cine soviético de los años 20 del siglo pasado es uno de los grandes logros de la historia del arte.
Lo dice la misma historia. Nacido de la revolución soviética no se trata del invento de unos creadores geniales, aunque fuera creado por artistas de genio, ni por un mandato político revolucionario, sino por la confluencia de una serie de impulsos. No hay casualidades. Una flor o un fruto no nace del aire, viene de un tronco, de una raíz. El cine soviético es el fruto, el árbol es la revolución, y la raíz es un germen larvado en el turbulento siglo XIX por mentes lúcidas como las de Marx, Bakunin, Engels sin olvidarnos de Dickens. Mentes lúcidas que recogieron el pálpito secreto y desesperado de un tiempo sometido, analizando, denunciando y proponiendo; creando el caldo de cultivo que cristalizó en la revolución de Octubre de 1917.
Ya en los primeros años de la consagración del gran movimiento social y político comunista empezó a germinar la semilla y un gran labrador, como fue Lenín, con la fuerza de su intuición por la libertad individual y colectiva, nacionalizó la industria cinematográfica, entonces incipiente, llegando a declarar que “de todas las artes el cine es para nosotros la más importante”.«“El Acorazado Potemkin” cambió la concepción del lenguaje del cine»
El primer comité cinematográfico soviético lo formaron profesionales conocedores del oficio pero con mentes inquietas, todos luchadores por la todavía cercana victoria y que eran poco más que adolescentes. Dziga Vertov, de origen polaco, documentalista, creó el primer noticiario del cine y poco después destacó con la creación sorprendente de su cine-ojo, uniendo imágenes potentes sin conexión entre ellas pero nacidas de una misma fuerza de improvisación, decía “la vida contada de improviso”, y que el público ávido de lo nuevo aceptó con entusiasmo frente a las historias adocenadas y mercantiles que eran el opio del pueblo según Vertov. Frase discutible, sin duda, pero de alguna manera premonitoria de la creciente lucha por el mercado que estamos viviendo.
En el cine soviético de los años 20 el genial polaco no estaba sólo. Consignemos a Vladimir Kulechov, profesional técnico que derivó en investigador y analista, codificador del lenguaje del cine, aparte de realizador de obras en las que el sentido revolucionario no impedía el humor como “Las aventuras de Mr West en el País de los Bolcheviques”, película de consumo interno pero que no fue bien recibida en el exterior y que de hecho pasó casi desapercibida. Pero el gran golpe en el escenario mundial lo dieron películas como “El Acorazado Potemkin” y “ La Madre”, diversas entre sí, y en las antípodas del cine-ojo aunque surgidas del mismo impulso y la misma fe.
“El Acorazado Potemkin” cambió la concepción del lenguaje del cine y ha figurado y figura entre las diez mejores películas de la historia, y además en primer lugar. Su autor, Sergei Eisenstein, lituano, sólo tenía 19 años en 1917 cuando participó como soldado en la revolución militar proletaria. En el año 1925 rodó “El acorazado Potemkin” en la conmemoración del fallido intento revolucionario de 1905. Eisenstein , hombre culto y refinado, lo que no impidió que participase activamente en la revolución proletaria, gran admirador de Leonardo da Vinci, conocedor de lenguajes japoneses, poeta de imágenes épicas sorprendió a propios y extraños.
La visión de la carne podrida que los oficiales obligaban a comer a los marineros y que provocó la rebelión del barco militar, y con ella la del pueblo de Odessa, caló hondo en la sensibilidad de todos los públicos como la matanza en la escalera de Odessa por las tropas zaristas. Matanza que nunca existió en la realidad, pero que inventó Eisenstein para simbolizar la tremenda represión del pueblo. Seis minutos dura la famosa secuencia de la escalera de Odessa, seis minutos que son una eternidad para el cine, cientos de imágenes potentes, duras, trágicas, emocionantes, más verdaderas que la misma realidad, quizá más profundas. La distorsión del tiempo al servicio de la emoción plano a plano, golpe a golpe; los seis minutos más plenos de la historia del cine tal vez.
Eisenstein acertó mucho después con “Octubre”, cuya superposición de imágenes potentes, diversas, impactantes con unos ritmos variantes del impulso trepidante a los ritmos suaves, con una progresión casi musical del silencio. Las imágenes de los leones de piedra, uno tendido, otro incorporándose, y uno más rampante y agresivo, montados sucesivamente y con el ritmo adecuado dan la sensación poderosa de rebeldía. «Un cine dirigido al público desde la verdad y la convicción, cantando la épica del proletariado»
“La huelga”, “Iván el Terrible”… espacios inolvidables para la memoria global. Por otro lado “La Madre” de V. Pudovkin fue otra obra distinta. Una forma menos deslumbrante pero igualmente profunda para contar la historia de una madre que toma conciencia de la causa por la que lucha su hijo y que se pone al frente de una manifestación trágica en la que encuentra la muerte para salvarle la vida. Nada de alardes ni estridencias, la verdad limpia y desnuda. Un lenguaje enérgico y fácil con el que reflejar vivencias auténticas por actores que no lo parecen.
La misma fe que Eisenstein , o incluso que Vertov aunque estuvieran todos en las antípodas. Un montaje que Kulechov habría definido como continuo en Pudovkin o discontinúo en Eisenstein. El montaje continuo, que tiende a eliminar la unión entre plano y plano haciéndolo casi desaparecer, para contar limpiamente el fondo de una historia; y el discontinúo con el uso trepidante e impactante de los planos cortos con unos actores intensos pero fijos en Eisenstein. El uno siguiendo la tradición teatral de Stanivslasky, el mundo interior trasplantado por la verdad y el sentimiento; el otro con la escuela de Meyerhol, que consideraba al actor como un elemento plástico más cercano a la expresión corporal.
Unos y otros distintos, tal vez enfrentados, opuestos en la forma pero no en el fondo como debieron ser las diferencias entre Marx y Bakunin o la inteligencia de Engels pero con la misma meta: la revolución. Una revolución necesaria e ineludible en favor de esa gente que retrata Dickens. Una comunidad víctima de la opresión y la cruel injusticia.
Distintos frutos de distintas ramas, nacidos de un mismo tronco, de una misma raíz. Es la gran lección que nos da el cine soviético de los años 20. Un cine dirigido al público desde la verdad y la convicción, cantando la épica del proletariado, aunque para algunos técnicos este cine haya significado tan solo la revolución del lenguaje, que ya es bastante. El cine soviético de estos años, grandioso de todas formas, nacido de ideas grandes, lúcidas y generosas. Que lo grande es grande y todo lo demás tontería.
Hoy, cien años después de aquel esperanzador 1917 estamos todavía entre aquella difusa profecía de Vertov acerca del opio del pueblo y la vigente memoria del gran cine soviético que sigue ahí, latiendo y alimentando el deseo de un cine grande, íntimo y grandioso, un cine dirigido al pueblo que no a los bolsillos del pueblo. En la misma URSS pocos años después el pragmatismo de Stalin dio paso a un realismo socialista políticamente dirigido, gris y aburrido destinado a provocar la sumisión, que trataba ingenuamente de oponerse a una industria astuta como la americana y a las emociones standard, huecas que no dejan huella pero que producen grandes beneficios económicos fieles al capital que nos manda, disfrazando de cultura, el entretenimiento.
Claro que, también aquí tenemos excepciones grandiosas, no olvidemos a Hitchcock que siguiendo la línea del montaje continuo y del guión de hierro de Pudovkin lanzó un cine de gran eficacia y secreto contenido revolucionario. Y por otro lado el cine impactante, llevado al efectismo pero con la misma fuerza de Orson Welles o la unión de los dos estilos en, para mí el más admirado, Roberto Rosellini. Son excepciones que hoy siguen vigentes como el gran cine soviético. Casi cien años después de aquel cine grande seguimos necesitamos un año grandioso como el de 1917.
Nestore dice:
Muy interesante el artículo. Desde luego que la aportación de Sergei Eistenstein al cine es fundamental. Interesante el dato de que él participó en la revolución de octubre a los 19 años.
el santo dice:
Muy,muy buen artículo,muy bien explicado.Os pongo «la madre» de la novela de Gorki.La película no la he visto entera,la novela sí que la he leido.Basada en la Rusia del zar.Una familia proletaria,sin padre, y viviendo miserablemente,con el hijo trabajando en la fábrica y metido a revolucionario,con miles de problemas con la Ojrana o temible policía zarista…la madre que en principio,acostumbrada a «aquí se viene a sufrir»,como bien manda la Iglesia-una gran frase de la Santa madre Iglesia,que ha servido desde hace 2000 años para someter a los esclavos,a los campesinos y ahora a los obreros- no comprende a su hijo y que más tarde,se hace revolucionaria también,con el transcurso de los acontecimientos.Una obra maestra de Gorki y una buena adaptación al cine –> https://www.youtube.com/watch?v=k745cLjG8eQ
Maonesa dice:
Hace unos días emitieron en La 2, una película del maestro Grau. Cierto todo lo que dice, y que el capitalismo financiero yanqui centrado en el espectáculo burgués de adoctrinamiento de conciencias o adormecimiento en la acción, no podrán nunca suprimir de la historia. Muy interesante la reflexión sobre Hitchcock.
NEIDO dice:
Excelente articulo,me ha dejado fascinado y unos cuantos para la investigación y reflexión