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China ganará la guerra por Ucrania

Cuando hace un año Crimea pasó a formar parte de Federación de Rusia, muchos declararon que se había pasado un nuevo Rubicón no solo en la política rusa, sino en todo el mundo. Moscú mostró a Occidente una verdadera línea roja, que tendría consecuencias reales en caso de que se cruzase. El mensaje de Moscú a Occidente era que no podía haber vuelta atrás, con lo que se ponía en riesgo el prestigio y la autoridad de las grandes potencias.

Ya ha pasado un año desde entonces y hay toda una serie de acontecimientos que deben recordarse.

Antes que nada, la motivaciones políticas se han impuesto sobre los gastos económicos. Independiente de cómo se evalúen las decisiones de Rusia y Occidente desde la primavera de 2014, es evidente que los costes económicos han ocupado un lugar secundario. Otros criterios, como la seguridad, la necesidad de sostener una posición estratégica y de dignidad nacional han guiado los procesos de decisión.

En el caso de Crimea, Moscú volvió a plantear de nuevo la cuestión de la soberanía nacional. En los años 90 y a principios del 2000, numerosos analistas fomentaron la ilusión de que la globalización iba a terminar con el sistema basado en la soberanía de los Estados-nación.

Crimea hizo añicos este sueño. Pero como resultado de estos procesos de integración, el Estado ya no es capaz de proteger su territorio de las influencias externas, bien sean estas económicas, ideológicas o culturales. Además, cuando los problemas internos no se gestionan adecuadamente chocan con estos impulsos externos y las consecuencias son desastrosas. La situación en Ucrania es un claro ejemplo de esto.

¿Cómo será el nuevo statu quo?

Un año después de que Crimea se haya integrado a Rusia el equilibrio de poder en el mundo está cambiando, aunque no hay un statu quo consolidado. Han cambiado las relaciones entre Rusia y la UE, y es muy probable que de manera irrevocable. El modelo conocido como de «asociación estratégica» duró dos décadas y media. Ambos trataron de construir una «gran Europa», que apelaba a una determinada forma de integración económica y normativa. Las percepciones fueron cambiando con el tiempo y el entusiasmo inicial se truncó en realismo, y después incluso en escepticismo, pero nadie rechazó nunca el objetivo…hasta la crisis en Ucrania.

Incluso si la situación se estabiliza no habrá una vuelta a las antiguas relaciones. Se ha socavado la confianza mutua, que se daba por inercia desde principios de los años 2000. Es importante entender que cuando ocurra el cese formal de las sanciones no se eliminarán todas las barreras que ahora se han construido. Las instituciones políticas y económicas tienen las armas necesarias para seguir implementándolas de manera informal. Después de Ucrania, Rusia y la UE tendrán que encontrar una nueva manera de tratarse mutuamente.

Las relaciones trasatlánticas también están cambiando. En las negociaciones para tratar «la amenaza rusa», somos testigos de un intento por resucitar un Occidente como el de la guerra fría, se reanima la OTAN y la creación de poderosos bloques económicos bajo la égida de los EE UU. Este país está trabajando para construir el Acuerdo Transatlántico para el Comercio y la Inversión (TTIP) con Europa y el Acuerdo Estratégico Trans-Pacífico de Asociación Económica, un acuerdo de libre comercio multilateral que incluye a países como Chile, México, EE UU, Malasia o Japón.

Es muy probable que el primero no llegue a funcionar, pero sí es posible que lo haga el segundo. Estos procesos de consolidación tal vez no tengan éxito, pero queda claro que Occidente trata de buscar algún tipo de cohesión tras un periodo de gradual pérdida de unidad.

La consecuencia más inesperada de la crisis ucraniana es la emergencia de China como el principal poder euroasiático. Mientras Rusia y Occidente se enfrentaban acerca del proyecto de integración que Ucrania debía seguir, Pekín anunció una iniciativa completamente diferente, aunque se dirigía a esa área geográfica.

Es simbólico que el presidente Xi Jinping anunciase a la creación del cinturón económico de la Nueva Ruta de la Seda en otoño del 2013, un momento en el que la confrontación entre Rusia y la UE por Ucrania pasaba por su momento álgido.

Con la creación de esta ruta China se distancia de cualquier competencia y propone un proyecto que elude a todos los demás, e incluso podría absorberlos. Con el volumen de recursos que Pekín es capaz de invertir es imposible que alguien pueda competir. Mientras Rusia, la UE y EE UU operan en Eurasia principalmente con instrumentos políticos que crean fricciones, China ofrece dinero real y neutralidad política.

La emergencia de China como el principal poder euroasiático es el resultado de la crisis ucraniana que seguramente más impacto tenga en Rusia, la UE y los EE UU.

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